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Cuando entré en el comedor, tío Al estaba terminando los avisos de la noche. Me
senté en mi sitio, confiando en no haberme perdido nada importante.
Esperaba ver a Colin y Jay al otro lado de la mesa, frente a mí, pero sus lugares en
el banco estaban vacíos.
Es extraño, pensé, todavía turbado por mi descubrimiento sobre las cartas. Ya
deberían estar de vuelta. Quería contarles lo del correo. Quería hacerles partícipes de mi
descubrimiento de que nuestros padres no estaban recibiendo ninguna de las cartas que
escribíamos, y que nosotros tampoco estábamos recibiendo las suyas. Comprendí de
pronto que el campamento estaba bloqueando el correo.
Colin y Jay… ¿dónde estaban?
El pollo frito estaba grasiento, y las patatas sabían a engrudo. Mientras me
esforzaba por tragar la comida, no apartaba la vista de la puerta, esperando ver entrar a
mis dos compañeros. Pero no aparecían. Comencé a sentir una opresiva sensación de
temor en el estómago. A través del amplio ventanal podía ver que fuera ya estaba todo
oscuro. ¿Dónde podían estar? Para una marcha de cinco kilómetros no se necesitaban
tantas horas.
Me levanté y me dirigí hacia la mesa de los monitores, en el rincón. Larry estaba
discutiendo sobre deportes con otros dos monitores. Gritaban y gesticulaban mucho con
las manos. La silla de Frank estaba vacía.
—Larry, ¿ha vuelto Frank? —le interrumpí.
Larry se volvió, con cara de sorpresa.
—¿Frank? —Señaló la silla vacía—. Supongo que no.
—Se fue de marcha con Jay y Colin —dije—. ¿No deberían haber vuelto ya?
Larry se encogió de hombros.
—Ni idea. —Reanudó su discusión, dejándome allí, de pie, mirando la silla vacía
de Frank.
Una vez retiradas las bandejas, arrimamos las mesas y los bancos contra la pared
y organizamos carreras de relevos en el interior del pabellón. Daba la impresión de que
todo el mundo se lo estaba pasando en grande. Los gritos y los aplausos retumbaban en el
alto techo.
Yo estaba demasiado preocupado por Jay y Colin para disfrutar con los juegos.
Pensé que quizás aquella noche habían decidido acampar fuera, pero yo los había
visto marcharse y sabía que no se habían llevado tiendas de campaña, sacos de dormir ni
pertrechos de ningún tipo para pasar la noche. Entonces, ¿dónde estaban?
Los juegos terminaron poco antes de la hora de apagar las luces. Mientras yo me
dirigía con los demás a la puerta, Larry apareció a mi lado.
—Salimos mañana por la mañana temprano —dijo—. A primera hora.
—¿Qué? —comprendí a qué se refería.
—La excursión en canoa. Yo soy el monitor que irá con vosotros —explicó al ver
mi desconcierto.
—Ah, sí —respondí sin entusiasmo. Estaba tan preocupado por Jay y Colin que casi me había olvidado de la excursión en canoa.
—En cuanto hayáis desayunado —continuó Larry—. Lleva traje de baño, y ropa
para cambiarte. Nos reuniremos a la orilla del río. —Se volvió para ayudar a los demás
monitores a colocar de nuevo las mesas en su sitio.
—Después del desayuno —murmuré. Pensé si Jay y Colin vendrían también a la
excursión en canoa. Se me había olvidado preguntárselo a Larry.
Descendí rápidamente por la oscura colina. Había comenzado ya a caer el rocío, y
las altas hierbas estaban resbaladizas y húmedas. Hacia la mitad de la bajada pude ver la
oscura silueta de la Cabaña Prohibida, agazapada como si se dispusiera a atacar. Aparté la
vista de ella y recorrí al trote el resto del camino hasta la cabaña 4.
Me sorprendió ver, a través de la ventana, que había alguien moviéndose en el
interior.
¡Colin y Jay han vuelto!, pensé.
Empujé ansiosamente la puerta.
—Eh, muchachos, ¿dónde habéis…?
Me quedé sin respiración. Dos desconocidos me estaban mirando. Uno se hallaba
sentado en el borde de la litera de Colin, quitándose las zapatillas. El otro estaba
inclinado sobre la cómoda, sacando una camiseta de uno de los cajones.
—Hola. ¿Eres de aquí? —El chico que estaba junto a la cómoda se incorporó,
observándome. Tenía pelo negro muy corto y un pendiente de oro en una oreja.
Tragué saliva.
—¿Me he equivocado de cabaña? ¿Es ésta la cabaña 4?
Se me quedaron mirando, desconcertados.
Vi que el otro chico, el que estaba en la litera de Colin, también tenía el pelo
negro, pero el suyo era largo y desgreñado y le caía sobre la frente.
—Sí. Ésta es la cabaña 4 —dijo.
—Somos nuevos —añadió el de pelo corto—. Yo soy Tommy y éste es Chris.
Acabamos de llegar.
—Hola —dije con tono vacilante—. Yo me llamo Billy. —El corazón me
golpeaba el pecho como un tamtam—. ¿Dónde están Colin y Jay?
—¿Quiénes? —preguntó Chris—. Nos dijeron que esta cabaña estaba casi vacía.
—Bueno, Colin y Jay… —empecé.
—Acabamos de llegar. No conocemos a nadie —me interrumpió Tommy. Cerró el
cajón.
—Pero ése es el cajón de Jay —dije yo, aturdido, señalándolo con el dedo—.
¿Qué habéis hecho con las cosas de Jay?
Tommy me miró sorprendido.
—El cajón estaba vacío —respondió.
—Casi todos los cajones estaban vacíos —añadió Chris, tirando al suelo sus
zapatillas—. Menos los dos de abajo.
—Ésas son mis cosas —dije yo, con la cabeza dándome vueltas—. Pero Colin y
Jay…, sus cosas estaban aquí —insistí.
—Estaba todo vacío —continuó Tommy—. Quizás han trasladado a tus amigos a
otra cabaña.
—Quizás —admití en voz baja.
Me senté en la litera inferior. Me temblaban las piernas y un millón de pensamientos, a cual más aterrador, cruzaban vertiginosamente por mi cabeza.
—Es extraño —exclamé.
—Esta cabaña no está mal —dijo Chris, extendiendo su manta—. Resulta
acogedora.
—¿Cuánto tiempo vas a pasar en el campamento? —me preguntó Tommy
mientras se ponía una camiseta blanca que le quedaba demasiado grande—. ¿Todo el
verano?
—¡No! —exclamé con un estremecimiento—. ¡No pienso quedarme! —declaré
con firmeza—. Quiero decir… quiero decir que me voy a marchar. Me… me marcharé la
semana que viene, el Día de los Visitantes.
Chris dirigió a Tommy una mirada de sorpresa.
—¿Cuándo dices que te vas a marchar? —preguntó de nuevo.
—El Día de los Visitantes —repetí—. Cuando vengan mis padres a verme.
—¿Pero no has oído el anuncio de tío Al antes de la cena? —exclamó Tommy,
mirándome fijamente—. ¡Han cancelado el Día de los Visitantes!

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora