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Aquella noche estaba completamente solo en la cabaña. Eché otra manta en la
cama y me acurruqué bajo las sábanas, hecho un ovillo. Me pregunté si lograría conciliar
el sueño o si mis aterrorizados y furiosos pensamientos me mantendrían despierto y
dando vueltas una noche más, pero estaba tan fatigado que ni siquiera los aterradores y
lúgubres aullidos de la Cabaña Prohibida me impidieron dormir.
Caí en un sueño profundo y no desperté hasta que sentí que alguien me sacudía
por los hombros. Me incorporé, súbitamente alerta.
—¡Larry! —exclamé, con voz todavía velada por el sueño—. ¿Qué ocurre?
Paseé la vista por la habitación, con los ojos entornados. La cama de Larry estaba
deshecha, con las sábanas arrugadas y la manta a los pies, hecha una bola.
Evidentemente, había llegado más tarde y había dormido en la cabaña. En cambio las
camas de Tommy y Chris no habían sido tocadas desde el día anterior.
—Marcha especial —dijo Larry, volviendo hacia su litera—. Vístete, aprisa.
—¿Qué? —Me estiré, bostezando. Al otro lado de la ventana estaba todavía
oscuro. Aún no había salido el sol—. ¿Qué clase de marcha?
—Tío Al ha dicho que es una marcha especial —respondió Larry, de espaldas a
mí. Agarró la sábana y empezó a hacer su cama.
Con un gemido me dejé caer en el suelo, que estaba frío bajo mis pies descalzos.
—¿No vamos a descansar? Después de lo que pasó ayer… —Volví a mirar las
camas sin deshacer de Tommy y Chris.
—No somos sólo nosotros —respondió Larry, alisando las sábanas—. Es todo el
campamento. Va todo el mundo, y tío Al encabezará la marcha.
Me puse unos téjanos mientras me sentía invadido de una súbita sensación de
temor.
—No estaba programada ninguna marcha —dije con tono sombrío—. ¿Adónde
nos va a llevar tío Al?
Larry no respondió.
—¿Adonde? —repetí con voz aguda.
Hizo como si no me oyera.
—Tommy y Chris… ¿no volvieron? —pregunté con expresión grave mientras me
ponía las zapatillas. Por fortuna había traído dos pares. Las del día anterior estaban en un
rincón, todavía empapadas y cubiertas de barro.
—Ya aparecerán —me respondió finalmente Larry. Pero no se le veía nada
convencido.
Terminé de vestirme y corrí luego colina arriba para desayunar. Era una mañana
cálida y gris. Posiblemente había llovido durante la noche porque la hierba brillaba de
humedad.
Los campistas subían en silencio por la colina, bostezando y guiñando los ojos
para protegerse de la grisácea luz. Observé que la mayoría de ellos tenían la misma
expresión desconcertada que yo. ¿Por qué teníamos que ir a aquella marcha no
programada y a aquellas horas de la madrugada? ¿Cuánto tiempo iba a durar? ¿Adónde íbamos? Esperaba que tío Al o alguno de los monitores nos explicara todo eso durante el
desayuno, pero ninguno de ellos apareció en el comedor.
Comimos en silencio, sin el bullicio habitual. Yo me puse a pensar en la terrible
excursión en canoa del día anterior. Casi me parecía sentir de nuevo el sabor de las
oscuras aguas. Veía a Larry flotando hacia mí, boca abajo, como un montón de algas en
las aguas arremolinadas. Y me veía a mí mismo tratando de agarrarlo, luchando por
nadar, luchando por vencer la fuerza de la corriente, por mantenerme a flote en los
espumosos remolinos de agua.
De pronto Dawn y Dori irrumpieron en mis pensamientos. Me pregunté si estarían
bien y si intentarían reunirse de nuevo conmigo a la orilla del río.
Para desayunar teníamos tostadas con mantequilla y almíbar, que me encanta,
pero aquella mañana apenas probé bocado.
—¡Formad fuera! —gritó un monitor desde la puerta.
Se oyó un arrastre de sillas. Nos pusimos todos en pie obedientemente y
comenzamos a dirigirnos al exterior.
¿Adónde nos llevaban? ¿Por qué no nos daba alguien alguna explicación?
El cielo había adquirido una tonalidad rosada, aunque el sol aún no se había
elevado sobre el horizonte.
Nos colocamos en fila a lo largo de la pared lateral del pabellón. Yo estaba cerca
del final de la hilera, hacia el pie de la colina. Algunos chicos bromeaban y se empujaban
unos a otros jugando, pero la mayoría permanecían en silencio, apoyados contra la pared,
esperando a ver qué pasaba. Una vez formada la fila, uno de los monitores fue
señalándonos con el dedo y moviendo los labios mientras nos iba contando. Nos contó
dos veces para cerciorarse de que no se había equivocado.
Después apareció tío Al, que se situó a la cabeza de la fila. Vestía un equipo de
camuflaje marrón y verde, como los que llevan los soldados en las películas. Se había
puesto gafas negras, aunque todavía no había salido el sol. No pronunció una sola
palabra. Hizo una seña a Larry y a otro monitor, que llevaban sobre los hombros unos
grandes sacos marrones. Después tío Al comenzó a descender la colina con pasos rápidos,
con los ojos ocultos tras las oscuras gafas y el ceño fruncido.
Se detuvo ante el último campista.
—¡Por aquí! —anunció con voz potente, señalando hacia la orilla del río.
Ésas fueron sus únicas palabras. «¡Por aquí!» Empezamos a seguirle, caminando a
paso vivo. Nuestras zapatillas resbalaban en la hierba húmeda. Algunos chicos se reían de
algo detrás de mí.
Me sorprendí al darme cuenta de que me encontraba casi al principio de la fila.
Estaba lo bastante cerca como para poder hablarle a tío Al. Y lo hice.
—¿Adónde vamos? —pregunté.
Apretó el paso, sin responder.
—Tío Al, ¿va a ser una marcha larga? —pregunté.
Hizo como si no me hubiera oído.
Decidí desistir.
Nos condujo hacia la orilla del río, y después torció a la derecha. A poca distancia,
donde se estrechaba el río, se alzaba un tupido bosque.
Al mirar hacia atrás, hacia el final de la fila, vi a Larry y al otro monitor que,
cargados con los sacos, avanzaban apresuradamente tratando de alcanzar a tío Al.
¿A qué viene todo esto?, pensé.
Y mientras miraba los árboles bajos y enmarañados que teníamos delante, una
idea se abrió paso en mi mente. Puedo escapar. La idea, muy intimidante y a la vez muy
real, había tardado tiempo en tomar forma. Puedo escapar entre esos árboles. Puedo huir
de tío Al y de este espantoso campamento.
La idea resultaba tan excitante que casi perdí el equilibrio. Choqué con el chico
que iba delante, un chaval fortachón llamado Tyler, que se volvió y me fulminó con la
mirada.
Atención, me dije, sintiendo que el corazón me martilleaba el pecho. Piénsalo.
Piénsalo bien.
Mantenía los ojos fijos en el bosque. Al acércanos más pude ver los gruesos
árboles, tan próximos unos a otros que sus ramas se entrelazaban y parecían extenderse
indefinidamente.
Ahí no me encontrarán jamás, me dije. Será más fácil esconderme en ese bosque.
Pero, luego ¿qué? No podía permanecer indefinidamente en el bosque.
Mientras miraba fijamente a los árboles, hice un esfuerzo por concentrarme, por
pensar con claridad. Podía seguir el curso del río. Sí. Mantenerme en la orilla. Seguir el
río. Forzosamente tendría que llegar a alguna población. Iría andando hasta la primera
ciudad, y desde allí llamaría a mis padres.
Puedo hacerlo, pensé, tan excitado que apenas si podía mantenerme en la fila. Lo
único que tengo que hacer es decidirme. Echar a correr cuando no mire nadie. Meterme
en el bosque, internarme profundamente en el bosque.
Estábamos ya junto a los árboles. El sol había salido e iluminaba brillantemente el
cielo sonrosado.
Nosotros permanecíamos a la sombra de los árboles.
Puedo hacerlo, me dije. Pronto.
El corazón me palpitaba con fuerza. Estaba sudando, aunque el aire era todavía
frío.
Tranquilo, Billy, me previne. Ten calma. Espera tu oportunidad. Espera a que se
presente el momento oportuno, y entonces aléjate del campamento para siempre.
Desde la sombra observé los árboles.
Divisé un estrecho sendero que se internaba en el bosque, pocos metros más
adelante. Traté de calcular cuánto tiempo tardaría en llegar hasta el sendero.
Probablemente diez segundos como mucho. Y luego, en otros cinco segundos, me
encontraría protegido ya por los árboles.
Puedo hacerlo, pensé. Puedo escapar en menos de diez segundos.
Inhalé una profunda bocanada de aire. Me concentré y tensé los músculos de las
piernas, preparándome para echar a correr. Y entonces miré hacia la cabeza de la fila.
Me quedé horrorizado al ver que tío Al me estaba mirando fijamente, con un rifle
entre las manos.

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora