Al día siguiente en la oficina puse los pies sobre el escritorio y encendí
un buen puro. Me consideraba un triunfador. Había resuelto un caso. Había
perdido dos clientes pero había resuelto un caso. Aunque las cosas no
acababan ahí. Todavía quedaba el Gorrión Rojo. Y el asunto de Jack Bass
con Cindy. Y quedaban, además, Hal Grovers y la extraterrestre ésa, la tal
Jeannie Nitro. Mis pensamientos fueron de Cindy Bass a Jeannie Nitro. Eran
pensamientos agradables. De todos modos, estaban como patos en su
escondrijo esperando a alzar vuelo.
Me puse a pensar en modos de solucionar la vida. La gente que resolvía
cosas tenía, normalmente, una gran perseverancia y algo de buena suerte. Si
se perseveraba el tiempo suficiente casi siempre llegaba la buena suerte. Pero
la mayoría no sabía esperar a la suerte, así que abandonaba. Pero Belane no.
No era ningún cantamañanas. Un tipo de primera. Valiente. Un poco vago,
tal vez. Pero astuto.
Abrí el cajón superior derecho, saqué el vodka y me recompensé con un
trago. Por la victoria. Los ganadores escriben la historia, rodeados de
encantadoras vírgenes...
Sonó el teléfono. Contesté.
–Aquí Belane.
–No creas que ha sido la última vez que me vas a ver –dijo la dama.
Era la señora Muerte.
–Oye, nena, œno podríamos llegar a un acuerdo?
–Nunca se ha hecho, Belane.
–Sentemos un precedente, probemos, señora.
–Ni hablar, Belane.
–Bueno, entonces, œqué le parece si me da una fecha, ya sabe, una
F.D.D.?
–œQué es eso?
–Fecha De Defunción.
–œY de qué serviría?
–Podría prepararme, señora.
–De todos modos, todo ser humano debería estar preparado, Belane.
–No lo están, señora, lo olvidan, lo ignoran, o simplemente son
demasiado tontos como para pensar en ello.
–Eso no es asunto mío, Belane.
–œY qué es lo que es asunto suyo, señora?
–Mi trabajo.
–A mí también me preocupa mi trabajo, señora.
–Muy bien, mejor para ti, gordinflón. Te he llamado sólo para que
sepas que no me he olvidado de ti...
–Ah, muchas gracias, señora. Me ha alegrado realmente el día.
–Hasta luego, Belane...
Colgó.
Siempre hay alguien que te arruina el día, si no te arruina la vida.
Apagué el puro, me puse el sombrero, fui hacia la puerta, cerré con llave, me
dirigí al ascensor y bajé. Una vez en la calle, me quedé mirando pasar la
gente. Empezó a revolvérseme la tripa y bajé andando media manzana hasta
un bar, El Eclipse, entré, me senté en un taburete. Tenía que pensar. Tenía
casos que resolver y no sabía por dónde empezar. Pedí un whisky sour y a
continuación una cerveza. De lo que tenía ganas de verdad era de tumbarme
en algún sitio y dormir durante un par de semanas. Ya estaba cansándome
del juego. Hubo una época en que las cosas fueron un poco más
emocionantes. No mucho, pero sí algo más. A nadie le interesará oír hablar
del asunto. Me casé tres veces, me divorcié tres. Nacido y ya preparado para
morir. Nada que hacer más que intentar resolver casos de los que ningún
otro se ocuparía. Por lo menos no con unos honorarios tan bajos.
Un tipo acomodado al final de la barra no me quitaba ojo. Sentía su
mirada. Aparte de él, el camarero y yo, no había nadie más en aquel lugar.
Acabé mi copa y llamé al camarero para que me trajera otra. No era más que
una cara llena de pelos.
–Lo mismo, œno? –me preguntó.
–Sí –dije–, sólo que más fuerte.
–œPor el mismo precio?
–Lo que se pueda –contesté.
–œY eso qué quiere decir?
–œY tú no lo sabes?
–Na...
–Bueno, piénsatelo mientras me pones la copa.
Se alejó.
Mi mirada se cruzó con la del tipo al final de la barra, me hizo un
saludo con la mano y gritó:
–œQué tal, Eddie?
–No me llamo Eddie –contesté.
–Te pareces a Eddie.
–Me importa un carajo si me parezco a Eddie o no.
–œQué quieres? œPelea? –preguntó.
–Sí –le dije–, œme la vas a proporcionar?
El camarero trajo mi bebida, cogió parte del dinero que yo había
dejado sobre la barra.
–œSabes qué pienso? Que eres un borde –me dijo el camarero.
–œY quién te ha dicho que podías pensar?
–No tengo ninguna obligación de servirte.
–Si no quieres el dinero, me lo quedo.
–No lo quiero de esa forma.
–œY de qué forma lo quieres? Di meló...
––NADA! –NO LE SIRVAS NADA! –gritó el tipo al otro lado de la
barra.
––Si dices una sola palabra más, te voy a dar una patada en el culo que
te vas a enterar! –Vas a escupir sangre hasta por los ojos!
El tipo se limitó a sonreír ambiguamente. El camarero seguía allí, de
pie.
–Oye –le dije–, –he entrado aquí sólo para tomarme una copa
tranquilamente y en paz y todo el mundo se dedica a tocarme los cojones!
Por cierto, œhas visto al Gorrión Rojo?
–œEl Gorrión Rojo? œY eso qué es?
–Ya te enterarás cuando lo veas, joder. Olvídalo...
Me acabé la copa y me largué de allí. Se estaba mejor en la calle. Me
puse a andar sin rumbo fijo. Algo tenía que ceder y no iba a ser yo.
Comencé a contar los idiotas con los que me cruzaba. Llegué a 50 en dos
minutos y medio, después me metí en el siguiente bar.

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