Plegarias

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─ ¿Estás seguro de esto? –Seokmin, recostado en la puerta de su habitación, miró a Mingyu preocupado, mientras este terminaba la carta. Él simplemente sonrió y asintió, incapaz de mirar a su mejor amigo al hacerlo. Era la misma respuesta que había estado obteniendo del moreno desde que les mencionó sus planes y, aunque Seokmin no lo entendía en lo absoluto, podía ver la confianza en su decisión. Mingyu estaba haciendo lo posible por él mismo, y Seokmin no lo juzgaba.

A veces, las personas se encargan de subestimar el dolor ajeno, de descalificarlo y tildar al otro como alguien desesperado por atención. Tal vez las heridas de Mingyu resultaban completamente ridículas para otros, tal vez si Seokmin hubiera vivido lo mismo no estaría tan destrozado como su amigo de la infancia. No le importaba, comprendía que –aunque no pudiera identificarse con ese dolor –el moreno lo vivía con intensidad. Llevaba años cargándolo en la espalda, y por lo menos había aprendido a lidiarlo de una mejor manera. Esta vez, Mingyu no ignoraba su presencia.

─ ¿Cambiarías algo si pudieras? –Susurró, realmente sin esperar una respuesta. Sin embargo, el moreno se detuvo y lo miró, sorprendido, antes de sonreír dulcemente y negar.

Seokmin sabía que esa sería su respuesta, porque Mingyu era así. Incluso cuando Wonwoo parecía tan perdido en sí mismo, cuando su amistad con el menor se había roto irremediablemente desde aquella noche en Babel, Mingyu no haría nada distinto. Sin importar lo mucho que le doliera.

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Despertó sobresaltado y cerró los ojos con fuerza en un vano intento de alejar el creciente ataque de pánico. Inhaló y exhaló, reprimiendo los gritos que amenazaban por nacer; aunque los temblores y sudor no paraban. Estaba agotado, y las constantes pesadillas solo empeoraban mientras él no podía hacer nada al respecto. Era una noche fresca, anunciando la llegada del otoño, y Mingyu deseó poder mudar como los árboles a los que se les habían empezado a caer las hojas. Deseó poder curar así de fácil.

Arrugó las sábanas entre sus dedos, sintiendo sus pulmones arder por la falta de aire. Los ojos le ardían y no pudo –ni quiso –evitar que las lágrimas cayeran por los surcos que dibujaban en su rostro todas las noches. Estaba tan acostumbrado, al dolor, pánico y tristeza, que ahora le sabía dulce y nostálgico. Sería más fácil enloquecer, porque lo alejaría de los constantes recuerdos, pero Mingyu agradecía poder sufrir. Apreciaba esas heridas, y finalmente estaba dispuesto a curarlas.

Su vida se había reducido a extrañar a Wonwoo, follar con desconocidos y caer en la vacía y helada cama para darle la bienvenida a la no tan ansiada noche y pesadillas que siempre volvían. Aprendió a ignorar las miradas apenadas y compasivas de sus amigos, a hablar solo cuando fuera realmente necesario. Sin embargo, contrario a aquel año, se prohibió usar sus cuerdas vocales no por perderse en los recuerdos y dolor; sino por no estar seguro de qué decir. Deseaba gritar, maldecir al mundo y Wonwoo, mas el único sonido que podría salir de su garganta probablemente sería un sollozo. No valía la pena dejarlo nacer.

Saboreó el dolor, las lágrimas caramelosas y el tan conocido sentimiento de su alma separándose del cansado y desgastado cuerpo. Había decidido vivir plenamente la desesperación de la que había huido temeroso por años, asegurándose de recordar los momentos de su vida que jamás querría repetir. Era una despedida. Un hasta nunca sus gritos y dolor, una decisión de cambiar de historia.

La determinación de sus pensamientos era casi creíble, de no ser por los sollozos ahogados que hicieron eco en la habitación.

Seokmin despertó al mismo tiempo que él, mirándolo desde su cama y fingiendo dormir. Mingyu les había pedido que ignoraran sus terrores nocturnos, que continuaran descansando y que él se recuperaría solo; pero al mayor le era difícil hacer caso a sus peticiones. Él quiso levantarse cuando el líquido rojizo brotó del labio inferior del moreno, invocado por los dientes de este apresando la suave piel en un intento de no gritar.

Llevaba demasiadas noches así. Si Seokmin no lo conociera tanto como lo hacía, podría engañarse con que todo estaba bien. Pero Mingyu tenía el corazón roto, y los hería tanto con los bordes.

Verlo así, tan derrotado y destrozado era desesperante, casi imposible de soportar para su mente cruel que repetía los muchos recuerdos y momentos que le hicieron creer que lo tendría de vuelta. Deseaba suavizar esos bordes tan filosos que rodeaban a su mejor amigo para poder abrazarlo. Ambos necesitaban un fuerte estrujón que pudiera armarlos de nuevo.

Y Mingyu lucía tan frágil, tan perdido. Hacía a Seokmin preguntarse qué tanto de él estaba conectado a Wonwoo, y hasta qué punto no podía estar completo sin la presencia del azabache. Demasiado torturado por el ataque de pánico del menor, se levantó y buscó las píldoras que le ayudarían junto con un vaso lleno de agua.

Sentándose al lado de su amigo de la infancia, tomó suavemente el rostro del menor y le hizo abrir la boca, colocando la pastilla en la lengua y acercando el líquido transparente hasta los labios de Mingyu para que tragara como acto reflejo. En esos momentos, no podía entender cómo ese hombre frente a él era el mismo que conocía de toda la vida. Sus noches eran tan bizarras y crueles que a veces le parecían simples pesadillas durante el día. A veces quería que lo fueran.

Colocó el vaso en el escritorio, y tomó las manos de su mejor entre las suyas. Aún estaba bastante perdido en el pánico, así que Mingyu ni siquiera se inmutó con el acto. Seokmin quería saber dónde estaba en esos segundos, cuando no había forma de acercarse a él.

─ ¿Sería tan sencillo que volvieras a mí, si te lo pido como Wonwoo lo hizo? –Susurró, enfocado en los ojos brumosos de Mingyu. No esperó respuesta, así que se mantuvo en la posición hasta que notó cómo la lucidez empezaba a empañar sus gestos, devolviéndole ese brillo agonizante de vida en la mirada.

─Abrázame. –Su voz, rota y tan suave, le suplicó. Seokmin no necesitó que el menor lo repitiera, y rodeó el cuerpo más grande que el suyo con los brazos; en un intento de protegerse ambos de un mundo que los había destrozado muchos años atrás.

Ninguna persona en la habitación estaba dormida esa noche.

Minghao cubría su boca con una mano, ahogando los débiles sollozos que nacieron al escuchar a sus tres almas ser pisoteadas por la vida. Las lágrimas caían por su rostro, mojando la almohada bajo su cabeza, y sus cobijas no parecían poder calentar el frío en sus huesos.

Se bajó del camarote, y los otros dos chicos no se movieron en lo absoluto, permitiéndole ser testigo de sus heridas y piezas rotas. Sin más energía en su cuerpo, cayó de rodillas a un lado de Mingyu y tomó una de sus manos, escondiéndola entre las suyas como si estuviera rezando.

Y –aunque no sabía a cuál divinidad llamar –lo hacía. Rezaba por Mingyu, por Seokmin, Jeonghan, Jisoo, Jihoon, Soonyoung y él. Rezaba por Wonwoo. Le pedía a los cielos que fueran más amables con ellos, que les devolvieran las sonrisas. Que todos pudieran encontrar nuevas razones de vivir.

Pedía por nunca amar a nadie de la misma forma que Mingyu amaba a Jeon Wonwoo.

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 Les recomiendo que escuchen la nueva canción de DAY6, "I Wait". Hace un tiempo escuché la pieza, y me pareció la más apropiada para toda esta historia, así que la he llegado a considerar como el himno de "Mil Pedazos".

¡Gracias por leer!

Mil pedazos • MEANIE • |TERMINADA|Where stories live. Discover now