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Mike estaba justamente debajo de mí, haciéndose la cama. Su grito fue tan fuerte
que estuve en un tris de caerme de la escalera.
Salté al suelo, con el corazón en un puño, y me acerqué a él.
Mike retrocedió, apartándose de su litera, con la mirada fija ante sí y la boca
abierta en una mueca de horror.
—¿Qué pasa, Mike? —pregunté—. ¿Qué te ocurre?
—¡Se… serpientes! —balbuceó Mike, sin apartar la vista de su cama sin hacer.
—¿Qué? —Seguí su mirada. Estaba demasiado oscuro para ver algo.
Colín se echó a reír.
—¡Es una broma muy vieja! —exclamó.
—Larry te ha metido serpientes de goma en la cama —dijo Jay, acercándose
sonriente a nosotros.
—¡No son de goma! ¡Son de verdad! —porfió Mike con voz temblorosa.
Jay se echó a reír y meneó la cabeza.
—No puedo creer que hayas picado con un truco tan viejo. —Dio unos pasos en
dirección a la cama y se detuvo—. ¡Eh…!
Me acerqué, y entonces vi las serpientes. Se erguían de entre las sombras y
arqueaban sus esbeltas cabezas, echándose hacia atrás como si se dispusieran al ataque.
—¡Son de verdad! —exclamó Jay, volviéndose hacia Colin—. ¡Dos!
—Lo más seguro es que no sean venenosas —aventuró Colin, acercándose más.
Las dos serpientes lanzaron furiosos silbidos y se irguieron a más altura sobre la
cama. Ambas eran largas y delgadas, tenían la cabeza más ancha que el cuerpo y agitaban
la lengua de un lado a otro al tiempo que se arqueaban amenazadoramente.
—Me dan miedo las serpientes —murmuró Mike.
—¡Seguro que ellas te tienen miedo a ti! —bromeó Jay, dándole una palmada en
la espalda.
Mike dio un respingo. No estaba de humor para las bromas de Jay.
—Tenemos que llamar a Larry o a alguien —dijo.
—¡Ni hablar! —insistió Jay—. Tú puedes dar buena cuenta de ellas, Mike. ¡Sólo
son dos!
Jay empujó en broma a Mike hacia la cama para asustarle, pero Mike tropezó y
cayó sobre ella. Las serpientes se lanzaron al instante sobre él. Vi cómo una de ellas
clavaba sus dientes en la mano de Mike, que se puso en pie. Al principio no reaccionó,
pero enseguida lanzó un grito ensordecedor.
Dos gotas de sangre aparecieron en el dorso de su mano derecha. Se las quedó
mirando, y al instante se agarró la mano.
—¡Me ha mordido! —gritó.
—¡Oh, no! —exclamé yo.
—¿Ha perforado la piel? —preguntó Colín—. ¿Sale sangre?
Jay se adelantó rápidamente y agarró a Mike por el hombro.
—Perdona, no sabes cuánto lo siento —dijo—. Yo no quería…
Mike soltó un gemido.
—Duele mucho —murmuró. Respiraba trabajosamente, con jadeos que le
agitaban el pecho en ruidosas convulsiones.
Las serpientes, enroscadas en el centro de su litera, empezaron a silbar de nuevo.
—Será mejor que vayas a la enfermería —dijo Jay, con la mano apoyada todavía
en el hombro de Mike—. Yo te acompaño.
—N… no —balbuceó Mike.
Tenía la cara más pálida que un muerto. Se apretó con fuerza la mano.
—¡Iré yo solo! —Salió de la cabaña a toda velocidad. La puerta se cerró de golpe
tras él.
—Jo, yo no quería empujarle, de verdad —nos explicó Jay. Estaba realmente
afectado—. Sólo bromeaba para asustarle un poco. No quería que se cayese ni…
—¿Qué vamos a hacer con ellas? —le interrumpí, señalando a las dos serpientes
enroscadas.
—Llamaré a Larry —se ofreció Colin. Echó a andar en dirección a la puerta.
—¡No, espera! —exclamé—. Mira, están sobre la sábana de Mike, ¿verdad?
Jay y Colin siguieron la dirección de mi mirada hacia la cama. Las serpientes
volvieron a erguirse y a arquearse, disponiéndose a morder de nuevo.
—¿Y qué? —preguntó Jay, rascándose el pelo desgreñado.
—Pues que podemos envolverlas en la sábana y llevarlas afuera —respondí.
Jay se me quedó mirando.
—Ojalá se me hubiera ocurrido eso. ¡Venga, vamos a hacerlo!
—Os van a morder —advirtió Colin.
Miré a las serpientes; parecía como si también ellas me estuvieran mirando a mí.
—No pueden mordemos a través de la sábana —dije.
—¡Pero pueden intentarlo! —exclamó Colin, echándose hacia atrás.
—Si actuamos con rapidez —repliqué, avanzando cautelosamente en dirección a
la cama—, podemos envolverlas antes de que se den cuenta de lo que pasa.
Las serpientes silbaron amenazadoramente y se irguieron más aún.
—¿Y cómo han llegado hasta aquí? —preguntó Colin.
—Quizá todo el campamento está infestado de serpientes —indicó Jay, sonriendo
—. Quizá tú también tienes unas cuantas en tu cama, Colin. —Soltó una carcajada.
—Bueno, un poco de seriedad —exclamé con tono severo, sin dejar de mirar
fijamente a las enroscadas serpientes—. ¿Lo intentamos o no?
—Sí, vamos a probarlo —respondió Jay—. Se lo debo a Mike.
Colin permaneció en silencio.
—Seguro que podría agarrar una por la cola y tirarla por la ventana —dijo Jay—.
Tú podrías hacer lo mismo con la otra y…
—Primero probemos mi plan —sugerí en voz baja.
Nos deslizamos sigilosamente en dirección a las serpientes, caminando de
puntillas. Resultaba un poco tonto pues nos estaban mirando.
Señalé un extremo de la sábana que estaba metido debajo del colchón.
—Agarra de ahí —indiqué a Jay—. Y luego estira.
Titubeó.
—¿Y si fallo, o si fallas tú?
—Entonces nos veremos en apuros —respondí con gesto sombrío, y alargué la mano hacia el otro extremo de la sábana, sin apartar los ojos de las serpientes—.
¿Preparado? A la de tres —susurré.
Con el alma en un hilo, apenas pude murmurar:
—Una, dos, tres.
Agarramos los extremos de la sábana.
—¡Estira! —grité con una voz tan aguda que me pareció imposible que
procediese de mi boca.
Levantamos la sábana y unimos los extremos, formando una especie de
envoltorio. Las serpientes se retorcían frenéticamente. Oía los chasquidos de sus
mandíbulas. Se contorsionaban con tal violencia que el envoltorio se balanceaba de un
lado a otro.
—No les gusta —comentó Jay mientras corríamos hacia la puerta, llevando el
envoltorio en medio de los dos y procurando mantenernos lo más apartados posible de él.
Empujé la puerta con el hombro y salimos a la hierba.
—¿Y ahora qué? —preguntó Jay.
—Sigue corriendo —respondí—. Vi que una de las serpientes asomaba la cabeza.
¡Aprisa!
Pasamos a la carrera por delante de las cabañas en dirección a un grupo de
arbustos. Más allá se extendía un bosquecillo de árboles bajos. Al llegar a él,
balanceamos el envoltorio hacia atrás y arrojamos la sábana contra los árboles. La sábana
se abrió al caer en el suelo. Las dos serpientes salieron al instante y se refugiaron entre
los árboles.
Jay y yo lanzamos sonoros suspiros de alivio. Permanecimos allí unos instantes,
encorvados, con las manos en las rodillas, tratando de recobrar el aliento. Me puse en
cuclillas y busqué con la mirada a las serpientes, pero se habían escabullido al abrigo de
la vegetación. Me incorporé.
—Creo que deberíamos recuperar la sábana de Mike —dije.
—Probablemente no querrá dormir en ella —apuntó Jay, pero alargó la mano y la
cogió de la hierba. Hizo una bola con ella y me la arrojó—. Seguro que está chorreando
veneno de serpiente —dijo, haciendo una mueca de repugnancia.
Cuando regresamos a la cabaña, Colin ya se había hecho la cama y estaba sacando
sus cosas, que iba colocando en el cajón superior del armario. Se volvió al oírnos entrar.
—¿Qué tal os ha ido? —preguntó con tono despreocupado.
—Ha sido horrible —respondió al instante Jay con expresión sombría—. Nos han
mordido a los dos. Dos veces.
—¡No sabes mentir! —replicó Colin, riéndose—. Ni siquiera deberías intentarlo.
Jay rió también.
Colin se volvió hacia mí.
—Eres un héroe —dijo.
—Gracias por tu ayuda —le espetó sarcásticamente Jay.
Colin empezó a contestar, pero en aquel momento se abrió la puerta y Larry
asomó su pecosa cara.
—¿Qué tal os va? —preguntó—. ¿Aún no habéis terminado?
—Hemos tenido un pequeño problema —le dijo Jay.
—¿Dónde está el otro chico, el gordito? —preguntó Larry, bajando la cabeza al
entrar para no golpearse con el dintel.
—A Mike le ha mordido una serpiente —indiqué.
—Había dos serpientes en su cama —dijo Jay.
Larry permaneció imperturbable. No parecía sorprendido en absoluto.
—¿Y adonde ha ido? —preguntó con tono indiferente mientras mataba de una
palmada un mosquito que tenía en el brazo.
—Le estaba sangrando la mano. Ha ido a la enfermería para que le curen —
respondí.
—¿Qué? —exclamó Larry, boquiabierto.
—Ha ido a la enfermería —repetí.
Larry echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—¿Enfermería? —exclamó, riendo a mandíbula batiente—. ¿Qué enfermería?

Pánico En El CampamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora