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—Yo… creo que me quedaré con Colín —respondí.
Oí murmurar a Roger que yo era un gallina. Jay parecía decepcionado.
—Te lo vas a perder —dijo.
—No me importa. Estoy cansado —respondí. Era cierto. Me sentía terriblemente
fatigado después de aquel largo día, tanto que me dolían los músculos. ¡Hasta el pelo me
dolía!
Durante todo el camino hasta la tienda, Jay y Roger fueron hablando en susurros,
trazando planes.
Me detuve al pie de la colina y levanté la vista hacia la Cabaña Prohibida. Parecía
inclinarse hacia mí a la pálida luz de las estrellas. Agucé el oído en espera de escuchar los
familiares aullidos que parecían proceder de su interior, pero aquella noche reinaba un
profundo silencio.
Las grandes tiendas de plástico se hallaban alineadas en la zona de cabañas. Yo
me introduje en la nuestra y me tendí sobre mi saco de dormir. El suelo era realmente
duro. Enseguida me di cuenta de que iba a ser una noche larga.
Jay y Colin estaban al fondo de la tienda, ocupados con sus sacos de dormir.
—Se hace raro que no esté aquí Mike —dije, sintiendo un repentino escalofrío.
—Ahora tendrás más sitio para dejar tus cosas —respondió Jay con tono
indiferente. Se hallaba sentado de espaldas a la pared de la tienda, con expresión tensa y
los ojos fijos en la oscuridad que se extendía más allá de la puerta, entreabierta unos
centímetros.
No se veía a Larry por ninguna parte. Colin se mantenía quieto y en silencio. Aún
no se sentía bien.
Yo me di la vuelta y me estiré, tratando de encontrar una postura cómoda. Estaba
deseando dormir pero sabía que no podría conciliar el sueño hasta que Jay y Roger
regresaran de su aventura.
El tiempo transcurría lentamente. Fuera de la tienda hacía frío, y dentro el aire era
pesado y húmedo.
Levanté la vista hacia las oscuras paredes de plástico de la tienda. Un insecto se
deslizó sobre mi frente y lo aplasté de un manotazo.
Oía a Jay y Colin cuchichear detrás de mí, pero no podía entender lo que decían.
Jay rió nerviosamente.
Debí de quedarme amodorrado. Me despertó un reiterado cuchicheo. Enseguida
me di cuenta de que había alguien hablando en voz baja fuera de la tienda.
Levanté la cabeza y vi la cara de Roger, que atisbaba el interior.
—Deséanos suerte —susurró Jay.
—Buena suerte —respondí también en susurros, con voz velada por el sueño.
En la oscuridad, vi la negra forma de Jay que se deslizaba rápidamente hacia la
puerta de la tienda. La abrió, revelando un cuadrado de cielo púrpura, y desapareció en
las tinieblas.
Me estremecí.
—Volvamos a la cabaña —le susurré a Colin—. Aquí hace demasiado frío, y el
suelo parece de roca viva.
Colin asintió. Salimos sigilosamente de la tienda y nos dirigimos en silencio hasta
nuestra cálida y acogedora cabaña. Una vez dentro nos acercamos a la ventana para
intentar ver a Jay y Roger.
—Los van a coger —murmuré—. Estoy seguro.
—No creo —replicó Colin—. Pero de todos modos tampoco van a ver nada. No
hay nada que ver allí arriba. No es más que una estúpida cabaña.
Al asomar la cabeza por la ventana oí las apagadas risitas de Jay y Roger en la
oscuridad. El silencio en el campamento era tan intenso, tan fantasmalmente intenso, que
podía oír sus susurros y el roce de sus piernas contra las altas hierbas.
—Más les valdría callarse —murmuró Colin, apoyándose contra el marco de la
ventana—. Están haciendo demasiado ruido.
—Ya deben de estar subiendo la colina —murmuré. Saqué la cabeza todo lo que
pude pero no conseguí verlos.
Colin empezó a contestar, pero un alarido de horror desgarró el aire silencioso y le
hizo detenerse.
—¡Oh! —exclamé, y metí la cabeza.
—¿Era Jay o Roger? —preguntó Colin con voz temblorosa.
El segundo alarido aún fue más aterrador que el primero. Antes de que se
extinguiera, oí unos gruñidos animales, sonoros y feroces como truenos.
Luego oí la desesperada súplica de Jay:
—¡Socorro! ¡Que alguien nos ayude, por favor!
Con el corazón martilleándome el pecho, me dirigí a la puerta y la abrí. Seguían
resonando en mis oídos los horribles alaridos y me zambullí en la oscuridad, sintiendo en
mis pies descalzos la humedad del suelo cubierto de rocío.
—Jay, ¿dónde estás? —Me oí gritar, pero no reconocía mi voz estridente y
asustada.
entonces vi una forma oscura que corría hacia mí, encorvada y con los brazos
extendidos.
—¡Jay! —exclamé—. ¿Qué ha pasado?
Corrió hacia mí, inclinado todavía hacia delante, con el rostro contorsionado de
horror y los ojos desencajados. Tenía los pelos de punta.
—Ha… ha cogido a Roger —dijo jadeando mientras trataba de enderezarse.
—¿Qué le ha hecho? —pregunté.
—¿Qué era? —preguntó Colin a mi espalda.
—No… no lo sé —tartamudeó Jay, cerrando fuertemente los ojos—. Ha… ha
despedazado a Roger.
Jay lanzó un sonoro sollozo. Luego abrió los ojos y se volvió, aterrorizado.
—¡Ahí viene! —chilló—. ¡Ahora viene a por nosotros!

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora