PRÓLOGO

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―¡Cristo anda apúrate que mi mamá me está esperando!

―Espérate... el que mete el próximo gol, gana. ―Cristóbal es mi mejor amigo desde hace dos años que llegamos mi mamá y yo a Italia. Siempre cuando salimos de clase jugamos un partido de futbol en la calle; pero hoy no me quiero retrasar.

―Está bien, uno más. ―Como siempre no me puedo negar a jugar un rato, a pesar de que reconozco que debería estar estudiando.

―¡Don... tuya! ―grita mi amigo y una vez que tengo la pelota controlada con mis pies comienzo a correr hasta el arco contrario. Los pies me queman pero este gol es mío, no le daré el gusto al otro imbécil que me gane una de nuevo y ¡gol...!

―¡Gol....! ¡Ganamos! ¡Ahora a correr que la tía nos mata...! ―y como el correcaminos salimos los dos disparados de la cancha. Hasta el momento en que llegamos a la entrada de mi casa, casi no podemos respirar.

Coloco mis manos por encima de mis rodillas, así me quedo unos minutos hasta que mi respiración vuelve a la normalidad. Me giro para ver a mi amigo y él está igual que yo. Los dos nos miramos por unos segundos y nos largamos a reír como dos histéricos.

La puerta se abre y la sonrisa de mi mami nos ilumina por completo. Ella es y será la única mujer que amaré nunca, no me apartaré en toda mi vida de su lado.

―¡Por fin llegaron! ―Nos saluda e intenta esconder su sonrisa― vamos, entren que les tengo una sorpresa. ―grita mientras se pierde en el interior de la casa.

Cristo y yo, entramos corriendo y no puedo creer lo que ven mis ojos. Todos mis compañeros de curso se encuentran aquí y mi mami sostiene una torta con una vela con el número nueve. En coro comienzan el feliz cumpleaños. No puedo dejar de sonreír, me duelen hasta las mejillas. Al terminar mi madre se acerca a mí.

―Pide un deseo hijo. ―me dice ella mientras me tiende la torta para apagar la vela. Cierro con fuerza los ojos y pido al universo que por favor mi madre siempre este a mi lado, de repente estoy corriendo, mi corazón retumba en mi pecho y algo me dice que una tragedia ha pasado. Ya no soy un niño, soy adulto, ¿Qué me sucede...? Corro y corro, necesito llegar junto a ella, es lo más importante y valioso que tengo en la vida.

Me ha dado todo y ha velado por protegerme siempre es como si sintiera que mi corazón se desgarra en este momento. Abro la puerta, y la encuentro tendida, ¡no puede ser... por Dios! ¡No es posible! Empiezo a gritar desesperado para que despierte pero no hace nada y así comienza mi desesperación la he perdido...

Despierto agitado, sudando y mis mejillas de nuevo están mojadas por las lágrimas. No comprendo por qué siempre aparecen estas pesadillas cuando se acerca mi cumpleaños.

Su pérdida ahora marca un antes y un después. Su muerte me ha matado a mí también...

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CODIGO DE LEALTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora