CAPITULO 3

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Las horas en esa maldita celda no transcurren, para Donkor no es problema el estar encerrado ahí donde la humedad traspasa su cuerpo y el olor a orina se inserta en su fosas nasales, él ha estado en lugares peores, hasta viviendo en uno de ellos.

Lo que él no acepta es la injusticia, él no es ningún asesino, alguien una vez más se ha dedicado a joderle la vida. Le urge salir de ese lugar, e investigar lo que sucedió en realidad y como Maquiavo se encontró en su habitación.

Mientras Donkor está inmerso en sus pensamientos esperando que por fin aparezca un abogado con buenas noticias el sonido de un fierro golpeando otro fierro lo trae de vuelta al presente.

Tres hombres de casi su misma estatura, dos de piel oscura y el otro rubio, el cual le habla con un acento ruso o algo parecido, pero seguro que no es italiano.

―Veo que estás muy tranquilo acá. ―dice acercándose peligrosamente donde se encuentra Don― lamentablemente tu tranquilidad acaba de terminar.

―Déjenme en paz. ―Donkor se pone de pie por si tiene que defenderse, pero para su desgracia las cosas se ponen peor. Los dos hombres de piel oscura se instalan a su costado, uno por cada lado y lo cogen con fuerza de sus brazos. Intenta quitárselos de encima pero es inútil, están bien entrenados y saben exactamente como sujetarlo para que le sea inútil escapar.

―Tengo un recado que darte pequeño. ―ríe mostrando su dentadura que ya no es muy perfecta, ni limpia― "Tienes que dejar de existir"

Sin ni una sola palabra más le da un golpe en el estómago, pero Don no lo siente como un simple golpe. Dirige su mirada hasta las manos de su agresor viendo que lleva unos guantes puestos; pero para su desgracia no son unos simples guantes cada vez que lo golpea siente como desgarra su piel. Y como no hacerlo si encima de los nudillos hay pedazos de vidrios. Cada toque un corte.

El hombre lo golpea lleno de odio, como si se estuviera desquitando de algo. Sabe exactamente donde darle para que sane con mucha dificultad.

Donkor no se queja en ningún momento, siente como su piel se desgarra y el cristal penetra en su carne, pero no dice nada, está seguro que si lo hace las cosas serán mucho peor. Golpe en el costado, el estómago, en el pecho, pero en ningún momento en la cara. A pesar de que ya tiene moretones en ella después del combate, sus agresores son conocedores que esas los delatarán en cambio las otras no se ven y su ropa ya está bastante ensangrentada con la sangre de Maquiavo.

Cuando ya quedan satisfechos y Donkor casi inconsciente se marchan dejándolo tirado en el suelo. Está durante horas entre el mundo de los vivos y de los muertos, vagando y deseando que todo acabe ahí.

―Hijo, no te dejes mi niño. ―La dulce voz de una mujer le insiste.

―No quiero más mami ―suplica el hombre llorando― llévame contigo, te extraño.

―Mi niño... ―lo envuelve con sus brazos acariciándole la cabeza― tú eres fuerte y tienes que hacer muchas cosas aún, tienes mucho camino por recorrer.

―No quiero más... ―solloza― llévame contigo, quiero morir.

―Tranquilo no vas a morir. ―la voz cambia de tono, ya no es su madre quien le habla― ¡Rápido un médico, necesito ayuda...! ―Ariadne una vez que llega donde tienen al hombre que va a representar, lo encuentra en medio de un charco de sangre hablando solo, o eso pensó ella.

―¡¿Qué sucede...?¡ ―pregunta agitado el policía de guardia.

―Necesito una ambulancia, tenemos que llevarlo a un hospital... ―el encontrarlo así, llorando como un niño y pidiendo morir hace que su duro caparazón se hiciera trizas, ahora está más decidida que antes a ayudarlo, algo mucho más peligroso sucede, si él está casi muerto en una celda.

CODIGO DE LEALTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora