Metí la llave en la puerta de mi oficina, la abrí de golpe, y allí estaba
ella: Jeannie Nitro, sentada sobre mi escritorio, con las piernas cruzadas,
balanceando los tobillos.
–Belane, borrachín, ¿qué tal te va? –sonrió.
Estaba estupenda. Me di perfecta cuenta de dónde residía el problema
de Grovers. ¿Qué importaba que fuese una extraterrestre? Estaba tan buena
que lo que uno habría querido era que hubiese más de ésas por ahí.
Pero Grovers era cliente mío. Yo tenía que cargarme a aquélla, hacerla desaparecer, borrarla de la foto. Nunca podía descansar. Siempre tenía que correr detrás de alguien.
Di la vuelta alrededor de mi escritorio, me dejé caer sobre la silla, lancé el sombrero hacia el perchero, encendí un puro y suspiré. Jeannie seguía sentada sobre el escritorio, balanceando las piernas.
–Contestando a tu pregunta, Jeannie, me va muy bien.
–He venido para hacer un trato contigo, Belane.
–Prefiero escuchar una sonata de Scarlatti.
–¿Cuánto hace que no estás con una mujer?
–¿Y a quién le importa eso?
–A ti debería...
–¿Y qué pasa si no?
–¿Y qué pasa si sí?
–¿Me estás ofreciendo tu cuerpo, Jeannie?
–Tal vez.
–¿Qué quiere decir ese tal vez? O lo ofreces o no lo ofreces.
–El cuerpo es parte del trato.
–¿Y cuál es el trato?
Jeannie bajó del escritorio y empezó a caminar de un lado a otro de la
alfombra. Estaba muy bien caminando por la alfombra.
–Belane –dijo, sin dejar de caminar–, yo pertenezco a la primera oleada de una fuerza invasora procedente del espacio. Vamos a tomar la Tierra.
–œPor qué?
–Soy del planeta Zaros. Tenemos exceso de población. Necesitamos la
Tierra para nuestro excedente de población.
–Muy bien, pero ¿por qué diablos no venís sin más? Sois exactos a los
humanos. Nadie lo notaría jamás.
Jeannie dejó de caminar y se paró frente a mí.
–Belane, nosotros no somos así. Lo que ves no es más que un
espejismo.
Jeannie se acercó y volvió a sentarse sobre mi escritorio.
–¿Cómo eres realmente? –le pregunté.
–Así.
Hubo un destello de luz púrpura. Miré sobre mi escritorio. Allí estaba
aquella cosa. Era como una serpiente mayor de lo normal, sólo que estaba
recubierta con un pelo grueso y en el centro tenía una gota redonda y húmeda con un solo ojo. La cabeza no tenía ojos, sólo una boca fina. Era una
cosa con un aspecto realmente asqueroso. Agarré el teléfono, lo levanté bien alto y golpeé con todas mis fuerzas. Fallé. La cosa se había deslizado hacia un lado. Se arrastró hacia la alfombra. Corrí detrás de ella para aplastarla con el zapato. Hubo otro destello de luz púrpura y apareció Jeannie otra vez.
–Estúpido –dijo–, has intentado matarme. –No me pongas furiosa o te
borro del mapa!
Echaba chispas por los ojos.
–Está bien, nena, está bien, es que me he hecho un poco de lío. Lo siento.
–Vale, olvídalo. Bueno, pues nosotros somos una avanzadilla que ha venido a explorar la Tierra por nuestro exceso de población. Pero nos parece
que sería sensato contar con algunos de los humanos para nuestra Causa.
Como tú, por ejemplo.
–¿Y por qué yo?
–Eres el tipo perfecto, eres bobo, egocéntrico y no tienes carácter.
–¿Y Grovers? ¿Por qué él? ¿Por qué los cadáveres? ¿Qué tiene que ver él
con todo esto?
Jeannie se rió.
–Nada. Simplemente aterrizamos allí. Y de algún modo me encariñé con él, un poco de coqueteo, algo con que entretenerme...
–¿Y yo? ¿Has perdido la cabeza por mí, nena?
–Tú eres útil para la Causa.
Vino hacia mí. Yo estaba totalmente en trance. Pegó su cuerpo al mío, nos apretamos uno contra el otro. Nos abrazamos y nuestras bocas se
unieron. Su lengua entró rápida en mi boca, era una lengua caliente y
zigzagueaba como una pequeña serpiente.
La aparté de un empujón.
–No –dije–, lo siento, –no puedo!
Me miró.
–¿Qué pasa, Belane? ¿Estás demasiado viejo?
–No es eso, nena...
–¿Qué pasa entonces?
–No quiero herir tus sentimientos...
–Dímelo, Belane...
–Bueno, es que podrías volver a convertirte en esa cosa horrible con un
bulto en el medio y un solo ojo...
–Para ahí, jodido gordo, –los zaronianos somos guapísimos!
–Ya sabía que no lo ibas a entender...
Volví a rodear mi escritorio, me senté, abrí el cajón, cogí la botella de
vodka, la destapé, di un trago.
–¿Cómo habéis aterrizado? –le pregunté a Jeannie.
–Por un tubo espacial.
–Un tubo espacial, ¿eh? ¿Y cuántos sois?
–6.
–No sé si podré ayudarte, nena...
–Me ayudarás, Belane.
–¿Y si no lo hago?
–Eres hombre muerto.
–Jesús, primero la señora Muerte. Ahora tú. Las damas no hacen más
que amenazarme de muerte. –Muy bien! Quizá yo tenga algo que decir al
respecto...
Metí la mano en el cajón y busqué la Luger. La cogí. Quité el seguro y
la encañoné.
––¡Te voy a hacer volar por los aires de vuelta a Zaros, nena!
––Adelante, aprieta el gatillo!
–¿Qué?
––He dicho que aprietes el gatillo, Belane!
–¿Crees que no lo voy a hacer?
Sentí que empezaba a sudar por las sienes.
–¿Crees que no lo voy a hacer? –repetí.
Jeannie simplemente me sonrió.
––Aprieta ese maldito gatillo, Belane!
Toda mi cara era puro sudor.
––Por favor, regresa a Zaros, cariño!
––NO!
Apreté el gatillo. Hubo un gran estruendo y sentí el culatazo de la
pistola en mi mano. Me aparté el sudor de los ojos y miré.
Jeannie estaba allí, de pie, sonriéndome. Miré más detenidamente.
Tenía algo en la boca. Era la bala. Había atrapado la bala con los dientes.
Vino hacia el escritorio, se detuvo y después escupió la bala en mi cenicero.
––Nena! –dije–. –Podemos ganar un montón de dinero con ese
numerito! –Podemos asociarnos! –Nos haríamos ricos! –Piensa en ello!
–No pensaré en ello, Belane. Sería desperdiciar mis poderes.
Di otro trago al vodka. Sí que tenía un problema serio con aquella
Jeannie.
–Bien –dijo Jeannie–, te captaré para nuestra Causa, la Causa de Zaros,
te guste o no. Todavía estamos revisando el plan para habitar la Tierra. Se te
contactará e informará cuando nos convenga.
–Oye, Jeannie, ¿no puedes buscarte a otra persona para ese maldito
asunto?
Sonrió.
–Belane, –tú has sido el Elegido!
Hubo un resplandor de luz púrpura y desapareció.

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⏰ Última actualización: Dec 04, 2016 ⏰

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