Capítulo 25: Arena en las botas

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- ¿No pasas calor vistiendo de negro en verano?
- ¿Has visto de qué color visten mayormente los tuaregs del Sáhara?

Conversación entre un subnormal y un gótico

† † †

L'Ametlla de Mar es un tradicional pueblo pescador del Mediterráneo, situado al sur de Catalunya. Es muy conocido por su larga lista de calas paradisiacas y su actividad de pesca. Mi madre y Javier lo eligieron precisamente porqué es un tranquilo pueblo, y tranquilidad es lo que más les hacía falta. Quizá a mi también, pero me temí que me pasaría esos días aburrida como una ostra de ese marítimo pueblo. O quizá al final me equivocara.

Le comuniqué a Veronica acerca de mi viaje hacia el mar y la arena. Pareció compadecerse de mí. Ella se iba a quedar con Jack en casa, o quizá se fueran a andar por la montaña, o a hacer una pequeña ruta de cementerios de Cataluña; todavía no lo tenían claro. Alex ya trabajaba en el taller, así que se pasaría el verano sudando con lo que más le gustaba.

Mi madre y Javier estaban sacando todo el equipaje de la maleta rojo amapola que traían consigo, con todo lo necesario. Yo ya me había encargado de mi maleta, y no sabía muy bien qué hacer a continuación, aparte de sentarme en el sofá de la habitación del hotel. Hasta que se me encendió la bombilla.

- Mamá, - empecé - ¿puedo ir a dar una vuelta hasta la hora de la comida?

- Con que expedición de lo desconocido, ¿eh? - rió mi madre - Claro, pero a la hora de la comida has de estar aquí. Iremos a comernos una buena paella marinera al lado del mar. - dijo con la ilusión desbordándose por su mirada.

Se notaba que esa escapada la entusiasmaba de verdad. Y yo me alegraba.

† † †

Las casas parecían sacadas de un pedazo de Andalucía, blancas como la nieve, debajo de un sol de justicia. En cualquier momento iban a deshacerse y a provocar un gran río bajando por las calles de piedra. Eso imaginaba.
Seguí andando, contemplando a mi alrededor como un gato recién llegado a un lugar desconocido, inspeccionando con la mirada. Me topé con un bar de aspecto viejo, como si siempre hubiera estado allí, y también sus clientes; unos ancianos con labios delgados y temblorosos jugaban a una partida de dominó, mientras que con una arrugada y pecosa mano sujetaban un buen vaso de cerveza fría, picoteaban aceitunas con la otra. Reían, mostrando así sus pocos marfiles amarillentos.


El olor a sal se posaba en lo más profundo de mi nariz, llegando a molestarme un poco. Se notaba que era una chica más bien urbana que no estaba acostumbrada a olores tan puros. Acaricié mi hombro izquierdo, notando una alta temperatura en él. La piel reseca estaba presente, aunque el sudor de mi frente aún lo estaba más. Entonces vi a bastante gente, incluyendo algunos guiris, paseando por una calle que supuse que debía ser la principal, por la cantidad de tiendas y bares que habían. Avancé hasta ver una heladería. La idea de tener algo refrescante cayendo por mi esófago me parecía tentadora. La tentación me pudo, y me puse al final de la cola.

Cuando mi leche merengada estaba ya por la mitad, noté cómo la calle empezaba a hacer pendiente. Supuse que debía estar cerca del mar. Y no me equivoqué. Un inmenso e intenso azul se mostró ante mi asombro. Seguí andando dando sorbos a mi dulce y refrescante leche merengada mientras las gaviotas se hacían oír con más fuerza y el viento se volvía más veloz. Me acerqué más a la cala hasta pisar la arena con mis botas. Caminé forzosamente para así alcanzar las olas rozando la arena. La gente me miraba anonadada por mi aspecto. No me importó. Levanté la barbilla y un golpe de viento salado azotó mi pelo hacia atrás, con los graznidos de las gaviotas y el sonido de los oleajes como banda sonora. Sonreí, y cerré los ojos.


La cena fue verdaderamente fantástica. El arroz en su punto, con unas cigalas aportando mucho sabor a mar, junto a unos calamares tiernos y mejillones sabrosos y frescos. Un refresco bien frío para mí, y unas copas de vino tinto para mi madre y Javier. Por el choque de copas del final de la velada, parecía ser que todo era felicidad, pero no podía evitar pensar en Eric. ¿Estaría bien en Londres? ¿Cuánto tiempo estaría allí? ¿Sería solo en verano y en el regreso de clases todo volvería a ser como antes? Fueran cuales fueran las respuestas, esperaba que estuviera bien y que él pensara en mí. Que yo no hubiera sido solo un pasatiempo de unos meses. Unos maravillosos meses...

Retrum 3: Labios de Ébano [En corrección]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora