18
Al hundirme tragué gran cantidad de agua. Después, mientras pugnaba por
ascender a la superficie, escupiendo y atragantándome, el corazón se puso a golpearme
violentamente el pecho.
Tras hacer una profunda inspiración, bajé la cabeza y traté de nadar contra
corriente. Las zapatillas parecían pesarme una tonelada. Caí en la cuenta entonces de que
hubiera debido quitármelas antes de saltar.
El agua se elevaba y arremolinaba. Yo daba largas y desesperadas brazadas,
impulsándome hacia el lugar en que había caído Larry. Al volver la vista atrás vi la canoa
convertida en una manchita oscura, que se iba haciendo cada vez más pequeña.
«¡Esperad! —quería gritarles a Tommy y a Chris—. ¡Esperad a que encuentre a
Larry!», pero sabía que ellos desconocían la forma de detener la canoa. La corriente los
arrastraba, sin que ellos pudieran hacer nada por evitarlo.
¿Dónde estaba Larry?
Tomé otra bocanada de aire y me quedé petrificado al sentir un intenso calambre
en la pierna derecha. El dolor me subió por todo el costado derecho. Me deslicé bajo el
agua y esperé a que disminuyera el dolor. El calambre se fue intensificando hasta que casi
no pude mover la pierna. El agua se arremolinaba sobre mí. Forcejeé para ascender a la
superficie.
Mientras inhalaba más aire, braceé rápida y vigorosamente, manteniéndome a
flote, ajeno al agudo dolor que me recorría la pierna.
¡Eh! ¿Qué era aquel objeto que flotaba justo delante de mí? ¿Un tronco arrastrado
por la corriente?
El agua me golpeaba violentamente la cara, cegándome y dificultándome el
avance. Levanté la cabeza sobre la superficie, tosiendo y escupiendo. El agua volvió a
cubrirme la cara. Hice un esfuerzo por ver.
¡Larry! Se acercaba flotando hacia mí.
—¡Larry! ¡Larry! —logré gritar.
Pero no me respondió. Ahora podía ver claramente que estaba flotando boca
abajo.
El calambre de la pierna se desvaneció milagrosamente en el momento en que
alargaba las manos y agarraba a Larry por los hombros. Le saqué la cabeza del agua, hice
girar su cuerpo de modo que quedara boca arriba y le pasé el brazo bajo el cuello. Estaba
utilizando la técnica de salvamento que me habían enseñado mis padres.
Volví la vista en busca de la canoa, pero la corriente se la había llevado río abajo.
Volví a ingerir otro trago de agua helada. Sin soltar a
Larry, agité con fuerza las piernas. Aún sentía débil y tensa la derecha, pero al
menos me había desaparecido el dolor. Impulsándome con los pies y con la mano libre,
conduje a Larry hasta la orilla.
Sentí un gran alivio al comprobar que la corriente me ayudaba pues fluía en la
misma dirección.
Pocos segundos después estaba lo bastante cerca de la orilla como para tocar fondo. Muerto de fatiga, jadeando como un animal salvaje, me puse en pie
tambaleándome y arrastré a Larry hasta el fango de la ribera.
¿Estaba muerto? ¿Se había ahogado antes de que yo lo cogiese?
Lo tendí de espaldas y, todavía jadeando violentamente, pugnando por recobrar el
aliento, por detener el temblor que sacudía todo mi cuerpo, me incliné sobre él. Abrió los
ojos y me miró inexpresivamente, como si no me reconociera. Finalmente murmuró mi
nombre.
—Billy —dijo con voz sofocada—, ¿estamos bien?
Larry y yo descansamos un rato. Después emprendimos a pie el regreso al
campamento, remontando el curso del río. Estábamos empapados y llenos de barro, pero
no me importaba. Estábamos vivos. Estábamos bien. Yo le había salvado la vida a Larry.
Apenas hablamos durante el regreso. Necesitábamos hasta la última gota de
nuestras fuerzas para recorrer el camino de vuelta.
Pregunté a Larry si creía que Tommy y Chris estarían bien.
—Eso espero —murmuró, jadeando—. Lo más probable es que encallen en la
orilla y que regresen andando, como nosotros.
Aproveché la oportunidad para preguntarle de nuevo por Jay y Colin. Pensé que
quizá me dijera la verdad ahora que estábamos completamente solos y que yo le había
salvado la vida, pero él insistió en que no sabía nada de mis dos compañeros de cabaña.
Mientras caminábamos, levantó una mano y juró que no sabía absolutamente nada.
—Han sucedido muchas cosas terribles —murmuré.
Asintió con la cabeza, sin dejar de mirar al frente.
—Ha sido extraño —reconoció.
Esperé que dijera algo más, pero continuó caminando en silencio.
Tardamos tres horas en hacer todo el camino de regreso. No habíamos llegado tan
lejos río abajo como habíamos pensado, pero la fangosa orilla describía vueltas y más
vueltas, haciendo más largo nuestro viaje.
Al divisar el campamento me flaquearon las rodillas y estuve a punto de
desplomarme.
Jadeantes, empapados de sudor, con las ropas todavía mojadas y cubiertas de
barro, llegamos caminando pesadamente a la parte de la orilla que quedaba delante del
campamento.
—¡Eh! —llamó una voz desde la zona del baño. Tío Al, vestido con un ancho
chándal verde, se nos acercó corriendo—. ¿Qué ha pasado? —preguntó a Larry.
—¡Hemos tenido un accidente! —exclamé yo antes de que Larry tuviese
oportunidad de responder.
—Me caí al agua —confesó Larry, poniéndose rojo bajo las salpicaduras de barro
que le cubrían la cara—. Billy saltó de la canoa y me salvó. Hemos vuelto andando.
—Pero Tommy y Chris no pudieron detener la canoa. ¡Se los llevó la corriente! —
grité.
—Casi nos ahogamos los dos —dijo Larry al director del campamento, que le
miraba con el ceño fruncido—. Pero Billy… me salvó la vida.
—¿Puede enviar a alguien en busca de Tommy y Chris? —pregunté, empezando
de pronto a temblar convulsivamente de pies a cabeza, supongo que por puro
agotamiento.
—¿Los dos chicos que quedaron a la deriva en el río? —preguntó tío Al, mirando fijamente a Larry y rascándose la nuca por entre la franja de pelo amarillento.
Larry asintió con la cabeza.
—¡Tenemos que encontrarlos! —insistí, temblando más aún.
Tío Al continuó con los ojos fijos en Larry.
—¿Y qué hay de mi canoa? —preguntó con tono furioso—. ¡Era nuestra mejor
canoa! ¿Cómo voy a reemplazarla?
Larry se encogió de hombros, con aire consternado.
—¡Mañana tendremos que buscar la canoa! —exclamó tío Al.
Los dos chicos le tienen sin cuidado, pensé. Le importan un pimiento.
—Id a cambiaros de ropa —nos ordenó tío Al a Larry y a mí. Dio media vuelta y
echó a andar a grandes zancadas hacia el pabellón, meneando la cabeza sin cesar.
Me dirigí hacia la cabaña, muerto de frío y temblando todavía de pies a cabeza.
Sentí que me invadía una oleada de ira.
Acababa de salvarle la vida a Larry, pero a tío Al eso no le importaba, ni le
importaba tampoco que los dos campistas hubieran desaparecido en el río. No le
importaba que dos campistas y un monitor no hubieran regresado de su marcha. No le
importaba que los chicos fuesen atacados por extrañas criaturas. No le importaba que los
chicos desapareciesen y no se volviera a hablar de ellos. No le importaba lo más mínimo
ninguno de nosotros. Sólo le importaba su canoa.
Mi ira se convirtió rápidamente en miedo. Naturalmente, en ese momento aún no
podía saber que la parte más espantosa de mi verano aún estaba por llegar.
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Pánico En El Campamento
DiversosLas aterradoras historias que se cuentan sobre el campamento se van convirtiendo en realidad... La comida no es buena. Los monitores son extraños. El director, tío Al, parece un demente. Billy es capaz de soportar todo eso. Pero entonces sus compa...