Capítulo 33

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Donkor

Un movimiento brusco me hace despertar, y al darme cuenta veo que Ari está con una de sus pesadillas. Desde que sucedió el atentado, cada noche es lo mismo, a pesar que cuando esta despierta intenta parecer que todo se encuentra de lo más bien, cuando cae rendida entre mis brazos su subconciente regresa a ese momento y por lo que me ha contado también a su pasado.

La envuelvo una vez más entre mis brazos y le susurro palabras que la hacen tranquilizarse, sabe que aquí conmigo esta a salvo, que nadie podrá lastimarla porque tendrán que pasar por encima de mi para llegar a ellas. Siento como su cuerpo se relaja y se apega a mi dejando su espalda en mi pecho, su hermoso trasero justo donde tengo una enorme erección matutina y aunque no soy un hombre de las cavernas, ese simple rose me hace gruñir. Intento calmarme y una vez que lo logro la dejo seguir descansado y me levanto ya que tengo la certeza de que no podré volver a cerrar los ojos mientras ella este en esa posición con la única prenda que lleva puesta, que no es nada menos que mi camisa. No tengo ni la remota idea de como se ve más sexy, así o con la ropa que usa para ir a su oficina, como sea para mi ella, en cada momento se ve hermosa y muy muy sexy.

Me doy una ducha rápida y me abrigo ya que afuera hace bastante frio, y como no hacerlo si estos dos días no ha dejado de nevar. Este año pasaremos blancas Navidades y espero que sea la primera de muchas que pasemos juntos. Antes de salir le doy un beso en la frente y la cubro para que no tenga frío y siga durmiendo.

La casa esta en un completo silencio. Estos días me he acostumbrado a despertar temprano, como lo hago en casa, y hoy decido salir a dar una pequeña caminata, aún esta de noche y el frio cuela en los huesos, aunque no lo crean esto me hace sentir vivo, siento mis pulmones como se abren cada vez que respiro y a pesar que por el frio siento que se queman decido dar un corrido corto por el alrededor. Los callejones son pequeños y apenas alumbrados por algunas farolas, a pesar de que Mijaíl es conocido y todos pensaran que su casa se encuentra apartada del pueblo en algún lugar solitario, no es así. Estamos rodeados de casas como la de ellos, que por el momento están cubiertas por la nieve, con rejas y portones los cuales son adornados por inmensos arboles para darles algo más de intimidad a cada hogar. Este lugar no tiene nada que ver con la ciudad y los ritmos en los que vivimos en Italia. Después de casi una hora vuelvo a la casa.

No es necesario tocar la puerta por que esta pasa abierta, no se como no han entrado a robarles aún. Pero por lo que me dijo Mijaíl, todo el pueblo se conoce y todos hacen exactamente lo mismo. Veo la luz de la cocina encendida asi que voy directo hacia allá, me caería muy bien un café caliente.

—¡Buenos días! —susurro para no asustarlo, aunque es en vano, ya que lo hace igualmente.

—¡Me cago en tu puta madre! —se queja Mijaíl.

Empiezo a reírme al notar como sopla sobre su camisa, por la que acaba de derramarse un café hirviendo.

—¡Perdona!

—Te creería si dejases de reírte, gilipollas.

—¡Uy! Pensaba que estaba con el dueño de casa, no con un niño llorica de dos años.

No aguanto la carcajada, que sale a traición de mi garganta cuando veo su cara de enfado. Me acerco hasta la cocina, y sin que lo espere, le tiro un paño a la cara para que se seque.

—¡Eh! —vuelve a quejarse.

—¡Deja de chillar ya, imbécil! Límpiate anda, que yo voy a arreglar toda la mierda que has derramado.

—Blablaba... —se burla.

—¡A la mierda! Límpialo tú.

— ¿Quién es el niño ahora? —pregunta Mijaíl.

CODIGO DE LEALTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora