Después de haber comido aparqué a media manzana de la casa de
Cindy. Su Mercedes rojo estaba aparcado en la rampa de acceso.
Probablemente estaría esperando que Céline y Brewster volvieran. –Lo tenía claro! Puse la radio para oír las noticias.
–Estúpido –dijo una voz que salía por la radio–. –No estás haciendo
ningún progreso!
–œQuién? œYo? –pregunté.
–Tú eres el único que está aquí sentado, œno?
Miré a mi alrededor.
–Sí –dije–. Soy el único.
–Pues entonces empieza a levantar el culo.
Era la voz de la señora Muerte la que salía por la radio.
–Oye, nena, en este momento estoy trabajando en el caso. Estoy de
vigilancia.
–œA quién estás vigilando?
–A una conexión de Céline. Todo encaja.
–Igual que tus zapatos. œDónde está Céline?
–En un cagadero con un eunuco de 180 kilos.
–œY qué hace allí?
–Le he dejado allí para que se vaya calmando.
–No quiero que le hagas daño. Es mío.
–No le voy a hacer daño, nena, palabra de honor.
–Belane, a veces pienso que eres subnormal.
–CAMBIO Y FUERA –dije gritando, y apagué bruscamente la radio.
Luego me quedé allí simplemente sentado mirando el Mercedes rojo y
pensando en Cindy. Llevaba conmigo mi minicámara de reserva. Empecé a
sentirme eufórico ante la acción que se avecinaba. Se me ocurrió la idea de
que podía colarme en el edificio y conseguir algo. Tal vez podría cazar
alguna conversación suya por teléfono. Tal vez podría dar con alguna pista.
Claro que era peligroso. A plena luz del día. Pero yo me crecía ante el pe-
ligro. Eso me hacía sentir un hormigueo en las orejas y se me apretaba el
agujero del culo. Sólo se vive una vez, œno? Bueno, excepto en el caso de
Lázaro. Pobre gilipollas, tuvo que morirse dos veces. Pero yo era Nick Be-
lane. Sólo se monta uno en el tiovivo una vez. La vida es de los osados.
Me deslicé fuera del coche con mi minicámara. Llevaba también un
maletín para despistar. Me calé el sombrero por encima del ojo izquierdo y
me dirigí hacia la casa. Mi sensor interno estaba agudizado al máximo. Algo
estaba ocurriendo en aquella casa. Lo sentía vivamente. Con la excitación
hasta me mordí la lengua. Escupí un poco de sangre y me dirigí a la puerta.
Seguía sin ser un problema. En 47 segundos estaba dentro.
Caminé por el vestíbulo aguzando el oído. Empecé a pensar que oía
voces. Las oía. Las de un hombre y una mujer. Me detuve al pie de las
escaleras. Sí, las voces venían de arriba. Subí las escaleras despacio. Oí las
voces con más nitidez. Reconocí la de Cindy. Seguí avanzando y me detuve
junto a la puerta. Evidentemente era la puerta de un dormitorio. Me pegué a
ella.
Oí reírse a Cindy.
–œQué piensas hacer con eso?
––Adivínalo, nena! He esperado tanto tiempo.
–Pues has llegado al sitio adecuado, fortachón.
–Te voy a echar un polvazo que te vas a enterar, nena.
–œAh, sí?
––So puta!
Oí a Cindy que volvía a reírse. Luego, silencio. Hubo un rato de
silencio. Luego el asunto empezó a ponerse ruidoso. Oí respirar fuerte y un
sonido de ligeras arremetidas, además de los muelles de la cama.
––Ahh! –Ahh! –Dios mío! –oí que decía Cindy.
Dejé en el suelo el maletín, puse en marcha la cámara y abrí la puerta
de una patada.
––TE PILLÉ EL CULO!
–œQUÉEE? –dijo el tipo volviéndose. Cindy bajó las piernas y DIO UN
GRITO.
El tipo saltó al suelo y se me puso de frente. Un horrible gordo hijo de
puta.
–œQUÉ COÑO ES ESTO? –dijo gritando.
Era Jack Bass. –Por Dios bendito! –Era Jack Bass!
Giré sobre los talones y empecé a correr escaleras abajo.
––VAYA MIERDA! –grité.
Fui hacia la puerta. Mientras la abría, por el rabillo del ojo vi a Jack
Bass en pelotas. Tenía algo en la mano. Una pistola. Disparó. La bala hizo
que el sombrero me girara alrededor de la cabeza. Volvió a disparar. Sentí la
muerte pasando rauda junto a mi oreja derecha. Luego fui en un sprint por
la acera. Me abalancé por la calle donde estaba mi coche. Demasiado tarde.
Vi algo en mi camino: un viejo que iba pedaleando en su bicicleta y
comiéndose una manzana. Choqué directamente contra él y le dejé enredado
entre las ruedas de su bicicleta que giraban sobre el asfalto.
En un abrir y cerrar de ojos estuve dentro de mi Escarabajo y salí con el
coche chirriando del arcén. El viejo se estaba levantando despacito. Hice un
viraje para esquivarlo y me subí del arcén a la acera. Luego pasé echando
chispas junto a la casa de Jack Bass. Estaba de pie en la puerta de entrada,
aún en pelotas, e hizo 3 disparos más. Uno atravesó justo al monito que
llevaba colgado del espejo retrovisor. El otro pasó entre mí y la nada. El
tercero se coló a través del asiento delantero, del lado del copiloto, dio en la
guantera e hizo un agujero.
Enseguida estuve lejos de allí. Fui zigzagueando por media docena de
calles laterales. Luego encontré un boulevard y me metí entre el tráfico.
Hacía un día típico de Los Angeles: contaminación, medio nublado y sin
llover desde hacía meses.
Entré en un McDonald's, pedí una de patatas fritas grande, un café y
un trozo de pollo en un panecillo.

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