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Miré por la polvorienta ventanilla mientras el autocar iba dando brincos por la
estrecha y sinuosa carretera. A lo lejos se veían rojas colinas que alzaban sus pendientes
suaves bajo un brillante cielo amarillo.
Árboles blancos y achaparrados flanqueaban la carretera como postes de una
cerca. Nos estábamos adentrando en el desierto. Hacía más de una hora que no veíamos
casas ni granjas.
Los asientos del autocar eran de plástico azul intenso. Cuando el autocar pillaba
un bache, todos saltábamos en los asientos. Todo el mundo reía y gritaba. El conductor no
dejaba de refunfuñar, y de vez en cuando nos soltaba un grito para que nos callásemos.
En total viajábamos veintidós en el autocar que nos llevaba al campamento. Yo
iba sentado en la última fila de asientos, junto al pasillo, así que los podía contar a todos.
Íbamos dieciocho chicos y sólo cuatro chicas. Yo suponía que los demás chicos se
dirigían, igual que yo, al Campamento Pesadilla. Las chicas, que iban a un campamento
femenino cercano, viajaban juntas en los asientos delanteros y charlaban tranquilamente
entre ellas. De vez en cuando echaban una rápida mirada hacia atrás para observarnos.
Nosotros alborotábamos mucho más que ellas; gastábamos bromas, reíamos a
carcajadas, hacíamos ruidos graciosos, nos gritábamos tonterías. Era un viaje largo, pero
nos lo estábamos pasando bomba.
El chico que iba a mi lado, sentado junto a la ventanilla, se llamaba Mike. Parecía
un bulldog. Tenía cara redonda, cuerpo rechoncho y brazos y piernas gordezuelos. No
hacía más que rascarse la cabeza, de pelo corto y erizado. Vestía pantalones cortos de
color pardo y una camiseta verde sin mangas.
Habíamos hecho todo el viaje juntos, pero Mike apenas hablaba. Tal vez fuera por
timidez, o quizá por nerviosismo. Me dijo que era la primera vez que iba a un
campamento.
También para mí era la primera vez, y debo confesar que a medida que el autocar
me iba alejando de casa, empezaba a echar un poco de menos a mis padres.
Ya tengo doce años, pero nunca había estado realmente lejos de casa. Aunque el
largo viaje en autocar resultaba divertido, experimentaba una cierta sensación de tristeza,
y creo que a Mike le pasaba lo mismo.
Apretó su cara gordinflona contra el cristal de la ventanilla y se quedó mirando las
rojas colinas que ondulaban a lo lejos.
-¿Estás bien, Mike? -pregunté.
-Desde luego, Billy -contestó rápidamente sin volverse.
Pensé en mis padres. En la estación de autocares, al despedirme, me había
parecido que estaban muy serios. Imagino que también ellos se sentían nerviosos por el
hecho de que era la primera vez que yo me iba a un campamento.
-Te escribiremos todos los días -dijo papá.
-Haz todo lo posible -me dijo mamá, abrazándome con más fuerza que de
costumbre.
Resultaba extraño. ¿Por qué no dijo «Procura divertirte» y dijo en cambio «Haz
todo lo posible»?
Como podréis observar, soy un poco aprensivo.
Los únicos chicos con los que había hablado hasta el momento eran los dos que
iban sentados delante de nosotros. Uno se llamaba Colin. Tenía el pelo castaño y muy
largo, hasta más abajo del cuello, y llevaba gafas de sol de esas de espejo, que no dejan
ver los ojos. Parecía un tipo duro y llevaba un pañuelo rojo, ceñido a la frente, que se
ataba y desataba continuamente.
Junto a él, al lado del pasillo, se sentaba un chico corpulento y gritón llamado Jay.
Jay hablaba mucho de deportes y presumía de que era un tipo fuerte. Le gustaba lucir sus
brazos musculosos, sobre todo cuando una de las chicas se volvía a mirarnos.
Jay se metía mucho con Colin y siempre estaba luchando con él, apretándole con
fuerza el cuello con el brazo y desplazándole el pañuelo rojo que llevaba en la frente. En
plan de broma, claro. Jay era pelirrojo y tenía el cabello tan enmarañado que parecía
como si no se lo hubiera peinado nunca. Sus ojos eran grandes y azules. Siempre estaba
sonriendo y metiéndose con los demás. Se pasó todo el viaje contando chistes verdes y
gritándoles cosas a las chicas.
-¡Eh! ¿Cómo te llamas? -preguntó Jay a una rubia que estaba sentada delante,
junto a la ventanilla.
Ella no le hizo caso. Pero a la cuarta vez que Jay se lo preguntó a voces, ella se
volvió, le lanzó una mirada llameante con sus ojos verdes y le respondió:
-Dawn. Y ésta es mi amiga Dori -añadió, señalando a la pelirroja que estaba a
su lado.
-¡Qué casualidad, yo también me llamo Dawn! -bromeó Jay.
Algunos chicos se echaron a reír a carcajadas, pero Dawn ni tan siquiera sonrió.
-Encantada de conocerte, Dawn -dijo, y volvió a mirar hacia delante.
El autocar dio un salto al pillar un bache de la carretera, y todos saltamos con él.
-Eh, Billy, mira -dijo de pronto Mike, señalando con el dedo por la ventanilla.
Mike llevaba un buen rato sin abrir la boca. Me incliné hacia la ventanilla,
intentando ver lo que señalaba.
-Creo que he visto un puma -dijo, mirando todavía fijamente al exterior.
-¿De veras? -Vi un bosquecillo de árboles bajos y blancos y un montón de
rocas melladas, pero ni rastro del puma.
-Se ha escondido detrás de esas rocas -explicó Mike, señalando todavía con el
dedo. Luego se volvió hacia mí-. ¿Has visto algún pueblo?
Negué con la cabeza.
-Sólo desierto.
-¿Pero no decían que el campamento estaba cerca de un pueblo? -Mike parecía
preocupado.
-No creo -le respondí-. Mi padre me dijo que el Campamento Pesadilla está
después de pasar el desierto, dentro del bosque.
Mike reflexionó unos instantes, con el ceño fruncido.
-Bueno, ¿y si queremos llamar a casa? -preguntó.
-Seguramente habrá teléfonos en el campamento -apunté.
Levanté los ojos a tiempo para ver cómo Jay tiraba algo a las chicas sentadas
delante. Parecía una bola verde. Le dio a Dawn en la cabeza y se le quedó pegada en el
pelo.

-¡Eh! -gritó Dawn, arrancándose del cabello la pegajosa bola verde-. ¿Qué es


esto? -Se volvió y fulminó a Jay con la mirada.


Jay soltó su aguda risita.


-No lo sé. Lo he encontrado pegado debajo del asiento -respondió.


Dawn le miró ceñuda y arrojó hacia atrás la bola verde. Ésta pasó de largo ante


Jay y fue a parar contra el cristal trasero, donde se quedó pegada con un sonoro flap.


Todo el mundo rió. Dawn y su amiga Dori se pusieron a hacer muecas a Jay.


Colin jugueteaba con su pañuelo rojo. Jay se recostó y levantó las rodillas, apretándolas


contra el respaldo del asiento de delante.


A poca distancia de mí, hacia la parte delantera del autocar, dos chicos sonrientes


cantaban una canción que todos conocíamos, pero sustituyendo la letra original por


palabras guarras. Algunos chicos empezaron a acompañarlos.


De pronto, sin previo aviso, el autocar se detuvo con un chirriar de frenos


mientras los neumáticos rechinaban ruidosamente contra la carretera.


Todos gritaron de sorpresa. Yo salí despedido del asiento y me golpeé el pecho


contra el asiento de delante.


¡Ugh!


Mientras volvía a recostarme, con el corazón latiéndome con fuerza todavía, el


conductor del autocar se puso en pie y se volvió hacia nosotros, inclinándose


pronunciadamente por el pasillo central. Cuando vimos la cara del conductor, todos


lanzaron sonoras exclamaciones.


Su cabeza era enorme, de color sonrosado, y aparecía coronada por una mata de


brillante pelo azul que se mantenía erizado verticalmente. Tenía orejas largas y


puntiagudas. Sus ojos, rojos y enormes, se proyectaban fuera de las negras órbitas y


danzaban ante su nariz porcina. De la boca entreabierta le asomaban afilados colmillos, y


un líquido verdoso le corría por los labios, negros y gruesos.


Mientras le mirábamos atónitos, llenos de horror, el conductor echó hacia atrás su


monstruosa cabeza y lanzó un rugido feroz.

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora