Me desperté deprimido. Miré el techo, las grietas del techo. Vi en ellas
un búfalo que se lanzaba sobre algo. Pensé que era sobre mí. Luego vi una
serpiente con un conejo en la boca. El sol entraba a través de las rajas de las
persianas y formaba una esvástica en mi vientre. El agujero del culo me
escocía. œSería que tenía otra vez hemorroides? Tenía el cuello rígido y la
boca me sabía a leche agria.
Me levanté y fui hacia el cuarto de baño. Odiaba mirarme en aquel
espejo pero lo hice. Vi depresión y derrota. Unas bolsas oscuras debajo de los
ojos. Ojillos cobardes, los ojos de un roedor atrapado por un jodido gato.
Tenía la carne floja. Parecía como si le disgustara ser parte de mí. Las cejas
retorcidas para abajo parecían enloquecidas, unos pelos de cejas
enloquecidas. Horrible. Tenía un aspecto asqueroso. Y ni siquiera tenía ganas
de mover el vientre. Estaba atrancado. Me dirigí al retrete a mear. Apunté
bien pero no sé por qué salió de lado y se estrelló en el suelo. Intenté
apuntar mejor y meé toda la tapa del retrete que me había olvidado de
levantar. Arranqué un buen pedazo de papel higiénico y lo limpié. Limpié el
asiento. Eché el papel dentro de la taza y tiré de la cadena. Fui a la ventana,
miré hacia afuera y vi una cagada de gato en el tejado de la casa de al lado.
Luego me di la vuelta, busqué el cepillo de dientes, apreté el tubo. Salió
demasiado. Rebasó el cepillo y cayó al lavabo. Era verde. Era como un
gusano verde. Metí un dedo, cogí un poco, lo puse en el cepillo y empecé a
cepillarme. –Dientes! –Vaya una maldita cosa! Tenemos que comer y comer y
volver a comer. Somos asquerosos, condenados a nuestros pequeños y sucios
hábitos. Comer y tirarse pedos y rascarse y sonreír y marcharse de vaca-
ciones.
Terminé de cepillarme los dientes y me volví a la cama. No me quedaba
ninguna energía, ningún ánimo. No era más que una chincheta. Un pedazo
de linóleo.
Decidí quedarme en la cama hasta mediodía. Quizá para entonces la
mitad del mundo se habría muerto y sería sólo la mitad de duro de
sobrellevar. Quizá si me levantase a mediodía tendría mejor aspecto, me
encontraría mejor. Una vez conocí a un tipo que no defecaba desde hacía
días. Al final simplemente explotó. De verdad. La mierda le salió volando de
la barriga.
Luego sonó el teléfono. Lo dejé sonar. Nunca contesto al teléfono por
la mañana. Sonó 5 veces y luego paró. Ya. Estaba a solas conmigo. Y como
era asqueroso, era mejor que estar con otra persona, con cualquier persona
de las que andan por ahí con sus penosas triquiñuelas y juegos de manos.
Me subí las mantas hasta el cuello y esperé.

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