Agravio

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Kyungil lanzó las llaves en el sillón, rápidamente acompañadas por su pesada mochila. Estuvo ensayando hasta altas horas de la madrugada y justo cuando había decidido volver a su casa, sus compañeros de la banda lo invitaron a comer. Siendo sincero, él estaba agotado y apenas podía pensar lo suficiente para decir oraciones con sentido, pero era el mayor entre ellos y sus chicos se resentían fácilmente cuando él los rechazaba. Entonces, volvió a su casa mucho después de que el día inició, porque los demás tenían mucha energía para ir a un karaoke incluso cuando estuvieron cantando todo el maldito día.

Aunque la pasó bien. La compañía de esos cuatro chicos le era refrescante, porque no tenían traumas ni heridas del pasado; eran muy jóvenes para ello. Las salidas con ellos siempre le subían el humor y le hacían sentirse positivo por los días que estaban por venir. Tal vez debutarían pronto.

Tarareando alegre, se dirigió hacia el baño y su cuerpo recibió gustoso el agua tibia, la tensión en sus músculos y el persistente olor a sudor siendo borrados mientras él cantaba suavemente una de las piezas que llevaban practicando por días. Cerró el grifo y se envolvió con una toalla, dispuesto a dormir por el resto del día para recuperar fuerzas y volver al estudio en la noche.

El timbre de su apartamento sonó y él dejó salir un sonido de frustración. De pie en la sala, observó las cosas que había lanzado descuidadamente minutos antes: la gorra de Yijeong estaba enredada en las tiras de su mochila. Debería enojarse por ser usado como la percha del menor, pero el bastardo siempre lograba derretirlo con una de sus miradas inocentes y juguetonas antes de huir con sus prendas.

Tomando la gorra entre sus manos, Kyungil gritó mientras se acercaba a la puerta: –Yijeong, ¡te juro que tiraré la próxima prenda a la basura! ¡Ni siquiera somos de la misma talla!

No le llegó ninguna respuesta, y abrió la puerta para encontrarse con alguien que definitivamente no era Yijeong. Mingyu se lanzó a sus labios cuando tuvo el espacio suficiente, y Kyungil apenas tuvo el tiempo suficiente de cerrar la puerta y lanzar la gorra de su amigo a la sala antes de ser arrastrado a su habitación por un desesperado Mingyu que ni siquiera le saludó.

El sexo con el moreno nunca había sido así, como esa vez. Parecía que él ni siquiera notaba la presencia de Kyungil, aún cuando lo follaba. No estaba allí, y aquello le dolía al menor. Los ojos de Mingyu incluso llegaron a llenarse de lágrimas en un momento, pero no tuvo tiempo de hablar antes de que él lo follara más fuerte. De alguna manera, Kyungil se sentía como una lija con la que Mingyu se estaba limpiando, hiriendo a ambos en el proceso.

Decidió no hablar, solo permitiendo que sus gemidos resonaran por las paredes e ignoró las lágrimas rebeldes que resbalaban por las mejillas del mayor. Sabía que Mingyu se estaba odiando a sí mismo en ese momento, que odiaba necesitar de sexo para acallar el dolor, pues perdía el recuerdo de Wonwoo mientras tocaba un cuerpo que no era el del azabache. Y Kyungil odiaba ser su sustituto, aunque fue así que se conocieron –y no sabía de qué otra forma consolarlo.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el orgasmo de Mingyu, seguido del propio –que le pareció tan lejano y obligatorio. El moreno salió de él y se acostó a su lado, viendo el techo, y Kyungil fue hacia el servicio para limpiarse una vez más.

─No hemos follado desde que empezaste a hacerlo con Wonwoo. –Finalmente rompió el silencio, mientras buscaba un bóxer en su armario para ponerse. Mingyu no contestó de inmediato, así que volvió a acostarse a su lado y permitió que pensara lo que aquello significaba.

─Con nadie más. –Agregó él en un débil susurro. Kyungil giró la cabeza, sorprendido, y se mordió la lengua para no decir alguna estupidez; porque Mingyu lo miró y él se ahogó con el dolor y desesperación que brotaban de sus orbes cafés. Exhaló y se acercó a él, rodeándolo con un brazo y escondiendo el rostro en el cuello del mayor.

Mil pedazos • MEANIE • |TERMINADA|Where stories live. Discover now