Capítulo uno.

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Adelaide.

-Hola querida, es bueno verte por aquí de nuevo- sonreí a la señora de la recepción, la cual tenía el lápiz labial más rojo que había visto en mi vida. Por cierto, no era apropiado para su edad.

-Gracias, Dafne-. Me tendió unos papeles y otros los selló y se los quedó ella.

-Espero que ya estés bie...

-Estoy perfecta- mencioné tajante. No quería entrar en ese tema.

-Si... me imagino- dijo nerviosa por mi reacción.

-Bueno, te veo luego, adiós- dije tomando mis papeles y libros y despidiéndola con la mano.

Abrí las puertas de vidrio. Y comencé a caminar por el pasillo. Todos me miraban. Esperaba algo así. Pero vivirlo era demasiado intenso. Seguí con mi mirada fija en medio y caminé hasta mi casillero nuevo. Me gustaba más el pasado, era el más amplio. Pero era un nuevo año, y eso suponía nuevo todo. Nuevos compañeros de salón, nuevos maestros, nuevo casillero. Suspiré y coloqué mis libros adentro, pero al abrirlo calló una nota. La recogí.

"Bienvenida de nuevo, mounstrito." La tome en mi mano, la arrugué y aventé hacia atrás. Tragué con la boca seca y agaché la cabeza. Evité que cualquier pensamiento o recuerdo invadiera mi mente pues no quería soltarme a llorar el primer día de clase. Tomé el cuaderno y libro de Historia, mi siguiente clase, y cerré el casillero para partir camino al salón. Al entrar el salón nadie me miró y me sentí cómoda a comparación de la ansiedad que sentía en el pasillo cuando todos  me miraban. Ellos ya sabían quién era. Y estos chicos eran de ingreso nuevo. Caminé hasta el fondo del salón y me senté. Miré hacia la ventana.

Sin poder detenerla, mi mente comenzó a volar creando mil escenarios en mi mente. Me formulaba mil preguntas. ¿De verdad éste sería un año diferente? ¿Sería igual al anterior? ¿Seguirían todos tratándome de la misma manera o ya habrían olvidado lo ocurrido?

-Disculpa- sonó una voz a lado mío. Volteé y vi a un chico rubio y de ojos azules.

-¿Qué?

-Pregunté si este asiento está vacío- dijo con una sonrisa.

-Oh, no, para nada- le devolví la sonrisa. El se sentó y volteé de nuevo a la ventana.

-Soy Niall, por cierto- volví a él.

-Adelaide- dije borrando un poco la sonrisa en mi rostro.

-¿Ese... ese es tu nombre?- dijo extrañado. Yo asentí-. Lo siento, es que es muy poco común.

-Oh, losé-. Me incliné cuidadosamente hacia él-, por eso me encanta- susurré.

El profesor entró al aula. "Sr. Finnick" escribió en la pizarra y se presentó ante la clase dando un discurso de cómo quería llevarr su clase y cómo quería que nos desenvolviéramos en ella. Recé por qué no iniciara el jueguito de las presentaciones, no quería pasar por ello. Pero algo parecía estar en mi contra pues fue exactamente lo que hizo. Pronto todos los alumnos comenzaron a presentarse.

Sentí mis dedos picar de los nervios. ¿De verdad los maestros no se daban cuenta cuán tímidos somos algunos? No es cómo que ellos no hayan sido de esta manera en su adolescencia.Y deberían tomar en cuenta que los adolescentes actualmente buscan una mínima característica para señalar tus errores.

Todos voltearon a verme, no me había dado cuenta que era mi turno. Me levanté de mi asiento.

-Oh, vaya. Qué gran sorpresa- dijo el profesor al reconocerme. Yo entrecerré los ojos y giré la cabeza hacia la derecha.

-Lo mismo digo Sr. Finnick- dije seria.

-Yo ya te conozco, pero tus compañeros no. Preséntate- esbozó una sonrisa sonrisa cansada. Relaje la postura y sonreí.

-Me llamo Adelaide Hudson.

-Es bueno tenerte aquí otra vez, después de...

-No- repliqué al instante con voz tensa. El profesor se sobresaltó. -Sigo algo delicada con eso- expliqué avergonzada de la hostilidad de mis palabras.

-Lo siento, puedes tomar asiento- repuso serio y yo volví a sentarme. El hecho de que ya nadie me observaba me alegró un poco.

El profesor dictó algunos puntos clave para su materia, dieron el timbre y salí. Mi siguiente clase era Matemáticas. Siempre odié Matemáticas.

La maestra Georgina entró y anotó su nombre en el pizarrón. Pidió que rápidamente dijéramos nuestros nombres y ella no pareció nada sorprendida al verme de nuevo en el salón de clases. Puso en el pizarrón unos ejercicios de diagnóstico y pasaba alumnos para que los resolvieran.

-Ahora, Adelaide ¿me ayudas con el cuatro?- dijo sonriéndome. Maldije para mis adentros. ¿Podía tener peor suerte? Me levanté despacio y tomé la tiza dudosa. Me paré enfrente de la pizarra y leí el problema.

"Por favor, ¡que no haga el ridículo!" pensé. Comencé a realizarlo pero las letras se empezaron a nublar en mi mente. Sacudí la cabeza. Miré de nuevo el problema y de repente no entendí nada, ni siquiera lo que ya llevaba hecho. Me quedé petrificada frente el pizarrón. -Eh, ¿Adelaide? ¿Todo bien?

-Sí, maestra Georgina- dije apenas. "Vamos, Adel, no puedes bloquearte ahora" pensé de nuevo.

-¿No entiendes? Es que hasta para esto eres inútil.- Mi corazón palpitó a mil por hora y sentí un gran escalofrío recorrer mi columna vertebral. Volteé a la izquierda para encontrar al dueño de esa voz, que quería encontrar desde hace meses. Pero no había nadie. Volví a mirar el problema. Quise trazar un 3 en el pizarrón pero no tenía control en mi mano y la tiza chirrió contra éste haciendo un ruido insoportable, paré de inmediato. -Ni siquiera puedes escribir, no sirves para nada- volví a voltear a la izquierda rápidamente. Jodida voz.

-¿Estás bien?- preguntó la Maestra. Giré el cuerpo un poco y pude ver a todos mirándome como si fuera una vil loca. Negué con la cabeza. -¿Quieres ir a la enfermería?- sin antes pensarlo aventé la tiza y salí corriendo por la puerta.

Corrí hasta llegar al baño y me encerré en un cubículo. Coloqué mi cara en mis manos y comencé a llorar. ¿Pero qué mierda? Vaya buena primera impresión. Jodida, maldita y desgraciada voz. ¿Por qué tenía que acecharme ahora? 

Save me from myself. | Zayn Malik. (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora