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Lancé un grito al ver el rifle.
¿Había leído mis pensamientos? ¿Sabía que me disponía a huir?
Un escalofrío me recorrió la espalda mientras contemplaba el rifle, boquiabierto.
Al levantar los ojos hacía tío Al, me di cuenta de que no me estaba mirando a mí.
En realidad estaba pendiente de los dos monitores, que habían depositado sus
sacos en el suelo y estaban inclinados sobre ellos, tratando de abrirlos.
—¿Por qué nos paramos? —preguntó Tyler, el chico que iba delante de mí.
—¿Ha terminado la marcha? —bromeó otro. Algunos se echaron a reír.
—Supongo que ya nos podemos volver —dijo otro chico.
Yo contemplé con incredulidad cómo Larry y el otro monitor empezaban a sacar
rifles de los dos sacos.
—Alineaos y cojed uno —nos ordenó Al, golpeando la culata de su rifle contra el
suelo—. Un rifle cada uno. ¡Vamos, daos prisa!
Nadie se movió. Creo que todo el mundo pensó que tío Al estaba bromeando.
—¿Qué pasa? ¡He dicho que os deis prisa! —exclamó furioso. Cogió un montón
de rifles y empezó a recorrer la fila, poniendo uno en las manos de cada chico.
A mí me echó tan violentamente el rifle contra el pecho que retrocedí unos pasos,
tambaleándome. Lo agarré por el cañón antes de que cayera al suelo.
—¿Qué es lo que ocurre? —me preguntó Tyler.
Me encogí de hombros, observando horrorizado el rifle. Nunca había tenido un
arma de verdad en las manos. Mis padres eran contrarios a toda clase de armas de fuego.
Pocos minutos después estábamos todos formados a la sombra de los árboles,
sosteniendo un rifle cada uno. Tío Al se situó hacia la mitad de la fila y nos hizo señales
de que nos acercásemos y nos colocáramos en círculo a su alrededor para que pudiéramos
oírle.
—¿Qué pasa? ¿Vamos a hacer prácticas de tiro? —preguntó un chico.
Larry y el otro monitor soltaron una risita al oír aquellas palabras. Tío Al
permaneció con semblante serio y expresión grave.
—Basta de bromas —ordenó—. Éste es un asunto serio.
El círculo de campistas se estrechó a su alrededor. Quedamos en silencio. Un ave
graznó ruidosamente en un árbol cercano. Aquello me recordó mi plan de huida.
¿Iba a arrepentirme realmente de no haberme fugado?
—Anoche se escaparon dos chicas del campamento femenino —anunció tío Al
con tono seco e inexpresivo—. Una rubia y una pelirroja.
¡Dawn y Dori!, exclamé para mis adentros. ¡Seguro que son ellas!
—Creo —continuó tío Al— que son las mismas que hace unos días se acercaron
al campamento de los chicos y se escondieron cerca de la orilla del río.
¡Sí!, pensé lleno de alegría. ¡Son Dawn y Dori! ¡Han escapado!
De pronto me di cuenta de que estaba sonriendo abiertamente, pero enseguida me
apresuré a ponerme serio antes de que tío Al pudiera ver mi reacción de alegría ante la
noticia.
—Muchachos, las dos chicas están en este bosque. Se encuentran cerca —
continuó tío Al. Levantó su rifle—. Vuestras armas están cargadas. Apuntad
cuidadosamente cuando las veáis. ¡No se nos escaparán!

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora