INTERLUDIO: Dolcissimo

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Entre los lugares favoritos de Jihoon, el edificio de la facultad de artes podría fácilmente encabezar la lista. Las razones simplemente se le escapaban de su comprendimiento, pero el grande y a su vez tan variado lugar –con todos los estudiantes de las distintas áreas de arte –era lo suficientemente cómodo para hacerlo volver varias veces al día, incluso si no tenía clase. Bueno, eso y el necesitar de sus horas de práctica, ya que la universidad les proporcionaba los instrumentos a quienes se profesionalizaban en alguno de ellos.

El de Jihoon era el piano. Y, de todos esos que tenía su facultad, cada uno más impresionante que el otro, su favorito –y con el que practicaba siempre, ya que nadie luchaba por éste –era el más dañado, viejo y carcomido por el tiempo. Técnicamente, ya no estaba disponible para el uso de estudiantes, y era guardado en una pequeña habitación que antes sirvió como aula pero ahora no era más que una bodega donde lanzaban aquello que ya no era útil; pero Jihoon hizo caso omiso de aquello. En su primer año, mientras vagaba por el gran edificio e intentaba memorizarse los caminos, se había topado con el viejo instrumento, escondido entre cajas de cartón y una considerable capa de polvo. Lo había llamado, de una forma que no pudo explicarse, y Jihoon alzó la tapa que cubría sus teclas para tocar unas y confirmar que sí, estaba tan desafinado como imaginó.

Pero eso fue fácil de arreglar. Unas cuantas charlas con maestros, y obtuvo el apoyo y la ayuda suficiente para conseguir repuestos; luego se entretuvo resucitando al hermoso piano en sus tiempos libres. Casi tres meses después, el instrumento no parecía mucho mejor, pero el sonido que salía de este era algo mágico. Jihoon lo adoraba y aunque sus compañeros habían notado al extraño piano y lo sorprendente que era, era una regla escrita el no tocarlo. Lee Jihoon fue quien lo salvó, y solo él podía tocarlo –solo él podía hacer que realmente sonara así de bien.

Desde entonces, volvía al aula-depósito para practicar, siempre fascinado, siempre esperando darle vida a su música en ese piano que solo lo entendía a él, y perderse unas cuantas horas en ese maravilloso mundo. Ese día en particular, decidió interpretar una pieza que nació gracias a esa manada de idiotas que había llegado a su vida poco antes. La tocó varias veces, corrigiendo esos pocos errores que ante otros eran imperceptibles, y al final se encontró a sí mismo con los ojos cerrados, perdido en el placer de escuchar su música a través de su instrumento favorito.

Cuando terminó, suspiró satisfecho –con el eco de las notas todavía en el aire –y abrió los ojos.

─Hoy llegaste tarde. –Exclamó, el silencio finalmente siendo roto por una suave risa a sus espaldas.

─Creí que no me escuchaste llegar. –Se volvió, encontrando al chico sentado en una caja ante la falta de otro mueble en el lugar, y con una sonrisa amable plasmada en su rostro. –Entonces, ¿me esperabas?

Jihoon rió, porque a pesar de los meses seguía sorprendiéndose de la ausencia de vergüenza del otro. –En serio no te cansas, ¿verdad?

El pelinegro negó, su sonrisa creciendo llena de orgullo y achinando sus ojos rasgados.

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Gruñó al verse encandilado por los rayos del sol atravesando la única ventana de la habitación. No estaba de humor, por la falta de sueño y la creciente jaqueca ante la larga noche que pasó pensando y repensando su conversación con Wonwoo.

Era casi gracioso, cómo fue tan serio y firme con el azabache, planteándole que tal vez no debía juzgar tanto a su amigo por vivir su sexualidad tan libremente cuando él mismo no se atrevía a salir del clóset. Envidiaba un poco al chico del que Wonwoo le habló, porque ser así directo probablemente era refrescante. Y Jihoon deseaba un poco de eso.

Mil pedazos • MEANIE • |TERMINADA|Where stories live. Discover now