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La mañana siguiente fue divertida. Nos despertamos muy temprano. El sol
comenzaba a asomar por el horizonte y el aire estaba todavía fresco y húmedo. Se oía el
trinar de los pájaros. El sonido me recordó a mi casa. Mientras bajaba de la cama y me
estiraba, pensé en mis padres y sentí deseos de llamarles por teléfono para hablarles del
campamento. Pero era sólo el segundo día. Me resultaría un poco embarazoso llamarles
ya al segundo día.
La verdad es que sentía una terrible añoranza. Pero, por fortuna, no había tiempo
para la nostalgia. Después de ponernos ropa limpia, corrimos al pabellón de la colina que
servía de centro de reuniones, teatro y comedor.
Mesas y bancos alargados se hallaban dispuestos en hileras rectas en el centro del
enorme recinto. Las tablas del suelo y las paredes eran de madera de pino oscura. A gran
altura, sobre nuestras cabezas, había también vigas de pino. No se veían ventanas, así que
parecía como si estuviésemos metidos en una cueva enorme y oscura.
El estrépito de platos, tazas y cubiertos entrechocando unos con otros resultaba
ensordecedor. Nuestras carcajadas retumbaban en el elevado techo y reverberaban en las
paredes de madera. Mike me gritó algo desde el otro lado de la mesa pero no pude oírle
debido al jaleo.
Algunos se quejaban de lo que había para desayunar, pero a mí me parecía bien.
Teníamos huevos revueltos, beicon, patatas fritas, tostadas y zumos de frutas. Yo nunca
desayunaba tanto en casa, pero estaba muerto de hambre y me lo zampé todo.
Después de desayunar nos alineamos en el exterior del pabellón para formar
diferentes grupos de actividades. El sol estaba ya alto en el cielo. Iba a hacer auténtico
calor. Nuestras excitadas voces resonaban por la suave colina. Todos reíamos y
hablábamos, y nos sentíamos de maravilla.
Delante de nosotros se hallaban Larry y otros dos monitores, con las listas sujetas
a una tablilla en la mano, protegiéndose los ojos del brillante sol mientras nos dividían en
grupos. El primero, integrado por unos diez chicos, se puso en marcha en dirección al río
para darse un baño.
Los hay con suerte, pensé. Yo estaba deseando bajar a la orilla, a ver cómo era el
río.
Mientras esperaba a que leyeran mi nombre, divisé un teléfono de monedas en la
pared del pabellón. Pensé de nuevo en mis padres. Decidí llamarles después. Estaba
ansioso por describirles el campamento y hablarles de mis nuevos amigos.
—Bien, muchachos. Seguidme hasta el campo de juego —nos ordenó Larry—.
Vamos a jugar nuestro primer partido de pichi.
Unos doce chicos, entre ellos todos los de mi cabaña, seguimos a Larry colina
abajo en dirección a la extensión de hierba que formaba el campo de juego.
Eché a correr al trote para alcanzar a Larry, que siempre caminaba a zancadas con
sus largas piernas, como si tuviese una prisa terrible.
—¿Después de esto iremos a nadar? —pregunté.
Sin aflojar el paso, miró la hoja de papel que llevaba sujeta a la tablilla.
—Supongo que sí —respondió—. Necesitaréis daros un baño después del partido
porque ahora vais a sudar.
—¿Has jugado alguna vez a pichi? —me preguntó Jay mientras intentábamos
mantenernos a la altura de Larry.
—Sí, desde luego —respondí—. En la escuela jugábamos mucho a eso.
Larry se detuvo en el extremo del amplio campo verde en el que ya estaban
colocadas las bases y el cuadro del bateador. Nos hizo formar en fila y nos dividió en dos
equipos.
El pichi es un juego fácil de aprender. El bateador arroja la pelota al aire lo más
alto y lo más lejos que puede. Luego tiene que recorrer las bases antes de que alguien del
otro equipo coja la pelota, le alcance y le toque con ella o la sitúe antes en la base.
Larry empezó a leer nuestros nombres, dividiéndonos en dos equipos. Pero
cuando leyó el nombre de Mike, éste se adelantó hacia Larry, sosteniendo con cuidado su
mano vendada.
—Yo… yo no creo que pueda jugar, Larry —tartamudeó.
—Vamos, Mike. No seas quejica —exclamó Larry.
—Pero es que me duele mucho —insistió Mike—. Me está dando unas punzadas
terribles, Larry. El dolor se me está extendiendo por todo el costado. Y mira —levantó la
mano hasta la cara de Larry—, está toda hinchada.
Larry le apartó suavemente el brazo con la tablilla.
—Ve a sentarte a la sombra —le dijo.
—¿No debería tomar alguna medicina o ponerme algo en la herida? —preguntó
Mike con voz estridente. Me di cuenta de que el pobre estaba realmente mal.
—Siéntate allí, bajo aquel árbol —le ordenó Larry, señalando un grupo de árboles
bajos y frondosos que había en el borde del campo—. Más tarde hablaremos de eso.
Larry se apartó de Mike y tocó un silbato para que diera comienzo el partido.
—Yo ocuparé el puesto de Mike en el equipo azul —anunció, echando a correr en
dirección al campo.
En cuanto comenzó el partido me olvidé de Mike. Nos lo estábamos pasando en
grande. Casi todos los chicos jugaban bastante bien y el partido se desarrollaba a un ritmo
mucho más rápido que cuando jugábamos en la escuela.
La primera vez que tiré desde el cuadro de bateador lancé la pelota muy arriba
pero fue a caer directamente en las manos de un contrario y no llegué a la base. La
segunda vez logré tres bases antes de que me alcanzaran.
Larry era un gran jugador. Cuando se colocó en el cuadro de bateador, lanzó la
pelota con tanta fuerza que voló por encima de las cabezas de los demás jugadores, y
mientras ellos la perseguían, Larry recorrió todas las bases en rápida y elegante carrera.
Cuando estábamos en el cuarto turno, nuestro equipo, el equipo azul, iba ganando
por doce a seis. Todos poníamos mucho entusiasmo en el juego y estábamos realmente
acalorados y sudorosos. Yo estaba deseando que llegase el momento de darnos un baño
en el río.
Colin jugaba en el equipo rojo. Observé que era el único que no disfrutaba con el
juego. Había sido alcanzado seis veces y había fallado una captura cantada. Me di cuenta
de que Colin no era muy atlético. Tenía brazos largos y delgados, sin nada de músculo, y
además corría torpemente. En el tercer turno, Colin se enzarzó en una discusión con un
jugador de mi equipo sobre si un lanzamiento había sido nulo o no. Pocos minutos
después, Colin discutía airadamente con Larry sobre una pelota que él afirmaba que había
sido mala.
Larry y él estuvieron gritándose un rato. Nada especial, la típica discusión de los
partidos. Finalmente Larry ordenó a Colin que se callara y que volviese al extremo del
campo. Colin obedeció a regañadientes, y el partido continuó.
No volví a pensar en ello. Quiero decir que esa clase de discusiones se producen
constantemente en todos los partidos, y que incluso hay quienes disfrutan con las
discusiones tanto como jugando.
Pero luego, en el turno siguiente, ocurrió algo extraño que me causó una
impresión penosa y me hizo preguntarme qué era lo que estaba pasando. Le correspondía
sacar al equipo de Colin. Éste se situó en el cuadro de bateador y se dispuso a lanzar la
pelota. Larry jugaba en el campo exterior. Yo me encontraba cerca, también en el campo.
Colin lanzó la pelota, alta, pero no muy lejos. Larry y yo echamos a correr para cogerla.
Larry llegó primero, cogió la pequeña y dura pelota al primer bote, echó el brazo hacia
atrás y entonces vi que cambiaba de expresión. Vi que sus facciones se tensaban de rabia.
Le vi entornar los ojos y fruncir las cobrizas cejas con un gesto de profunda
concentración.
Con un sonoro gruñido, que revelaba su esfuerzo, Larry lanzó la pelota con todas
sus fuerzas. La pelota golpeó a Colin en el cogote con un seco chasquido, y sus gafas de
espejo salieron volando por el aire. Colin se detuvo en seco y emitió un grito breve y
agudo. Entonces levantó los brazos, como si le hubieran pegado un tiro, y se desplomó
boca abajo sobre la hierba, donde quedó inmóvil.
La pelota se alejó rodando.
Lancé un grito de horror. Entonces vi que la expresión de Larry cambiaba de
nuevo. Se le desorbitaron los ojos en un gesto de incredulidad y abrió la boca,
horrorizado.
—¡No! —exclamó—. ¡Yo no quería tirársela a él!
Caí de rodillas en el suelo mientras Larry echaba a correr en dirección a Colin.
Me sentía aturdido, trastornado y confuso, y tuve una sensación de náusea en el
estómago.
—¡La pelota ha resbalado! —gritaba Larry—. Ha resbalado.
Mentiroso, pensé. Mentiroso. Mentiroso. Mentiroso.
Me puse en pie con esfuerzo y corrí hacia el círculo de chicos que rodeaban a
Colin. Cuando llegué, Larry estaba arrodillado junto a Colin, sosteniéndole suavemente la
cabeza con las dos manos.
Colin tenía los ojos abiertos. Miraba con aire aturdido a Larry y exhalaba leves
gemidos.
—Haced sitio —estaba gritando Larry—. Haced sitio. —Miró a Colin—. La
pelota ha resbalado. Lo siento de veras. La pelota ha resbalado.
Colin gimió con más fuerza. Los ojos se le quedaron en blanco. Larry le desanudó
el pañuelo rojo y le secó la frente con él.
Colin gimió de nuevo y cerró los ojos.
—Ayudadme a llevarle al pabellón —ordenó Larry a dos chicos del equipo rojo
—. Los demás cambiaos de ropa para ir a bañaros. El monitor del río os estará esperando.
Vi cómo Larry y los otros dos levantaban en vilo a Colin para transportarlo hacia
el pabellón. Larry le agarraba por los hombros. Los dos chicos le sostenían torpemente por las piernas.
La sensación de náusea no se me había pasado. Seguía viendo mentalmente la
intensa expresión de rabia que
mostraba el rostro de Larry cuando lanzó la pelota contra la cabeza de Colin. Yo
sabía que había sido deliberado.
Me puse a seguirles, no sé por qué. Supongo que estaba tan turbado que no
pensaba con claridad. Se hallaban ya cerca del pie de la colina cuando vi que Mike los
alcanzaba. Corría junto a Larry, levantando la mano hinchada.
—¿Puedo ir yo también? —suplicó Mike—. Alguien tiene que mirarme la mano.
Me duele mucho, Larry. Por favor, ¿puedo ir yo también?
—Sí, será mejor —respondió Larry secamente.
Bien, pensé. Por fin alguien le va a prestar un poco de atención a la mordedura de
serpiente.
Sin hacer caso del sudor que me corría por la frente, los vi dirigirse colina arriba
hacia el pabellón.
Aquello no debería de haber ocurrido, pensé, sintiendo de pronto un escalofrío, no
obstante el ardiente sol.
Algo marchaba mal. Algo marchaba terriblemente mal.
¿Cómo iba yo a saber que los horrores no habían hecho más que empezar…?

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora