Entré y cogí un taburete. El camarero se acercó.
–Hola, Eddie –dijo.
–No me llamo Eddie –le dije.
–Yo sí me llamo Eddie –dijo él.
–œQué pasa, te estás quedando conmigo?
–No, eres tú el que se está quedando conmigo.
–Oye, camarero. Yo soy un tipo tranquilo. Bastante normal. No voy
oliéndole los sobacos a la gente ni uso ropa interior de mujer. Pero siempre
hay alguien que se mete conmigo en todos los sitios a los que voy. No me
dejan en paz. œSe puede saber qué pasa?
–Pienso que eres tú el que lo provoca, de algún modo.
–Muy bien, Eddie, deja de pensar un rato y mira a ver si puedes
ponerme un vodka doble con tónica, y una pizca de lima.
–Lima no tengo.
–Sí que tienes. La estoy viendo desde aquí.
–Esa lima no es para ti.
–œAh, no? œY para quién es? œPara Elizabeth Taylor? Escucha, si esta
noche quieres dormir en tu cama, más te vale que me pongas de esa lima. En
mi copa. Pronto.
–œAh, sí? œQué vas a hacer? œY con qué ejército?
–Di una sola palabra más, amigo, y tendrás problemas de respiración.
Se quedó allí de pie, mirándome, decidiendo si seguirme el juego o no.
Pestañeó, se alejó sensatamente y empezó a ponerme la copa. Yo le observaba
con atención. Ni un truco. Me trajo la copa.
–No era más que una broma, señor, œno le gustan las bromas?
–Depende de cómo se hagan.
Eddie volvió a alejarse, se puso al otro extremo de la barra.
Levanté la copa, me la eché al coleto de un trago. Después saqué un
billete. Cogí la lima, la exprimí encima del billete. Después la envolví con el
billete y la tiré rodando por encima de la barra hacia el camarero. Se detuvo
frente a él. El camarero la miró. Me puse de pie muy despacio, hice un poco
de ejercicio para el cuello, me di la vuelta y me marché. Decidí regresar a la
oficina. Tenía trabajo que hacer. Yo tenía los ojos tristes y nadie me quería,
excepto yo mismo. Mientras iba andando tarareaba mi trozo preferido de
ÿCarmenŸ.

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