9
Por la tarde, Jay y yo nos pusimos a escribir una carta a nuestros padres. Yo me
sentía todavía bastante turbado. Seguía viendo la furiosa expresión de Larry mientras
lanzaba la pelota contra Colin.
Se lo conté en la carta a mis padres. Les conté también que no había enfermería
en el campamento, y les puse al corriente de lo que pasaba con la Cabaña Prohibida.
Jay dejó de escribir y levantó la vista hacia mí desde su litera. Estaba totalmente
quemado por el sol. Tenía la frente y las mejillas de un rojo brillante. Se rascó la cabeza.
—Estamos cayendo como moscas —dijo, señalando con un ademán la cabaña
medio vacía.
—Sí —asentí pensativo—. Espero que Colin y Mike se encuentren bien. —Y
luego exclamé de pronto—: ¡Larry golpeó deliberadamente a Colin!
—¿Qué? —Jay dejó de rascarse la cabeza y bajó la mano hasta la litera—. ¿Qué
dices?
—Que tiró deliberadamente la pelota a la cabeza de Colin. Yo lo vi —dije con voz
temblorosa. Había pensado en no decírselo a nadie, pero ahora me alegraba de haberlo
hecho. Así me sentía un poco mejor.
Pero entonces vi que Ja y no me creía.
—Eso es imposible —replicó—. Larry es nuestro monitor. Se le escapó la pelota
de la mano. Eso es todo.
Estaba insistiendo, cuando de pronto se abrió la puerta de la cabaña y entró Colin,
acompañado por Larry.
—¡Colin! ¿Cómo estás? —exclamé. Jay y yo nos pusimos en pie de un salto.
—Bastante bien —respondió Colin. Forzó una leve sonrisa. No podía verle los
ojos pues volvía a tenerlos escondidos tras sus gafas de espejo.
—Está un poco aturdido todavía pero se encuentra bien —dijo alegremente Larry,
cogiendo del brazo a Colin.
—Veo doble —confesó Colin—. Quiero decir que esta cabaña me parece
abarrotada de gente. Hay dos de cada uno de vosotros.
Jay y yo sonreímos sin ganas.
Larry acompañó a Colin hasta la litera baja en que había estado sentado Jay.
—Se pondrá bien dentro de un par de días —nos dijo Larry.
—Sí. Ya no me duele tanto la cabeza —dijo Colin, frotándose suavemente la nuca
y tendiéndose luego encima de las mantas.
—¿Te ha visto un médico? —pregunté.
—Sólo tío Al —respondió Colin—. Me echó un vistazo y dijo que me pondré
bien.
Dirigí una mirada recelosa a Larry, pero él nos volvió la espalda y se agachó para
buscar algo en la bolsa que tenía debajo de la cama.
—¿Dónde está Mike? ¿Se encuentra bien? —preguntó Jay a Larry.
—Está perfectamente —respondió Larry sin volverse.
—¿Pero dónde se encuentra? —pregunté yo.
Larry se encogió de hombros.
—Supongo que seguirá en el pabellón. La verdad es que no lo sé.
—¿Pero va a volver? —insistí.
Larry empujó la bolsa debajo de su cama y se incorporó.
—¿Habéis terminado vuestras cartas? —preguntó—. Daos prisa y cambiaos de
ropa para la cena. Podéis echar la cartas al correo en el pabellón. —Echó a andar hacia la
puerta—. Ah, y no olvidéis que hoy es la Noche de las Tiendas. Esta noche vais a dormir
en tienda de campaña.
Todos soltamos un gemido.
—Pero hace demasiado frío fuera, Larry —protestó Jay.
Larry hizo como si no le hubiera oído y nos dio la espalda.
—Eh, Larry, ¿tienes algo para ponerme en estas quemaduras del sol?
—No —respondió Larry, y salió por la puerta.
Jay y yo ayudamos a Colin a subir al pabellón. Seguía viendo doble y le dolía
mucho la cabeza.
Nos sentamos los tres al extremo de la larga mesa que quedaba junto a la ventana.
Una fuerte brisa soplaba sobre la mesa y refrescaba nuestra piel quemada por el sol.
Para cenar teníamos una especie de carne en salsa con patatas. No era gran cosa,
pero yo estaba tan hambriento que no importaba. Colin no tenía mucho apetito. Apenas si
picoteó los bordes de sus grisáceos trozos de carne.
En el comedor reinaba el mismo bullicio de siempre. Los chicos reían y daban
gritos a sus amigos sentados ante las largas mesas.
En una de ellas había algunos que se entretenían en arrojarse colines unos a otros
como si se tratara de jabalinas.
Los monitores, vestidos con sus ropas verdes y blancas, comían como de
costumbre en una mesa del fondo sin ocuparse para nada de nosotros.
Circuló el rumor de que después de cenar íbamos a aprender todas las canciones
del campamento. Todos manifestaron su falta de interés al enterarse.
Hacia la mitad de la cena, Jay y el chico que se sentaba enfrente de él, un tal
Roger, empezaron a forcejear disputándose un colín. Jay consiguió cogerlo, pero en el
forcejeo me volcó encima del pantalón todo su vaso de mosto.
—¡Eh! —Me puse en pie de un salto y contemplé lleno de rabia cómo la mancha
oscura se extendía por la parte delantera del pantalón.
—¡Billy ha tenido un accidente! —exclamó Roger. Y todo el mundo se echó a
reír.
—Sí. ¡Se ha meado en los pantalones! —añadió Jay.
Todos lo encontraban muy divertido. Alguien me tiró un colín, que rebotó en mi
pecho y fue a caer en mi plato. Más risas.
El alboroto duró sólo unos minutos, hasta que dos monitores impusieron orden en
el comedor. Yo decidí volver a la cabaña y cambiarme de pantalones. Mientras salía
corriendo, oí que Jay y Roger gastaban bromas a mi costa.
Bajé a toda velocidad por la colina en dirección a las cabañas. Quería regresar al
comedor a tiempo para tomar el postre. Empujé con el hombro la puerta de la cabaña,
crucé el pequeño recinto hasta el armario y abrí mi cajón.
—¿Qué?
Me quedé de piedra al ver que el cajón estaba completamente vacío.
—¿Qué pasa aquí? —exclamé en voz alta—. ¿Dónde están mis cosas?
Retrocedí un paso, totalmente sorprendido, y me di cuenta entonces de que me
había equivocado de cajón. Aquel cajón no era el mío, era el de Mike. Me lo quedé
mirando fijamente un rato. Toda la ropa de Mike había desaparecido. Me volví y busqué
su mochila, que había quedado detrás de nuestras literas. También había desaparecido.
Mike no volvería más.
Estaba tan trastornado que regresé corriendo al comedor, sin cambiarme de
pantalones.
Me dirigí jadeando a la mesa de los monitores y me acerqué por detrás a Larry,
que estaba hablando con el monitor sentado a su lado, un tipo gordo de pelo rubio y muy
largo.
—¡Larry, Mike se ha ido! —exclamé, casi sin aliento.
Larry no se volvió. Continuó hablando con el otro monitor, como si yo no
estuviera.
Agarré a Larry por el hombro.
—¡Escucha, Larry! —grité—. ¡Mike ha desaparecido!
Larry se volvió lentamente, con expresión de fastidio.
—Vuelve a tu mesa, Billy —me dijo con sequedad—. Esta mesa es sólo para los
monitores.
—¿Pero qué hay de Mike? —insistí—. Sus cosas han desaparecido. ¿Qué le ha
pasado? ¿Se encuentra bien?
—¿Cómo quieres que lo sepa? —replicó Larry, con tono de impaciencia.
—¿Lo han mandado a casa? —pregunté, negándome a marcharme hasta recibir
alguna respuesta.
—Sí, es posible. —Larry se encogió de hombros y bajó la vista—. Se te ha caído
algo en los pantalones.
El corazón me palpitaba con tal fuerza que sentía el latido de la sangre en las
sienes.
—¿De verdad no sabes qué ha sido de Mike? —pregunté desanimado.
Larry meneó la cabeza.
—Estoy seguro de que se encuentra perfectamente —respondió, volviéndose de
nuevo hacia sus compañeros.
—Puede que se haya ido al río a darse un baño —sugirió con una risita el tipo
rubio sentado a su lado.
Larry y algunos monitores rieron también.
Yo no le veía la gracia. Me sentía lleno de preocupación y un poco asustado.
¿A los monitores de este campamento no les importa lo que pueda pasarnos?, me
pregunté malhumorado.
Regresé a la mesa. Estaban repartiendo pudin de chocolate como postre, pero yo
no tenía hambre.
Conté a Colin, Jay y Roger que habían desaparecido las cosas del cajón de Mike y
que Larry hacía como si no supiera nada del asunto. El hecho no les preocupó tanto como
a mí.
—Seguramente que tío Al ha mandado a Mike a casa por lo de la mano —dijo
Colin sin inmutarse mientras cogía una cucharada de pudin—. La tenía bastante
hinchada.
—¿Pero por qué no quería Larry decirme la verdad? —pregunté, sintiendo como
si me hubiera tragado una piedra enorme para cenar—. ¿Por qué ha dicho que no sabía
nada de Mike?
—A los monitores no les gusta hablar de cosas malas —dijo Jay, aplastando su
pudin con la cuchara—. Podría darnos pesadillas a los pobrecitos niños. —Cogió una
cucharada de pudin y se la arrojó a Roger a la cara.
—¡Me las vas a pagar! —exclamó Roger, hundiendo su cuchara en la masa de
chocolate. Lanzó un trozo de pudin, que se estrelló contra la pechera de la camiseta de
Jay.
Fue el principio de una batalla que se extendió a lo largo de toda la mesa, con
trozos de pudin como munición. No se volvió a hablar más de Mike.
Después de cenar, tío Al nos habló de la Noche de las Tiendas y de lo bien que lo
íbamos a pasar durmiendo en tienda de campaña.
—Lo importante es que guardéis silencio total para que los osos no puedan
encontraros —bromeó. Menuda broma.
Luego, él y los monitores nos enseñaron las canciones del campamento.
Tío Al nos las hizo cantar una y otra vez hasta que las aprendimos.
Yo no tenía ganas de cantar, pero Jay y Roger empezaron a inventar letras
picantes para las canciones y muy pronto fuimos varios los que nos pusimos a cantar a
pleno pulmón nuestras propias versiones de las canciones.
Más tarde bajábamos todos en grupo por la colina en dirección a nuestras tiendas.
Era una noche fría y despejada. Las estrellas brillaban débilmente en la negrura del cielo.
Ayudé a Colin a bajar por la colina. Seguía viendo doble y se sentía un poco débil.
Jay y Roger iban unos pasos por delante de nosotros, empujándose con los hombros,
primero a la izquierda y luego a la derecha.
De pronto, Jay se volvió hacia mí y Colin.
—Esta noche es la noche —susurró con una malévola sonrisa.
—¿Eh? ¿Qué noche es esta noche? —pregunté.
—Chist. —Se llevó un dedo a los labios—. Cuando todo el mundo esté dormido,
Roger y yo iremos a explorar la Cabaña Prohibida. —Se volvió hacia Colin—. ¿Vendrás
con nosotros?
Colin meneó tristemente la cabeza.
—No creo que pueda, Jay.
Jay, que iba delante de nosotros, me miró fijamente a los ojos.
—¿Y tú, Billy? ¿Vendrás?
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Pánico En El Campamento
RandomLas aterradoras historias que se cuentan sobre el campamento se van convirtiendo en realidad... La comida no es buena. Los monitores son extraños. El director, tío Al, parece un demente. Billy es capaz de soportar todo eso. Pero entonces sus compa...