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Aquella noche dormí agitadamente y a trompicones. Incluso con la manta
levantada hasta la barbilla, me sentía aterido y asustado.
Se me hacía extraño tener dos desconocidos en la cabaña, dos desconocidos
durmiendo donde dormían Jay y Colin.
Estaba preocupado por la desaparición de mis amigos. ¿Qué les habría pasado?
¿Por qué no habían vuelto?
Mientras me revolvía sin cesar en mi litera, oí aullidos a lo lejos, alaridos
animales procedentes a buen seguro de la Cabaña Prohibida. Largos y aterradores
aullidos transportados por el viento hasta la ventana abierta de nuestra cabaña.
En un momento dado me pareció oír gritos de chicos. Me incorporé al instante,
súbitamente alerta, y presté atención.
¿Lo había soñado? Estaba tan asustado y confuso que me resultaba imposible
saber si los gritos eran reales o si se trataba de una pesadilla.
Tardé horas en volver a dormirme. Cuando desperté despuntaba una mañana gris
y nublada, y se percibía una extraña opresión en el aire frío. Me puse el traje de baño y
una camiseta y corrí al pabellón para hablar con Larry. Tenía que averiguar qué les había
pasado a Jay y Colin.
Lo busqué por todas partes pero sin éxito. Larry no estaba desayunando. Ningún
otro monitor sabía nada. Frank, el monitor que había ido de marcha con mis dos amigos,
tampoco estaba allí.
Finalmente encontré a Larry en la orilla del río, preparando una larga canoa
metálica para nuestra excursión fluvial.
—Larry, ¿dónde están? —pregunté jadeando.
Levantó la vista hacia mí, sosteniendo una brazada de canaletes. Pareció
desconcertado.
—¿Quiénes? ¿Chris y Tommy? Ya vienen.
—¡No! —exclamé, agarrándole del brazo—. ¡Jay y Colin! ¿Dónde están? ¿Qué
les ha ocurrido, Larry? ¡Tienes que decírmelo!
Le apreté con fuerza el brazo. Respiraba con dificultad y sentía que la sangre me
palpitaba en las sienes.
—¡Tienes que decírmelo! —repetí con voz estridente.
Se desprendió de mi mano y dejó caer los canaletes junto a la canoa.
—No sé nada de ellos —respondió con voz serena.
—¡Pero Larry!
—De verdad, no sé nada —insistió, con la misma voz sosegada. Se suavizó su
expresión y me apoyó una mano en el hombro—. Te diré lo que voy a hacer, Billy —
exclamó, mirándome fijamente a los ojos—. Cuando volvamos de la excursión le
preguntaré a tío Al, ¿de acuerdo? Me enteraré y te lo contaré todo. Cuando volvamos.
Le sostuve la mirada para averiguar si hablaba con sinceridad. Me resultó
imposible saberlo. Sus ojos eran tan fríos como dos bolas de acero.
Se inclinó hacia delante y empujó la canoa sobre las poco profundas aguas del río.
—Mira, coge uno de esos salvavidas —dijo, señalando un montón de chalecos
azules de goma que había detrás de mí—. Póntelo y sube.
Comprendí que no terna opción, así que hice lo que me decía.
Momentos después se nos acercaron corriendo Chris y Tommy, que siguieron
obedientemente las instrucciones de Larry y se sujetaron los chalecos salvavidas.
Al poco rato los cuatro estábamos sentados con las piernas cruzadas en el interior
de la larga y esbelta canoa, alejándonos lentamente de la orilla, impulsados por la
corriente.
El cielo estaba gris y el sol permanecía oculto tras las nubes, bajas y oscuras. La
canoa comenzó a saltar sobre las agitadas aguas del río. La corriente era más fuerte de lo
que yo había imaginado. Empezamos a ganar velocidad. Los árboles bajos y los
matorrales de la orilla pasaban rápidamente a nuestro lado.
Larry iba sentado frente a nosotros en la parte delantera de la canoa. Nos mostró
cómo debíamos remar mientras el río nos llevaba.
Los tres nos esforzábamos por seguir el ritmo que nos marcaba mientras nos
observaba detenidamente, con el ceño fruncido. Luego, cuando finalmente lo logramos,
Larry sonrió y se dio la vuelta con cuidado, agarrándose a los costados de la canoa
mientras cambiaba de posición.
—Está intentando salir el sol —dijo, con voz ahogada por la fuerte brisa que
soplaba sobre las rizadas aguas.
Levanté la vista. El cielo parecía más oscuro que antes.
Larry permaneció de espaldas a nosotros, mirando hacia delante y dejándonos a
nosotros tres la tarea de remar. Yo no había tripulado nunca una canoa. Era más difícil de
lo que había imaginado, pero cuando conseguí sincronizar mis movimientos con los de
Tommy y Chris empecé a cogerle gusto a la cosa.
Las oscuras aguas se estrellaban contra la proa de la embarcación, proyectando
salpicaduras de blanca espuma. Aumentó la fuerza de la corriente y al mismo tiempo
aumentó nuestra velocidad. El aire era frío pero el esfuerzo de remar me mantenía el
cuerpo caliente. Al cabo de un rato me di cuenta de que estaba sudando.
Pasamos por delante de pequeños grupos de troncos grises y amarillentos. El río
se dividía súbitamente en dos brazos y accionamos los remos para enfilar el brazo
izquierdo. Larry se puso a remar de nuevo, procurando sortear las altas rocas que
emergían entre los dos brazos del río.
La canoa subía y bajaba con un fuerte y constante chapoteo, y de vez en cuando
las frías aguas desbordaban por los costados.
El cielo se oscureció más aún. Me pregunté si estallaría una tormenta.
A medida que el río se ensanchaba, la corriente fue tornándose más rápida y
fuerte. Me di cuenta de que en realidad no necesitábamos remos. La corriente del río se
encargaba de impulsarnos.
El río se deslizaba en pendiente cada vez más pronunciada. Grandes remolinos de
espumeantes aguas hacían saltar y bambolearse a la canoa.
—¡Llegamos a los rápidos! —gritó Larry, haciendo bocina con las manos para
que pudiéramos oírle—. ¡Agarraos bien! ¡Hay muchísima corriente!
Un estremecimiento de pánico me recorrió el cuerpo al sentir el impacto del agua
helada que me cayó encima. La canoa se elevó en el aire y volvió a caer con un fuerte
chapoteo
. Oí que Tommy y Chris reían nerviosamente detrás de mí.
Otra ola de agua helada se abalanzó sobre la canoa. Lancé un grito y a punto
estuve de soltar el remo.
Tommy y Chris volvieron a reír.
Respiré profundamente y agarré con fuerza el remo, esforzándome por mantener
el ritmo.
—¡Eh, mirad! —exclamó de pronto Larry.
Se puso en pie, increíblemente, y se inclinó hacia delante, señalando con el dedo
las aguas hirvientes y arremolinadas.
—¡Mirad ese pez! —gritó.
Mientras se inclinaba, un súbito golpe de la corriente hizo estremecerse a la
canoa. La embarcación giró a la derecha.
Vi la sobrecogedora expresión del rostro de Larry al perder el equilibrio. Extendió
los brazos hacia delante y cayó de cabeza en las agitadas aguas.
—¡Nooooo! —grité.
Miré hacia Tommy y Chris, que habían dejado de remar y contemplaban,
boquiabiertos y aterrorizados, las aguas oscuras y arremolinadas.
—¡Larry! ¡Larry! —Yo gritaba una y otra vez su nombre, sin darme cuenta de
ello.
La canoa continuó deslizándose rápidamente sobre las turbulentas aguas.
Larry no aparecía.
—¡Larry!
Tommy y Chris le llamaban también con voces agudas y asustadas.
¿Dónde estaba? ¿Por qué no salía a la superficie?
La canoa continuaba derivando río abajo.
—¡Laaaarry!
—¡Tenemos que detenernos! —grité—. ¡Tenemos que reducir la velocidad!
—¡No podemos! —respondió Chris—. ¡No sabemos cómo hacerlo!
Seguía sin verse ni rastro de Larry. Comprendí que debía de hallarse en un apuro.
Sin pensármelo dos veces tiré el remo, me puse en pie y me zambullí en las
oscuras y agitadas aguas para salvarle.

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora