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—¿Qué… qué es eso? —tartamudeó Mike.
Nos volvimos hacia donde sonaban los escalofriantes aullidos, que parecían
proceder del otro lado de la plataforma. Yo pensé al principio que Jay, Colin y otros
amigos nos estaban gastando una broma, aullando de aquel modo para asustarnos, pero
entonces vi sus ojos desencajados y la expresión de espanto reflejada en sus rostros. Jay,
Colin y los demás se habían quedado petrificados. No eran ellos los que producían
aquellos sonidos.
Los aullidos se iban acercando cada vez más.
Y entonces los vi a lo lejos, más allá de la plataforma. Eran pequeñas y oscuras
criaturas que se deslizaban rápidamente, pegadas a la tierra llana, echando hacia atrás la
cabeza y lanzando excitados aullidos mientras avanzaban hacia nosotros.
—¿Qué son? —exclamó Mike, poniéndose a mi lado.
—¿Son coyotes? —preguntó Dori con voz temblorosa.
—¡Espero que no! —exclamó una de las chicas.
Subimos todos a la plataforma de cemento y nos acurrucamos detrás de nuestras
bolsas y mochilas. Los aullidos sonaban con más fuerza a medida que las criaturas se
iban aproximando. Podía ver ya decenas de ellas. Volaban hacia nosotros sobre la tierra
llana como si las impulsara el viento.
—¡Socorro! ¡Socorro! —gritó Mike.
Jay, que estaba junto a mí, aún tenía en la mano dos de las piedras rojizas que
había estado utilizando en la competición.
—¡Coged piedras! —gritaba frenéticamente—. ¡Quizá consigamos asustarlos y
hacerles escapar!
Las criaturas se detuvieron a pocos metros de la plataforma de cemento y se
irguieron amenazadoras sobre sus patas traseras.
Acurrucado entre Mike y Jay, ahora podía verlas con toda claridad. Eran lobos,
linces, o algo por el estilo. Erguidos como estaban, tenían casi un metro de altura.
Tenían cuerpos flacos, casi esqueléticos, y su piel era rojiza y moteada. Sus zarpas
mostraban unas uñas largas y plateadas, y la cabeza era casi tan flaca como el cuerpo.
Minúsculos ojillos enrojecidos nos miraban famélicos. Sus alargadas bocas se abrían y
cerraban mostrando una doble fila de plateados dientes que semejaban puñales.
—¡No! ¡No! ¡No! —Mike se dejó caer de rodillas, con todo su cuerpo
convulsionado en un estremecimiento de terror.
Algunos chicos gritaban, otros miraban boquiabiertos, en aturdido silencio, a las
criaturas que se aproximaban.
Yo estaba demasiado asustado para gritar, moverme o hacer cualquier otra cosa.
Miraba fijamente a la fila de criaturas mientras el corazón me golpeaba con fuerza
el pecho, y sentía la boca tan seca como si fuese de algodón.
Las criaturas quedaron en silencio. Se hallaban a unos metros de la plataforma,
erguidas, y nos miraban con ojos hambrientos, abriendo y cerrando las mandíbulas
ruidosamente. De la boca comenzó a fluirles una espuma blanquecina.
—¡Van a atacar! —gritó un chico.
—¡Parecen hambrientos! —oí decir a una de las chicas.
La espuma blanquecina desbordaba por encima de sus afilados dientes.
Continuaron estrechando sus mandíbulas con secos chasquidos. El ruido sonaba como el
de una docena de trampas de acero al cerrarse.
De pronto uno de ellos saltó al borde de la plataforma.
—¡No! —gritaron varios chicos al unísono.
Nos apretamos más unos contra otros, tratando de mantenernos acurrucados tras
el montón de bolsas y mochilas.
Otra criatura subió a la plataforma. Luego, tres más.
Retrocedí un paso.
Vi que Jay echaba el brazo hacia atrás y lanzaba una piedra rojiza contra una de
las espumeantes criaturas. La piedra golpeó ruidosamente contra la plataforma y salió
despedida hacia fuera.
Las criaturas se mantuvieron impertérritas. Arquearon los lomos, disponiéndose al
ataque.
Empezaron a rechinar los dientes con un agudo sonido y se acercaron todavía un
poco más.
Jay tiró otra piedra, que alcanzó en el costado a una de las criaturas. Ésta lanzó un
estridente chillido de sorpresa pero continuó avanzando sin detenerse, con sus ojos
enrojecidos fijos en Jay, y entrechocando ruidosamente las mandíbulas.
—¡Fuera! —chilló Dori con voz temblorosa—. ¡Fuera de aquí! ¡Marchaos!
Pero sus gritos no surtieron ningún efecto.
Las criaturas continuaban avanzando.
—¡Corred! —apremié yo—. ¡Corred!
—¡No podemos correr más que ellos! —gritó alguien.
Los chasquidos de las mandíbulas fueron aumentando de intensidad hasta que
pareció como si nos halláramos rodeados por un muro ensordecedor.
Las horribles criaturas se agazaparon para saltar.
—¡Corred! —repetí—. ¡Vamos, corred!
Mis piernas se negaban a cooperar. Las sentía flojas, como si fuesen de goma.
Al intentar huir de las criaturas retrocedí, cayendo de espaldas por el borde de la
plataforma. Cuando mi cabeza chocó contra el duro suelo vi infinidad de estrellas.
Comprendí que me iban a devorar. No tenía escape.
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Pánico En El Campamento
AcakLas aterradoras historias que se cuentan sobre el campamento se van convirtiendo en realidad... La comida no es buena. Los monitores son extraños. El director, tío Al, parece un demente. Billy es capaz de soportar todo eso. Pero entonces sus compa...