Al día siguiente yo estaba en mi oficina. Todo parecía estar en punto
muerto. Había sido una noche terrible. Había intentado emborracharme
para dormirme. Pero las paredes de mi apartamento eran muy delgadas. Oí
todo lo de la casa de al lado...
–Oye, nena, tengo el nabo lleno de engrudo y si no lo vacío, –me va dar
una apoplejía o algo!
–Eso es problema tuyo, macho.
––Pero estamos casados!
–Eres demasiado repugnante.
–œQué? Nunca me lo habías dicho.
–Lo acabo de decidir.
–Pero la leche se me va a salir por las orejas, nena. –Tengo que hacer
algo!
––Pues arréglatelas sin mí, pichatiesa!
–De acuerdo, de acuerdo, œdónde está el gato?
–œEl gato? Ah, no, hijo de puta, no, –con Tinker Bell no!
–œDónde está ese condenado gato? Le he visto hace un minuto.
––No te atrevas! –No te atrevas! –Con Tinker Bell no!
No conseguí coger una cogorza suficiente como para dormirme.
Simplemente me quedé allí sentado, sirviéndome copas. No hubo suerte.
Y, como iba diciendo, a la mañana siguiente volvía a estar en mi
oficina. Me sentía totalmente inútil. Era un inútil. Había miles de millones
de mujeres por ahí fuera y ninguna emprendía el camino de mi puerta. œPor
qué? Porque era un perdedor. Era un detective incapaz de resolver nada.
Miré a la mosca que se paseaba por mi escritorio y me apresuré a
sumirla en la oscuridad.
Entonces se me encendió una bombilla.
Me puse de pie de un salto.
Céline estaba intentando hacerle un seguro a Cindy. Un seguro de vida
a costa de Jack Bass. –Estaban intentando quitarlo de en medio y que
pareciera natural! –Los dos estaban en ello! Ya los tenía por las pelotas.
Bueno, tenía a Céline por las pelotas y a Cindy..., bueno, a ella le pillaría el
culo. Jack Bass tenía un problema serio. Y la señora Muerte quería a Céline.
Y yo seguía sin encontrar al Gorrión Rojo. Pero sentía que avanzaba hacia
algo. Algo gordo. Me saqué la mano del bolsillo y descolgué el teléfono.
Luego colgué. œA quién demonios pensaba llamar? Sabía qué hora era. Y Jack
Bass estaría a tope. Tenía que pensar. Intentaba pensar. La mosca seguía
paseándose por mi escritorio. Enrollé el Racing Form, traté de aplastarla y
no lo conseguí. No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi
vida. –Maldita sea!
Me recosté de nuevo en la silla. Nacido para morir. Nacido para vivir
como una rata acosada. œDónde estaba el coro de las chicas? œPor qué me
sentía como si estuviera asistiendo a mi propio funeral?
La puerta se abrió de golpe. Y allí estaba Céline.
––Tú! –dije–. Tenías que ser tú.
–Conozco esa canción –me dijo.
–œNunca llamas a la puerta antes de entrar?
–Depende –dijo Céline–. œTe importa que me siente?
–Pues sí, pero hazlo.
Alargó la mano hasta mi caja de puros, sacó uno, le quitó la vitola,
arrancó de un mordisco el extremo, sacó un encendedor, lo encendió, le dio
una calada y soltó una bocanada de humo magnífica.
–Los venden, œsabes? –le dije.
–œY qué es lo que no se vende?
–El aire. Pero ya lo harán y, ahora, œqué es lo que quieres?
–Bueno, amigo mío...
–Corta esa mierda de rollo...
–Muy bien, muy bien, veamos...
Céline puso los pies sobre mi escritorio.
––Bonitos zapatos! –le dije–. œLos compras en Francia?
–En Francia, en Schmantz, œqué más da?
Lanzó otra bocanada de humo.
–œPor qué estás aquí?
–Buena pregunta –contestó–. Ha atormentado a la humanidad durante
siglos.
–œAtormentado?
––Por amor de Dios! No seas tan quisquilloso. Te comportas como si
hubieras tenido una infancia desgraciada.
Bostecé.
–Bien –dijo–, las cosas están así. Tienes por lo menos dos buenas
mierdas encima: allanamiento de morada y malos tratos de palabra y obra.
–œQué?
–Brewster es ahora un eunuco. Le aplastaste las pelotas con aquella
cámara, parecen una pareja de higos secos. Canta con voz de ultrasoprano.
–œY qué?
–Conocemos el paradero del culpable, el allanador de morada, el que
privó de su masculinidad a otro.
–œY qué?
–Es posible que se informe a la policía.
–œTienes alguna prueba?
–Tres testigos.
–Eso es una multitud.
Céline bajó los pies, se inclinó sobre el escritorio hacia mí, mirándome
fija y directamente a los ojos.
–Belane, necesito un préstamo de diez mil dólares.
–Lo tengo. –Lo tengo! –Chantaje! –Cerdo! –Chantaje!
Sentí que me subía una gran excitación. Me sentía bastante bien.
–No es un chantaje, gilipollas. Sólo te estoy pidiendo un préstamo de
diez mil dólares. Un préstamo, œentiendes?
–œUn préstamo? œNo tienes parientes?
–No, coño.
Me puse de pie al otro lado de mi escritorio.
––Maldito reptil! œCrees que me voy a quedar sin hacer nada después de
esto?
Fui hacia él rodeando mi escritorio.
––AHORA! –BREWSTER! –dijo gritando.
La puerta se abrió y entró mi viejo amigo Brewster.
–Hola, señor Belane –me dijo en un tono de voz muy agudo. Pero eso
no le hacía parecer menor. Era el hijo de puta más grande que había visto en
mi vida. Fui rodeando el escritorio hacia el cajón, lo abrí y saqué mi 45. Lo
levanté y lo dirigí hacia él.
–Oye, hijo –le dije–, este chisme .puede parar un tren. œQuieres hacer
que eres una locomotora? –Venga, venga, locomotora, chu-chu-chu! –Ven
hacia mí por la vía, que te voy a hacer descarrilar! –Venga, locomotora,
venga!
Quité el seguro y apunté a su enorme barriga.
Brewster se detuvo.
–No me gusta este juego.
–De acuerdo –le dije–. œVes esa puerta de ahí?
–Uhh, uhh.
–Es la puerta del lavabo. Ahora quiero que entres ahí y te sientes en la
taza. Me importa un bledo si te bajas los pantalones o no. Pero quiero que
entres y te sientes en la taza hasta que yo te diga que salgas.
–De acuerdo.
Se dirigió hacia la puerta, la abrió, cerró y se quedó allí dentro. –Qué
penoso montón de peligrosa estupidez!
Luego apunté a Céline con mi 45.
––Tú! –le dije.
–Belane, estás de coña.
–Yo siempre estoy de coña. Y ahora tú... entra ahí con tu muchacho.
–Venga! –Ya!... muévete.
Céline dejó el puro, luego se dirigió despacio hacia la puerta del
cagadero. Yo iba detrás. Le empujé con mi 45.
––Entra ahí!
Entró y cerró la puerta. Yo le eché la llave. Luego fui a mi escritorio y
empecé a empujarlo lentamente hacia la puerta del cagadero. Era un
escritorio que pesaba mucho. Avanzaba centímetro a centímetro. Era un in-
fierno. Me llevó diez minutos moverlo 3 metros. Lo dejé directamente
contra la puerta.
–Belane –oí decir a Céline a través de la puerta–, déjanos salir y
olvidamos el asunto. No necesitaré el préstamo. No iré a la pasma. Brewster
no te hará daño. Y me ocuparé de Cindy.
–Oye, chico, de Cindy me ocuparé yo. Voy a pillarle el culo.
Los dejé allí. Cerré con llave la puerta de la oficina, recorrí el pasillo y
cogí el ascensor para bajar. De pronto me sentí mejor. El ascensor llegó a la
planta baja y yo salí a la calle. Al primer vagabundo que se me acercó le di
un dólar. Al segundo le dije que acababa de dar un dólar a otro vagabundo.
Al tercero, lo mismo, etc. Ese día no había ni contaminación. Yo avanzaba
con un propósito. Había tomado una decisión sobre qué iba a almorzar:
gambas y patatas fritas. Mis pies tenían buen aspecto al moverse sobre el pavimento.

ESTÁS LEYENDO
Plup
خيال علميÚltima novela del escritor Charles Bukowski. Aún no termino de pasarla, y falta editar los textos. Gracias por leer.