Capítulo 6

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Al día siguiente, Pierre se levantó muy temprano y pintó el cuarto como Morgan había pedido.

Todo el cuarto pintado de celeste y alguna que otra nube colgada o pintada en el techo. Pierre había pensando en los muebles acorde a una niña de once años, y que fueran cómodos y a juego con las paredes de cuarto.

Era un hermoso cuarto.

—Bien princesa, este será su cuarto, puede escribir en las paredes lo que desee, pegar lo que desee y dibujar lo que desee. Siempre y cuando este pensado—le habló Pierre.

La niña levantó las cejas.

—Lo que quieras... Y tengo algo más para usted; un caja de pinceles que pueden borrarse con agua, para que escriba lo que más le gusta en las paredes y pueda borrarlo cuando quiera. Con esponja mojada sale todo—concluyó.

Morgan tomó los pinceles en su mano y sonrió levemente.
Le agradeció asintiendo una sola vez.

—De nada, princesa

Pierre salió del cuarto y Morgan quedó en soledad. Abrió la caja de pinceles y dentro habían doce tarros de pintura, además de tres pinceles suaves.
Era algo maravilloso para ella.

Lo que más amaba ella, era pintar, jamás mostró sus obras al mundo por el simple hecho de que no deseaba ser felicitada.
Su talento merecía ser escondido hasta que tuviera el valor de demostrarlo.

Ella sabía que pintaba espectacular, no es que sea presumida, pero tampoco para no aceptar lo que es obvio.

Ella tocó los pinceles lentamente, y tomó uno con delicadeza.

Para una artista tan joven como ella, un simple pincel era la octava maravilla del mundo. A eso le llamo yo, "pasión"

Mojó el pincel lentamente en la pintura fresca color blanco y arriba de la cama escribió "Dream". Para que cuando no pudiera dormir, mirara la palabra y se inspirara.

Escribió alguna que otra palabra en el techo, palabras que para ella, sonaban melodiosas, por ejemplo; sueños, noche, cielo, brisa, etc.

En su puerta blanca, con grandes letras en cursiva color carmesí, escribió "Morgan".

En un cajón notó una esponja para cuando quiera borrar...

Morgan ya le tenía muchísimo aprecio a Pierre, desde que ella había llegado la había tratado como princesa, le hablaba de usted y por sobre todo, la entendía bien.
Respetaba su privacidad y entendía el lenguaje de miradas que hacía Morgan.

Para ella, él era el padre que nunca tuvo.

De repente, se escucharon unos golpes en la puerta, Morgan salió de sus pensamientos y abrió la puerta sin prisa.

Era Francesca.

—¿Cómo estás?—preguntó.

Levantó el pulgar.

—¿No vas a hablar?

Negó.

—Vine a decirte que desayunaremos ahora y además tenemos unos regalos para ti. Bueno, no sé si regalos... Pero son cosas que tal vez quieras usar—habló con dulzura a su hermanita que hasta el momento no conocía bien.

Morgan asintió con una mueca que demostraba su optimismo y su buen humor.

Francesca sonrió satisfecha y se largó, Morgan soltó el pincel sobre el escritorio blanquecino y salió de la habitación.

Los tres se sentaron en el suelo. Pierre trajo una bandeja con chocolate caliente, café y pastel de calabaza.

—¿Te gusta el pastel de calabaza?—preguntó Fran.

Sweet AutumnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora