Capítulo 13: Alma engañada

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La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano.


Friedrich Nietzsche



                                                               † † †



Mi móvil sonó temprano. Un mensaje de los Pálidos me citaba una vez más en el cementerio donde hice mi ritual de la palidez. El cementerio de Granollers.

Me costó llegar a un sitio tan alejado como es ese cementerio. Lo que más miedo me dio fue pasearme por el arcén de la carretera que estaba de camino al cementerio. Los coches iban a toda velocidad, y la entrada al centro comercial que había cercano hacía que los coches hicieran maniobras complejas. En un momento, vi un gato. Un gato negro que se asomaba por el bosquecillo de al lado del arcén. Lo contemplé algo preocupada: sabía de sobras que los gatos eran unos expertos en el suicidio, y no pretendía ver uno en ese mismo instante. El gato me miró, muy atento. Aproveché la oportunidad para agacharme un poco y atraerlo hacia mí.


- Vamos ven gatito. Ven bonito. Vamos no hagas ninguna tontería.


Intentaba atraerlo siseando, frotándome los dedos como si tuviera comida que ofrecerle, pero el animal se quedó quieto. Entonces terminó de salir del bosquecillo patosamente, y lo ví. Una de sus patas estaba destrozada, literalmente. La carne roja junto con el hueso que estaba pegado a él se mostraban vivamente. Me puse la mano en la boca para contener mis ansias. La expresión del gato era serena, como si no notara lo que le pasaba a su extremidad.


- V-vamos pequeño... te llevaré a un veterinario... tardaremos un poco, pero seguro que todo irá bien...


El gato dejó de mirarme, y contempló la carretera. Los coches pasaban rápido por encima del alquitrán endurecido. 


- Oh no... ¡No!


El gato corrió como pudo en medio de la carretera, hasta que un coche se encontró con el felino y lo aplastó en un instante. Abrí los ojos mientras me ponía las manos en la boca, sin creer lo que acababa de ver. El gato ya no se movía. El gato ya no sufría. El gato ya estaba en paz.



                                                               † † †



Vi a mis compañeros en la pequeña plaza donde se encontraba la estatua del ángel, sentados en uno de los bancos de alrededor. Vieron como mi rostro no llevaba la máscara pálida, y que en vez de eso mis lágrimas cubrían mis mejillas. Se levantaron súbitamente y se acercaron a mí velozmente. Les conté lo sucedido sollozando con dolor. No podía evitar sentirme así después de un suceso tan trágico a mis ojos.


- No debes preocuparte por eso Lyla. - me consoló Eric. - Ese pobre animal simplemente vió que la muerte era su única salvación, su esperanza de acabar con el sufrimiento que estaba soportando. Créeme, así es mejor.

Retrum 3: Labios de Ébano [En corrección]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora