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El rugido del conductor fue tan fuerte que hizo vibrar los cristales de las
ventanillas. Algunos chicos gritaron aterrorizados. Mike y yo nos escondimos tras el
respaldo del asiento que teníamos delante.
—¡Se ha convertido en un monstruo! —susurró Mike con los ojos desorbitados
por el miedo.
Entonces oímos una carcajada en la parte delantera del autocar.
Me incorporé a tiempo para ver cómo el conductor se llevaba una mano a su
brillante pelo azul. Estiró… y se arrancó la cara.
Se oyeron gritos horrorizados, pero enseguida nos dimos cuenta de que la cara
que colgaba de la mano del conductor era una máscara. Se había puesto una máscara de
monstruo.
Vi con alivio que su verdadera cara era completamente normal. Tenía piel pálida,
pelo negro, escaso y muy corto, y ojos azules y pequeños. Reía, sacudiendo la cabeza y
disfrutando con su broma.
—Esto siempre asusta a todo el mundo —declaró, levantando en alto la horrible
máscara.
Algunos corearon su risa, pero casi todos estábamos demasiado sorprendidos y
confusos como para encontrarlo divertido.
De pronto cambió su expresión.
—¡Todo el mundo fuera! —ordenó ceñudo.
Accionó una palanca y la puerta se abrió con un ruido siseante.
—¿Dónde estamos? —preguntó alguien.
Pero el conductor hizo caso omiso de la pregunta. Arrojó la máscara sobre el
asiento, bajó la cabeza para no golpearse contra el techo y salió rápidamente por la
puerta.
Me incliné por delante de Mike y miré por la ventana, pero no vi gran cosa. Sólo
kilómetros y kilómetros de terreno liso y amarillento interrumpido de tanto en tanto por
rojos macizos rocosos. Parecía un desierto.
—¿Por qué tenemos que salir aquí? —preguntó Mike, volviéndose hacia mí. Me
di cuenta de que estaba realmente preocupado.
—Quizás eso es el campamento —bromeé. A Mike mi comentario no le pareció
nada gracioso.
Todos nos sentíamos aturdidos mientras bajábamos atropelladamente del autocar,
empujándonos unos a otros. Mike y yo fuimos los últimos en salir pues íbamos sentados
atrás del todo.
Al apearme y pisar el duro suelo hice visera con la mano para protegerme los ojos
del brillante sol de la tarde. Estábamos en una zona llana y despejada. El autocar se había
detenido junto a una plataforma de cemento del tamaño de una pista de tenis.
—Debe de ser una especie de estación de autocares —le dije a Mike—. Un
apeadero o algo por el estilo.
Él tenía las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Dio una patada a la tierra ero no dijo nada.
Al otro lado de la plataforma, Jay se estaba peleando con un chico con el que yo
no había hablado todavía. Colin permanecía apoyado tranquilamente contra un costado
del autocar. Las cuatro chicas se hallaban agrupadas en círculo en la parte delantera de la
plataforma, hablando sosegadamente de algo.
Observé que el conductor se dirigía al costado del autocar y abría el maletero.
Empezó a sacar bolsas y mochilas y a llevarlas a la plataforma de cemento.
Un par de chicos se habían sentado en el borde de la plataforma para ver actuar al
conductor. Al otro lado, Jay y algunos otros jugaban a ver quién arrojaba más lejos las
piedras rojas que había en el suelo.
Mike, con las manos metidas todavía en los bolsillos, se acercó por detrás al
sudoroso conductor.
—Eh, ¿dónde estamos? ¿Por qué paramos aquí? —le preguntó nerviosamente.
El conductor hizo caso omiso de las preguntas y sacó del maletero una
voluminosa y pesada bolsa negra. Mike le repitió las preguntas, y el conductor volvió a
pasar olímpicamente de él.
Con paso lento y arrastrando los pies sobre el duro suelo, Mike regresó a donde
yo me encontraba. Parecía realmente preocupado. Yo me sentía confundido pero no
preocupado. Quiero decir que veía cómo el conductor iba sacando tranquilamente los
equipajes. El hombre sabía lo que se hacía.
—¿Por qué no quiere contestarme? ¿Por qué no nos dice nada? —preguntó Mike.
Yo sentía que Mike estuviese tan nervioso, pero no quería seguir oyendo sus
preguntas. Me estaba empezando a poner nervioso a mí también.
Me separé de él y me dirigí hacia donde estaban las cuatro chicas. Al otro lado,
Jay y sus amigos continuaban con su competición de tirar piedras.
Dawn me sonrió al verme, pero enseguida apartó la vista. Es realmente guapa,
pensé. Sus cabellos rubios centelleaban a la luz del sol.
—¿Eres de Center City? —me preguntó su amiga Dori, entornando los ojos en su
pecosa cara para protegerlos del sol.
—No —respondí—. Soy de Midlands. Está al norte de Center City. Cerca de
Outreach Bay.
—¡Ya sé dónde está Midlands! —exclamó Dori con tono irritado. Las otras tres
chicas se echaron a reír.
Yo noté que me ruborizaba.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Dawn, mirándome con sus verdes ojos.
—Billy —respondí.
—¡Mi pájaro se llama Billy! —exclamó, y todas rieron de nuevo.
—¿Adónde vais las chicas? —pregunté rápidamente para cambiar de tema—. A
qué campamento, me refiero.
—Al Campamento Pesadilla. Hay uno para chicos y otro para chicas —respondió
Doris—. Este autocar lleva a los dos.
—¿Está vuestro campamento cerca del nuestro? —pregunté. Ni siquiera sabía que
hubiese un Campamento Pesadilla para chicas.
Dori se encogió de hombros.
—No lo sabemos. Es el primer año que venimos —dijo Dawn.
—Sí, es la primera vez —confirmó Dori.
—Yo también es la primera vez que vengo —indiqué—. No sé por qué habremos
parado aquí.
Las chicas se encogieron de hombros.
Vi que Mike se movía inquieto a mi espalda, todavía más asustado. Me giré y me
dirigí hacia él.
—Mira —me dijo—. El conductor ha terminado de sacar nuestras cosas.
Me volví en el momento en que el conductor cerraba de golpe la puerta del
maletero.
—¿Qué ocurre? —exclamó Mike—. ¿Va a recogemos alguien aquí? ¿Por qué ha
descargado todas nuestras cosas?
—Voy a averiguarlo —respondí con tono sereno. Eché a correr en dirección al
conductor. Éste se hallaba en pie ante la puerta abierta del autocar, secándose con la
manga corta de la camisa de su uniforme el sudor que le cubría la frente.
Cuando vio que me acercaba se apresuró a subir al autocar. Se instaló ante el
volante y se puso una visera verde sobre la frente mientras yo llegaba hasta la puerta.
—¿Va a venir alguien a recogernos? —le pregunté.
El conductor accionó la palanca, y la puerta del autocar se cerró de golpe delante
de mis narices. El motor se puso en marcha con un rugido, y un chorro de humo brotó del
tubo de escape.
—¡Eh…! —grité, golpeando con furia el cristal de la puerta.
Tuve que dar un salto hacia atrás cuando el autocar comenzó a avanzar con un
chirrido mientras los neumáticos rechinaban sobre la apelmazada tierra.
—¡Eh! —exclamé—. ¡No hace falta que me atropelle!
Me quedé mirando furioso el autocar, que se alejaba brincando por la carretera
entre el rugido de su motor. Después me volví hacia Mike. Estaba de pie junto a las
cuatro chicas, que también parecían preocupadas.
—Se… se ha marchado —balbuceó Mike mientras me acercaba a ellos—. Nos ha
dejado abandonados aquí, en medio del desierto.
Nos quedamos mirando cómo se alejaba el autocar por la carretera hasta
desaparecer en el horizonte, cada vez más oscuro a medida que caía el sol. El silencio era
absoluto.
Instantes después, oímos los aullidos aterradores. Muy cerca. Cada vez más cerca.

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora