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Pocos minutos después Mike y yo entramos en nuestra cabaña.
Jay y Colin se hallaban sentados, cada uno en su cama, con expresión tensa.
—¿Dónde está Larry? —preguntó Mike con voz en la que se traslucía el miedo.
—No está aquí —respondió Colin.
—¿Dónde está? —chilló Mike—. Tengo que encontrarlo. ¡Mi mano!
—No tardará en venir —sugirió Jay.
Yo podía oír todavía los extraños aullidos a través de la ventana abierta.
—¿Oís eso? —pregunté dirigiéndome hacia la ventana y escuchando con
atención.
—Seguramente es un coyote —dijo Colin.
—Los coyotes no aúllan así —replicó Mike—. Su aullido es más agudo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Colin, dirigiéndose hacia la litera de Larry y
sentándose en la cama inferior.
—Lo hemos estudiado en la escuela —respondió Mike.
Otro aullido nos puso a todos en guardia.
—Parece un hombre —sugirió Jay, con ojos brillantes de excitación—. Un
hombre que lleva años y años encerrado en la Cabaña Prohibida.
Mike tragó saliva.
—¿Lo crees de verdad?
Jay y Colin se echaron a reír.
—¿Qué hago con mi mano? —preguntó Mike, levantándola. La tenía realmente
hinchada.
—Ve a lavártela otra vez —le dije—, y ponte una venda limpia. —Miré por la
ventana, escrutando la oscuridad—. No creo que Larry tarde en venir. Seguro que él sabe
dónde encontrar algo para ponerte en la herida.
—Es increíble que no haya enfermería —se lamentó Mike—. ¿Cómo han podido
mandarme mis padres a un campamento en el que no hay enfermería ni enfermero ni
nada?
—A tío Al no le gusta derrochar delicadezas con nosotros —dijo Colin, repitiendo
las palabras de Larry.
Jay se puso en pie y empezó a imitar a tío Al.
—¡Manteneos apartados de la Cabaña Prohibida! —exclamó con voz retumbante.
Lo imitaba muy bien—. ¡No hablamos de esa cabaña ni nos acercamos nunca a ella!
La imitación de Jay nos hizo reír a todos, incluso a Mike.
—¡Esta noche tenemos que ir allí! —exclamó Colin con entusiasmo—. ¡Tenemos
que ir a explorarla inmediatamente!
Oímos otro prolongado y lastimero aullido que llegaba desde la colina, desde la
dirección de la Cabaña Prohibida.
—Yo… yo creo que no deberíamos hacerlo —replicó Mike en voz baja mientras
se examinaba la mano. Echó a andar hacia la puerta—. Voy a lavarme esto. —La puerta
se cerró de golpe tras él.
—Está asustado —se burló Jay.
—Yo también estoy un poco asustado —confesé—. Quiero decir que esos
horribles aullidos…
Jay y Colin soltaron la carcajada.
—En todos los campamentos hay algo parecido a la Cabaña Prohibida. Eso se lo
inventan los directores.
—Sí —confirmó Jay—. A los directores de los campamentos les encanta asustar a
los chavales. No tienen otra diversión que ésa.
Hinchó el pecho e imitó de nuevo a tío Al.
—¡No salgáis después de que se apaguen las luces o no se volverá a saber nada
más de vosotros! —tronó, y se echó a reír carcajadas.
—No hay nada en la Cabaña Prohibida —dijo Colin meneando la cabeza—. Lo
más probable es que esté completamente vacía. Sólo se trata de una broma, como esas
historias de los fantasmas de campamento. Cada campamento tiene su propia historia de
fantasmas.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, dejándome caer en la cama de Mike—. ¿Ya
habías estado en algún campamento?
—No —respondió Colin—, pero tengo amigos que me han hablado de sus
campamentos. —Levantó la mano y se quitó por primera vez las gafas de espejo que
llevaba. Tenía unos ojos azules muy claros, como grandes canicas azules.
De pronto oímos el sonido de una corneta que repetía una melodía lenta y
melancólica.
—Ésa debe de ser la señal para apagar las luces —dije, bostezando. Empecé a
quitarme los zapatos. Estaba tan cansado que pensaba dormir vestido.
—Venga, vamos a explorar la Cabaña Prohibida —insistió Jay—. ¡Podemos ser
los primeros en hacerlo!
Volví a bostezar.
—Yo estoy demasiado cansado —les dije.
—Yo también —añadió Colin. Se volvió hacia Jay—. ¿Qué tal mañana por la
noche?
Jay puso cara de decepción.
—Mañana —insistió Colin, arrojando los zapatos a un rincón y empezando a
quitarse los calcetines.
—¡Yo en vuestro lugar no lo haría!
La voz nos sobresaltó a los tres. Nos volvimos hacia la ventana, donde de repente
había aparecido la cabeza de Larry. Nos sonrió.
—Yo en vuestro lugar le haría caso a tío Al —dijo.
Me pregunté cuánto tiempo llevaría escuchándonos. ¿Nos estaba espiando
deliberadamente?
Se abrió la puerta. Larry agachó la cabeza al entrar. Se había desvanecido su
sonrisa.
—Tío Al no estaba bromeando —dijo con expresión seria.
—Por supuesto que no —replicó sarcásticamente Colin. Subió a su cama y se
deslizó bajo la manta de lana.
—Supongo que el fantasma del campamento se abalanzará sobre nosotros si
salimos después de que apaguen las luces —bromeó Jay, tirando una toalla al otro extremo de la habitación.
—No. No hay ningún fantasma —respondió Larry con voz tranquila—. Pero
Sabré sí lo hará. —Abrió su cajón y empezó a buscar algo en su interior.
—¿Quién es Sabré? —pregunté yo, completamente despierto de pronto.
—Sabré no es una persona, es una cosa —respondió Larry con tono misterioso.
—Sabré es un monstruo de ojos rojos que se zampa un campista cada noche —
dijo burlonamente Colin. Se me quedó mirando—. No hay ningún Sabré, Larry nos está
soltando otra de las típicas historias de campamento.
Larry dejó de rebuscar en su cajón y miró a Colin.
—No, no os estoy soltando ninguna historia —insistió en voz baja—. Estoy
tratando de evitaros problemas, no pretendo asustaros.
—Entonces, ¿qué es Sabré? —pregunté yo con impaciencia.
Larry sacó un jersey del cajón, que cerró acto seguido.
—No necesitáis saberlo —respondió.
—Venga, dinos qué es —rogué.
—No lo va a decir —aseguró Colin.
—Os diré sólo una cosa. Sabré os arrancará el corazón —declaró Larry sin
levantar la voz.
Jay soltó una risa guasona.
—Sí, seguro.
—¡Hablo en serio! ¡No estoy bromeando! —Se metió el jersey por la cabeza—.
¿No me creéis? Salid una noche. Salid al encuentro de Sabré. —Forcejeó para meter el
brazo por la manga del jersey—. Pero antes —advirtió—, dejadme una nota con vuestra
dirección para que yo sepa adonde mandar vuestras cosas.

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora