14
Traté de soltarme, pero aquello me había pillado desprevenido.
Las manos tiraron de mí. Perdí el equilibrio y fui a caer sobre los arbustos.
¿Es una broma? ¿Qué está pasando?, me pregunté.
De pronto, mientras trataba de liberarme, las manos me soltaron. Salí despedido y
aterricé de cabeza sobre un montón de gruesas hojas verdes. Tardé unos momentos en
rehacerme. Luego giré en redondo para enfrentarme a mi atacante.
—¡Dawn! —grité.
—¡Chist! —Dio un salto hacia delante y volvió a taparme la boca con la mano—.
Agáchate —me apremió en un susurro—. Te van a ver.
Me oculté obediente tras los arbustos. Ella volvió a soltarme y retrocedió. Llevaba
un traje de baño azul de una pieza, mojado. Sus cabellos rubios también estaban mojados
y le goteaban sobre los hombros desnudos.
—Dawn, ¿qué haces aquí? —susurré, incorporándome a medias sobre las rodillas.
Antes de que Dawn pudiera responder, otra figura en traje de baño se adelantó
rápidamente, agachada entre los arbustos. Era Dori, la amiga de Dawn.
—Hemos venido nadando esta mañana a primera hora —cuchicheó Dori,
tirándose nerviosamente del pelo—. Hemos estado esperando aquí, entre los arbustos.
—Pero está prohibido —dije yo, sin poder disimular mi desconcierto—. Si os
cogen…
—Teníamos que hablar contigo —me interrumpió Dawn, levantando la cabeza
para atisbar por encima de la vegetación y volviendo a agacharse enseguida.
—Hemos decidido correr el riesgo —añadió Dori.
—¿Qué… qué es lo que pasa? —tartamudeé. Un insecto rojo y negro se posó en
mi hombro. Me lo quité de encima de un manotazo.
—El campamento de las chicas es una pesadilla —susurró Dori.
—Todo el mundo lo llama Campamento Pesadilla —agregó Dawn—. Han
sucedido cosas muy extrañas.
—¿Qué? —La miré boquiabierto. En el agua, no lejos de nosotros, podía oír los
gritos y chapoteos de los chicos que participaban en la carrera. ¿Qué clase de cosas
extrañas?
—Cosas horribles —respondió Dori con expresión solemne.
—Han desaparecido chicas —explicó Dawn—. Se han esfumado sin dejar rastro.
—Y a nadie parece importarle —añadió Dori en un susurro tembloroso.
—¡No puedo creerlo! —exclamé—. Aquí, en el campamento de los chicos, ha
sucedido lo mismo. —Tragué saliva—. ¿Os acordáis de Mike?
Las dos chicas asintieron con la cabeza.
—Mike ha desaparecido —les dije—. Retiraron sus cosas y, simplemente,
desapareció.
—Es increíble —señaló Dori—. De nuestro campamento han desaparecido tres
chicas.
—Dijeron que una fue atacada por un oso —murmuró Dawn.
—¿Y las otras dos? —pregunté.
—Desaparecidas —respondió Dawn con voz estrangulada.
Oí unos silbidos en el agua. Había terminado la carrera y estaban organizando
otra.
Volvió a ocultarse el sol tras una masa de altas nubes blancas. Las sombras se
alargaron y se tomaron más oscuras.
Les conté rápidamente lo de Roger y Jay, y el ataque que se había producido en la
Cabaña Prohibida. Escucharon boquiabiertas y en silencio.
—Igual que en nuestro campamento —observó Dawn.
—Tenemos que hacer algo —dijo Dori con exaltación.
—Tenemos que reunimos. Los chicos y las chicas —susurró Dawn, mirando de
nuevo por encima de las hojas—. Tenemos que trazar un plan.
—¿Escaparnos, quieres decir? —pregunté, sin comprender realmente.
Las dos chicas asintieron con la cabeza.
—No podemos quedarnos aquí —declaró gravemente Dawn—. Cada día
desaparece otra chica, y las monitoras se comportan como si no pasara nada.
—Yo creo que quieren que nos maten —añadió Dori con voz agitada.
—¿Habéis escrito a vuestros padres? —pregunté.
—Les escribimos todos los días —respondió Dori—, pero aún no hemos recibido
noticias de ellos.
De pronto caí en la cuenta de que tampoco yo había recibido ninguna carta de mis
padres. Habían prometido escribirme todos los días, pero ya llevaba casi una semana en
el campamento y aún no había recibido ni una sola carta.
—La semana que viene es el Día de los Visitantes —dije—. Nuestros padres
estarán aquí. Entonces se lo podremos contar todo.
—Quizá sea demasiado tarde —indicó sombríamente Dawn.
—Todo el mundo está asustado —declaró Dori—. Yo llevo dos noches sin dormir.
Todas las noches oigo esos horribles gritos fuera de la cabaña.
Sonó otro silbato, más cerca de la orilla. Oí cómo regresaban los bañistas. Estaba
terminando el baño matutino.
—Yo… no sé qué decir —exclamé—. Debéis tener cuidado, que no os cojan.
—Volveremos nadando al campamento de las chicas cuando ya se haya ido todo
el mundo —explicó Dawn—. Pero tenemos que volver a reunimos, Billy. Tenemos que
conseguir la ayuda de más chicos. Quizá si nos organizamos todos… —dejó la frase en el
aire.
—En este campamento ocurre algo malo —dijo Dori con un estremecimiento, al
tiempo que entornaba los ojos—. Algo maligno.
—Desde luego —asentí. Oía ya las voces de los chicos, muy cerca, junto al otro
lado de los frondosos arbustos—. Tengo que irme.
—Pasado mañana procuraremos reunimos de nuevo aquí —susurró Dawn—.
Cuídate, Billy.
—Cuidaos vosotras —susurré—. No dejéis que os cojan.
Se alejaron silenciosamente, internándose en la espesura. Yo también me alejé de
la orilla, agazapado. Cuando hube pasado el bosquecillo de arbustos, me enderecé y eché
a correr. Estaba ansioso por contarles a Colin y Jay lo que habían dicho las chicas.
Me sentía asustado y excitado al mismo tiempo. Pensaba que quizás a Jay le conviniera saber que al otro lado del río, en el campamento de las chicas, estaban
sucediendo las mismas cosas horribles.
Cuando había recorrido ya la mitad de la distancia que me separaba de las
cabañas, se me ocurrió una idea. Me detuve y eché a andar en dirección al pabellón. De
pronto recordé que había un teléfono de monedas a un lado del edificio. Alguien me había
dicho que aquél era el único teléfono que se nos permitía usar a los campistas.
Llamaré a papá y a mamá, decidí. ¿Por qué no había pensado antes en ello?
Llamaría a mis padres y se lo contaría todo. Les pediría que vinieran a recogerme,
y que recogieran también a Jay, Colin, Dawn y Dori.
Al mirar hacia atrás vi que mi grupo se dirigía hacia el campo de pichi, con las
toallas echadas sobre los hombros. Me pregunté si alguno habría advertido mi ausencia.
Jay y Colin también faltaban, así que Larry y los otros seguramente pensarían que yo
estaba con ellos.
Los vi cruzar en tropel por entre las altas hierbas en grupos de dos o tres. Luego
me volví y empecé a subir la colina en dirección al pabellón.
La idea de llamar a casa me había levantado el ánimo. Estaba ansioso por oír la
voz de mis padres, ansioso por contarles las extrañas cosas que estaban sucediendo allí.
¿Me creerían? Claro que sí. Mis padres siempre me creían, porque confiaban en mí.
Mientras subía a toda prisa por la colina divisé el negro aparato telefónico en la
blanca pared del pabellón. Apreté el paso. Quería volar hasta el teléfono.
Espero que papá y mamá estén en casa, pensé. Tienen que estar en casa.
Jadeaba fuertemente cuando llegué a la pared. Apoyé las manos en las rodillas y
permanecí unos instantes inclinado, tratando de recobrar el aliento.
Luego, cuando levanté la mano para descolgar el auricular, contuve una
exclamación de sorpresa. El teléfono era de plástico. Una imitación. Era sólo una fina
lámina de plástico moldeado sujeta a la pared con un clavo, de modo que pareciese un
teléfono. No era real. Era una falsificación.
No quieren que llamemos al exterior, pensé con un súbito escalofrío.
Con el corazón latiéndome violentamente en el pecho y la cabeza dándome
vueltas, me volví y me di de narices con tío Al.
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Pánico En El Campamento
RandomLas aterradoras historias que se cuentan sobre el campamento se van convirtiendo en realidad... La comida no es buena. Los monitores son extraños. El director, tío Al, parece un demente. Billy es capaz de soportar todo eso. Pero entonces sus compa...