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Oí el grito de ataque como el aullido de una sirena. Oí el roce de las largas uñas
de las criaturas sobre la plataforma de cemento. Oí los gritos y alaridos de los
aterrorizados campistas.
Luego, mientras pugnaba frenéticamente por incorporarme, oí el estruendo
ensordecedor.
Al principio creí que se trataba de una explosión. Pensé que había estallado la
plataforma, pero al volverme vi el rifle. Otro disparo. Una nubecilla de humo blanco se
elevó en el aire. Las criaturas giraron en redondo y emprendieron la huida, en silencio
ahora, pegadas al suelo y con el rabo entre sus peludas patas.
—¡Ja, ja! ¡Mirad cómo corren! —El hombre mantenía el rifle apoyado contra el
hombro mientras observaba cómo huían las criaturas.
Detrás de él había un largo autocar verde.
Me puse en pie y me sacudí el polvo.
Todo el mundo reía ahora, dando saltos de alegría por habernos librado en el
último momento del horrible peligro que nos amenazaba. Yo estaba todavía demasiado
alterado para celebrarlo.
—¡Corren como conejos! —exclamó el hombre con voz retumbante, al tiempo
que bajaba el rifle.
Un momento después comprendí que el hombre había salido del autocar del
campamento para salvarnos, y que no lo habíamos oído llegar debido a los gritos de
ataque de los animales.
—¿Estás bien, Mike? —pregunté, dirigiéndome hacia mi nuevo amigo, que
parecía asustado.
—Me parece que sí —respondió titubeante—. Me parece que estoy bien.
Dawn me dio una palmada en la espalda, sonriente.
—¡Estamos perfectamente! —exclamó—. ¡Estamos perfectamente!
Nos agrupamos delante del hombre que sostenía el rifle. Era corpulento, de rostro
colorado y casi totalmente calvo a excepción de una franja de pelo rizado y amarillento
que le daba la vuelta a la cabeza, salvo en la frente, claro. Lucía un poblado bigote rubio
bajo su enorme nariz ganchuda, y bajo las peludas cejas rubias brillaban sus diminutos
ojillos de pájaro.
—¡Hola, chicos! Soy tío Al, vuestro amigo y director del campamento. Espero
que os haya gustado la bienvenida al Campamento Pesadilla —dijo con voz grave.
Oí unas cuentas respuestas entre dientes.
Apoyó el rifle en el autocar y avanzó unos pasos hacia nosotros, observando
nuestras caras. Llevaba pantalones cortos blancos y una camiseta de color verde brillante
que se tensaba sobre su prominente barriga. Dos jóvenes, vestidos también de verde y
blanco, bajaron del autocar. Los dos mostraban una expresión seria.
—Vamos a cargar —les indicó tío Al con su voz grave.
No se excusó por haberse retrasado, no ofreció ninguna explicación sobre los
extraños animales ni preguntó si nos encontrábamos bien después del susto que habíamos
sufrido.
Los dos monitores empezaron a introducir los bultos en el compartimento de
equipajes del autocar.
—Este año parece un buen grupo —gritó tío Al—. A las chicas os dejaremos
primero, al otro lado del río. Luego os instalaremos a los chicos.
—¿Qué eran esos horribles animales? —preguntó Dori.
Tío Al hizo como si no la hubiera oído.
Empezamos a subir al autocar. Busqué a Mike y lo encontré hacia el final de la
cola. Estaba pálido y parecía realmente alterado.
—He… he pasado miedo de verdad —confesó.
—Pero estamos bien —le tranquilicé—. Ahora podemos descansar y divertirnos.
—Estoy hambriento —se quejó Mike—. No he comido en todo el día.
—No tendrás hambre cuando pruebes la comida del campamento —le dijo uno de
los monitores, que lo había oído.
Subimos al autocar y yo me senté al lado de Mike. Oía los ruidos que le hacía el
estómago. De pronto me di cuenta de que yo también estaba muerto de hambre. Ardía en
deseos de ver qué aspecto tenía el Campamento Pesadilla. Esperaba que no se hallara
muy lejos.
—¿A qué distancia está nuestro campamento? —pregunté a tío Al, que se había
sentado al volante.
No pareció oírme.
—¡Eh, Mike, ya estamos en marcha! —exclamé alegremente mientras el autocar
comenzaba a rodar por la carretera.
Mike se esforzó en sonreír.
—¡Menos mal que nos vamos de aquí!
Curiosamente, el viaje no duró ni cinco minutos.
Todos manifestamos entre murmullos nuestra sorpresa por la brevedad del
trayecto. ¿Por qué no nos había llevado hasta allí el primer autocar?
Apareció un gran letrero de madera que indicaba Campamento Pesadilla, y tío Al
desvió el autocar a un camino de grava que atravesaba un bosquecillo y conducía al
campamento. Seguimos el estrecho y sinuoso camino y cruzamos un pequeño río de
aguas oscuras. Aparecieron varias cabañas.
—Campamento de las chicas —anunció tío Al. El autocar se detuvo para que
bajasen las cuatro chicas. Dawn me saludó con la mano al descender.
Minutos después llegamos al campamento de los chicos. Por la ventana del
autocar divisé una hilera de pequeñas cabañas blancas. En lo alto de una colina que
ascendía en suave pendiente había un amplio edificio de madera blanca, probablemente
destinado a lugar de reuniones o comedor.
En el borde de un prado, tres monitores, los tres vestidos con pantalón blanco y
camiseta verde, se hallaban ocupados en encender una hoguera en un amplio hoyo de
barbacoa.
—¡Eh, mira, tenemos carne a la parrilla! —exclamé, dirigiéndome a Mike. Estaba
empezando a sentirme realmente excitado.
Mike sonrió también. ¡Se le hacía la boca agua sólo de pensar en comer!
El autocar se detuvo bruscamente al extremo de la hilera de cabañas. Tío Al se
levantó enseguida y se volvió hacia nosotros.

—¡Bienvenidos al magnífico Campamento Pesadilla! —bramó—. Bajad y poneos
en fila para que os asignemos vuestras cabañas. Después de cenar nos veremos en la
fogata de campamento.
Bajamos alborozadamente del autocar. Jay palmeaba con entusiasmo a un chico
en la espalda. Creo que todos nos sentíamos mucho mejor y nos habíamos olvidado ya de
nuestra pequeña aventura.
Me apeé e hice una profunda inspiración. El aire era fresco, sano y fragante.
Detrás del edificio blanco de la colina vi una larga hilera de árboles.
Mientras hacía cola, busqué con la vista la orilla del río. Podía oír el suave rumor
del agua tras una espesa fila de árboles, pero no podía verlo.
A Mike, Jay, Colin y a mí nos asignaron la cabaña 4. No tenía nombre, sólo
número: cabaña 4.
Era realmente pequeña, de techo bajo y con ventanas en dos lados, con capacidad
para seis campistas. Había literas junto a tres de las paredes y una alta estantería en la
cuarta pared, con un pequeño espacio cuadrado en medio.
No había cuarto de baño. Supuse que estaría en otro edificio.
Cuando entramos en la cabaña vimos que una de las camas ya se hallaba
adjudicada. Estaba cuidadosamente hecha, con la manta verde bien estirada, con varias
revistas deportivas y un magnetófono encima.
—Esto debe de ser de nuestro monitor —dijo Jay, inspeccionando el
magnetófono.
—Espero que no tengamos que ponernos esas horribles camisetas verdes —
comentó Colin, sonriendo. Todavía llevaba las gafas de sol de cristales reflectantes
aunque ya casi se había puesto el sol y el interior de la cabaña estaba casi tan oscuro
como si fuese de noche.
Jay eligió una de las literas superiores, y Colin la situada debajo de ella.
—¿Puedo quedarme yo con esta baja? —me preguntó Mike—. Por la noche suelo
dar muchas vueltas y tengo miedo de caerme de una alta.
—Desde luego, no hay problema —respondí. De todos modos, yo prefería la
litera alta. Sería mucho más divertido.
—Espero que no ronquéis —dijo Colin.
—De todas maneras, aquí no vamos a dormir —señaló Jay—. ¡Estaremos de
juerga toda la noche! —Le dio juguetonamente una palmadita a Mike en la espalda pero
con tanta fuerza que lo lanzó violentamente contra el armario.
—¡Eh! —gimió Mike—. ¡Me has hecho daño!
—Perdona. Es que no controlo mi propia fuerza —respondió Jay, dirigiendo una
sonrisa a Colin.
Se abrió la puerta de la cabaña y entró un tipo pelirrojo con la cara completamente
cubierta de pecas oscuras y una gran bolsa de plástico gris en la mano. Era alto y muy
delgado, y vestía pantalón corto blanco y camiseta verde.
—Hola, chicos —dijo, y dejó caer la bolsa en el suelo al tiempo que soltaba un
gruñido. Nos observó con atención, y después señaló la bolsa—. Ahí tenéis sábanas y
mantas. Haceos las camas y procurad que queden tan bien como la mía. —Señaló la litera
situada junto a la ventana que tenía encima del magnetófono.
—¿Eres nuestro monitor? —pregunté.
Asintió con la cabeza
—Sí. Yo soy el afortunado. —Se volvió y se dispuso a salir.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Jay desde atrás.
—Larry —respondió, abriendo la puerta—. Vuestras cosas estarán aquí dentro de
unos minutos —nos dijo—. Podéis disputaros los cajones. Dos de ellos están cerrados y
no se pueden abrir.
Empezó a salir, y luego se volvió hacia nosotros.
—No toquéis mis cosas.
La puerta se cerró de golpe a su espalda. Miré por la ventana y lo vi alejarse
rápidamente a grandes zancadas, sacudiendo la cabeza mientras caminaba.
—Un gran tipo —dijo Colin con sarcasmo.
—Realmente simpático —añadió Jay, meneando la cabeza.
Acto seguido nos lanzamos sobre la bolsa de plástico para sacar las sábanas y las
mantas de lana. Jay y Colin se enzarzaron en una discusión por una manta que según
ellos era más suave que las otras. Yo eché una sábana sobre mi colchón y empecé a
subirme a la litera para remeterla por los bordes. Estaba hacia la mitad de la escalera
cuando oí el grito de Mike.

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora