Capítulo 4: El orígen

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Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que se les escapan a los que sueñan sólo de noche.


Edgar Allan Poe


                                                              † † †



Un solo de guitarra salió de mi móvil, sacándome del mundo de los sueños. Reconocí de inmediato el sonido de la guitarra de Nick Catanese, el guitarrista de Black Label Society, en la canción Black Sunday. Paré la alarma que había preparado horas antes, remolona, y me quedé mirando fijamente al techo con la mirada perdida. Iba a hacer algo que solo los locos o valientes hacían. Aún me quedaba algo de tiempo para prepararme. Fuí a mi escritorio y encendí el ordenador. Mientras cargaba, fuí a mirar donde teníamos las mantas y cogí la más gruesa. La tiré encima de la cama, y volví a sentarme en el ordenador. Teclée mi contraseña, y se abrió paso mi fondo de escritorio, una foto que encontré por internet que me gustó: eran dos ojos, mirándote fijamente, con un intenso rojo brillante que te hipnotizaba. Abrí el navegador,  y entré en un blog de temática gótica, por simple curiosidad, o puede que por querer saber algo más de ese trío aficionados a la muerte. Vi mucha palabrería sobre el dolor, el amor imposible y el sufrimiento de la pérdida. Me dió un pequeño escalofrío por mi cuerpo. "Estas letras me hacen sentir identificada con ellos... ¿será que en mi interior este mundo me atrae..?" me pregunté a mi misma, poniéndome las manos en la cabeza mientras contemplaba las teclas del teclado del ordenador, salteando letra por letra.


                                                              † † †


Me cambié de ropa por una que abrigara más; opté por unos tejanos, mis botas, un par de capas de camisetas aleatorias,  mi cazadora y una bufanda roja de lana. Picaba molestamente, pero abrigaba, que era lo que me importaba. Eran tales los nervios que sentía ante tal locura que estaba a punto de cometer, que no me apetecía ni cenar. Por donde entrara saldría al momento. La manta, mi libreta morada, un lápiz, mi móvil... no necesitaba nada más. Antes de cruzar la puerta de la entrada, me detuve delante del espejo del recibidor. ¿Quién era esa extraña que me observaba a través de ese espejo? No era la cobardica Lyla que creía ser. Esa noche, sería otra.

Agarré mis llaves del cuenco del mueble de madera con fuerza, hasta casi clavarme los dientes de las llaves en la palma de mi mano, y me adentré en el manto negro de la noche. Miré hacia arriba, y vi como tres cuartos de luna me contemplaban desde las alturas. "Qué luz más hermosa que tendré esta noche", me animé. Empecé a andar con pasos rápidos y ligeros, para que ningún vecino me pudiera ver a esas horas saliendo de casa. Notando el frío en mi rostro, tajante, empecé a correr para entrar un poco en calor. Creo que corrí casi hasta llegar a las puertas del cementerio. Serían por los nervios, que frente a una cierta situación, los humanos podemos correr más deprisa y con más resistencia de lo que creemos ser capaces realmente. Apoyé mis manos en el hierro de la puerta, notando el frío en mi piel, cuando de repente, la puerta se abrió chirriantemente. No me esperaba que estuviera abierta, así que me abalancé un poco hacia la puerta, haciendo un movimiento un tanto cómico. Me retiré de la puerta, con el corazón un poco acelerado por la inesperada entrada, y entré en el recinto, volviendo a hacer que la puerta gimiera otra vez. Estaba muy oscuro. Siempre dejaban luces encendidas por la iglesia, pero a cierta hora. Ya estaría todo a oscuras y la Policía Local ya habría hecho la ronda. Encendí la linterna de mi móvil (al fin algo útil) y pasé al lado de nichos y flores de plástico llenas de polvo, en dirección a las escaleras que daban acceso al piso de arriba. Los mismos objetos, las mismas cosas que veía de día, de noche parecían mutar y tener un punto de vista muy distinto. La luna me ayudaba un poco a ver ligeras sombras, y la linterna de mi móvil hacía que las sombras pudieran moverse ágilmente por las piedras de mármol y la tierra del suelo. Al llegar al primer mausoleo, enfoqué hacia la gárgola que custodiaba  dicho edificio. Parecía tener unas fauces más grandes y unos dientes más afilados que bajo la luz del sol. Aparté la improvisada linterna con rápidez, y seguí subiendo las escaleras, enfocando las baldosas de debajo de mis pies para no tropezar y dejarme allí mis marfiles. Al llegar al segundo piso, miré hacia la izquierda, donde se encontraba el ancho pero largo pasillo de nichos. No lograba ver el final. La oscuridad lo había devorado todo a su paso. Intenté no crearme mis própias paranoias y seguí adelante aumentando el ritmo de mis pasos.

Retrum 3: Labios de Ébano [En corrección]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora