Cogí el teléfono.
–Agencia de Detectives Belane...
–Me llamo Grovers, Hal Grovers. Necesito que me ayude. La policía se
ríe de mí.
–œDe qué se trata, señor Grovers?
–Un ser extraterrestre me persigue.
–Ja, ja, ja. –Venga, señor Grovers!
–œVe? Todo el mundo se ríe de mí.
–Perdone, Grovers. Pero antes de que siga hablando tengo que decirle
cuál es mi tarifa.
–œCuál es?
–6 dólares la hora.
–No creo que eso sea un problema.
–Nada de cheques sin fondos o acabará llevando los güitos en una
bolsita, œme ha entendido?
–El dinero no es el problema –me dijo–, es esa mujer.
–œQué mujer, Grovers?
–Coño, la mujer de la que estamos hablando, la extraterrestre.
–œEl extraterrestre es una mujer?
–Sí, sí...
–œY cómo lo sabe?
–Ella me lo ha dicho.
–œY la cree?
–Claro. La he visto hacer algunas cosas.
–œCómo qué?
–Atravesar el techo volando y cosas así...
–œBebe usted, Grovers?
–Claro. œY usted?
–No podría aguantar si no lo hiciera... Escuche, Grovers, antes de que
sigamos, tiene que pasarse por aquí en persona. Es la 3.À planta del Edificio
Ajax. Llame antes de entrar.
–œAlguna forma de llamar especial?
–Sí, u-na-co-pi-ta-deo-jén. Así sabré que es usted.
–Muy bien, señor Belane.
Maté cuatro moscas mientras esperaba. Maldita sea, la muerte está en
todas partes. Ni hombres, ni pájaros, ni fieras, ni reptiles, ni roedores, ni
insectos, ni peces, ninguno tenía una oportunidad. El final estaba fijado. No
sabía qué hacer. Me empecé a deprimir. Ya saben, veo al dependiente del
supermercado metiendo en la bolsa lo que he comprado y a continuación le
veo metiéndose en su propia tumba junto con el papel higiénico, la cerveza y
las pechugas de pollo.
Luego oí la llamada convenida en la puerta y dije:
–Pase, por favor, señor Grovers.
Entró. No era gran cosa. Un metro y medio, 59 kilos, 38 años de edad,
ojos verdes grisáceos con un tic en el izquierdo, uní espantoso bigotito rubio
del mismo color que el pelo que le clareaba en la parte superior de la cabeza,
demasiado redonda. Entró caminando con las puntas de los pies hacia
afuera y se sentó.
Nos miramos el uno al otro. Eso fue lo único que hicimos. Pasaron
cinco minutos. Me empecé a cabrear.
–œPor qué no dice usted nada, Grovers?
–Estaba esperando a que hablara usted primero.
–œPor qué?
–No lo sé.
Me recosté en mi sillón, encendí un puro, puse los pies encima de la
mesa, di una calada y eché el humo haciendo un anillo perfecto.
–Grovers, esa mujer, esa... extraterrestre... hábleme un poco de ella.
–Dice que se llama Jeannie Nitro.
–Cuénteme algo más, señor Grovers.
–œNo se reirá usted de mí como la policía?
–Nadie se ríe como la policía, señor Grovers.
–Bueno... 'es un pez gordo del espacio.
–œY por qué quiere usted librarse de un pez gordo?
–Le tengo miedo, me controla la mente.
–œCómo?
–Como que tengo que hacer todo lo que dice.
–Suponga que le dijera que se comiera usted su propia caca, œlo haría?
–Creo que sí.
–Grovers, a usted lo que le pasa es que le va la cosa masoca. A muchos
hombres les gustan esas cosas.
–No, son sus trucos, dan miedo.
–Grovers, he visto todo tipo de trucos y algunos...
–Usted no la ha visto surgir de la nada, usted no la ha visto
desvanecerse por el techo.
–Me está usted aburriendo, Grovers, todo esto es un rollo.
–Pos no, señor Belane.
–œÿPos noŸ? Pero œde dónde coño sale usted? Habla como un hombre de
las cavernas.
–Y usted no parece un detective, señor Belane.
–œAh, no? Entonces, œqué parezco?
–Bueno, veamos, déjeme pensar...
–No lo piense mucho. Esto le está costando 6 dólares la hora.
–Bueno, parece usted... un fontanero.
–œUn fontanero? De acuerdo, un fontanero. œY qué haría usted sin
fontaneros? œPuede imaginarse a alguien más importante que un fontanero?
–El presidente.
–œEl presidente? En eso se equivoca. Se equivoca otra vez. –Cada vez que
abre la boca, dice usted algo equivocado.
–No estoy equivocado.
–œLo ve? –Otra vez!
Me saqué el puro de la boca y encendí un cigarrillo. Aquel tipo era una
mierda pinchada en un palo. Pero era un cliente. Le miré durante un buen
rato. Era un trabajo duro mirarle un buen rato. Dejé de mirarle. Miré por
encima de su oreja izquierda.
–De acuerdo. œY qué quiere que haga con esa extraterrestre, esa Jeannie
Nitro?
–Librarme de ella.
–No soy un matón, Grovers.
–Simplemente, sáquela de mi vida como sea.
–œHa tenido ya relaciones sexuales?
–œSe refiere usted a hoy?
–Me refiero a si las ha tenido con ella.
–No.
–œTiene usted la dirección de ese bombón? œSu número de teléfono? œSu
profesión? œAlgún tatuaje? œAlgún hobby? œHábitos peculiares?
–Sólo eso último...
–œComo cuáles?
–Como eso de atravesar el techo volando y todo eso.
–Está usted loco, Grovers. No me necesita a mí, necesita a un loquero.
–Ya he ido a los loqueros.
–œY qué le han dicho?
–Nada. Sólo que cobran más de 6 dólares la hora.
–Eso prueba que está usted loco.
–œPor qué?
–Cualquiera que pague eso tiene que estar loco.
Luego nos quedamos allí simplemente mirándonos. Era todo bastante
estúpido. Yo intentaba pensar. Me dolían las sienes.
Entonces la puerta se abrió de golpe. Y entró aquella mujer. Lo único
que puedo decirles es que hay miles de millones de mujeres en este mundo,
œverdad? Algunas están bien. La mayoría están bastante bien. Pero de vez en
cuando la naturaleza produce un fenómeno salvaje, hace una mujer especial,
una mujer increíble. Quiero decir que la miras y no puedes creértelo. Todo
en ella es un movimiento ondulante perfecto, azogue, es como una serpiente,
le miras un tobillo, le miras un codo, le miras el pecho, le miras la rodilla y
todo se funde en un ser impresionante, provocador, con unos ojos
bellísimos que sonríen, la boca un poco hacia abajo, los labios como si
estuvieran a punto de soltar una carcajada ante tu indefensión. Y saben
cómo vestirse y su pelo largo incendia el aire. –Demasiado! –Maldita sea,
demasiado!
Grovers se puso en pie.
–Jeannie!
Ella había entrado en la habitación deslizándose como una chica de
striptease sobre patines. Se detuvo ante nosotros mientras las paredes
temblaban. Miró a Grovers.
–Hal, œqué estás haciendo con este detective de segunda clase?
–Eh, –quieta ahí, zorra! –le dije.
–Bueno, Jeannie, tengo un pequeño problema y pensé que necesitaba
que me ayudaran.
–œQue te ayudaran? œQuién?
–No puedo decírtelo, se me ha comido la lengua el gato.
–Hal, tú no tienes problemas desde que me tienes a mí. Yo puedo hacer
cualquier cosa mejor que este detective de segunda.
Yo me puse de pie. En realidad, ya lo estaba.
–œAh, sí? Pues a ver si consigues una erección de 20 centímetros, so
puta..
––Cerdo machista!
–Lo ves, te pillé, –te pillé!
Jeannie se contoneó un poco por la habitación volviéndonos locos.
Luego dio un salto y miró a Grovers.
––Ven aquí, perro! –Ven arrastrándote por el suelo! –Venga!
––No lo hagas, Hal! –le grité.
–œEh?
Él ya estaba arrastrándose por el suelo hacia Jeannie. Se fue acercando.
Se arrastró hasta llegar a sus pies y luego se detuvo.
–Ahora, lámeme las puntas de los zapatos con la lengua –le dijo.
Grovers lo hizo una y otra vez. Jeannie me miró y sonrió con
satisfacción. Una sonrisa realmente satisfecha. Yo no podía soportarlo.
Me levanté.
–JODIDA PUTA! –dije a gritos.
Me desabroché el cinturón, me lo quité de los pantalones y fui hacia
ella rodeando el escritorio con el cinturón doblado.
–Jodida puta! –le dije–, –TE VOY A PILLAR EL CULO!
Me abalancé hacia ella. Lo que quedaba de mi alma se estremeció en
una jubilosa excitación. Sus maravillosas nalgas me incendiaban la mente.
Los cielos se volvieron del revés y se estremecieron.
–Suelta ese cinturón, gilipollas –dijo, chasqueando los dedos.
El cinturón se me fue de las manos. Me quedé congelado.
Ella se volvió hacia Grovers.
–Venga, bobito, ponte de pie. Nos vamos de este estúpido lugar.
–Sí, cariño.
Grovers se levantó y la siguió hacia la puerta, abrieron, cerraron y
desaparecieron. Yo seguía sin poder moverme. Aquella zorra debía de haber
utilizado una pistola de rayos para conseguirlo. Yo seguía congelado. œSería
que había elegido una profesión equivocada? Tras unos veinte minutos
empecé a sentir un hormigueo por todo el cuerpo. Luego me di cuenta de
que podía mover las cejas. Después, la boca.
–Maldita sea –dije.
Luego el resto del cuerpo se me fue soltando. Por fin di un paso. Dos
pasos. Luego, más pasos hacia mi escritorio. Lo rodeé. Abrí un cajón. Cogí la
petaca de vodka. Le quité el tapón. Eché un buen trago. Decidí que por
aquel día había terminado y que volvería a empezar al día siguiente.

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