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Terry se quedó completamente pasmado al observar su belleza. Toda ella era hermosura de pies a cabeza. Estando en sus veintiún años la joven había adquirido un aire maduro.

Su cuerpo ya no era el de la niña que conoció Terry y a la que vio por última vez cumplidos sus diecisiete años.

El chico sabía que aquel cabello, aquella sonrisa y esos intensos ojos esmeralda, pertenecían nada más y nada menos que al amor de su vida: Candice White Andley.

Pero lo que no lograba comprender era el porqué la chica no corría hasta él por haberlo reconocido. Porque no habia duda alguna en que era Candy, de eso estaba seguro. Esto hacia sentir a Terry demasiado mal, era como si su adorada Candy ya no lo amara más.

Quizá de verdad ella había recibido la carta de Susana y decidó olvidar la chico.

El movimiento del iris de sus ojos de la muchacha ocasionado por su nerviosismo de ver las pupilas del chico fijas en ella, no importó al joven castaño que ni siquiera se había percatado de la cercanía de la muchacha.

Lorena no sabia el porqué del comportamiento de aquel chico que conoció desde niño. Nunca antes había visto a aquel joven de esa manera, y fue sorprendete para ella que justamente una dama pusiera en ese estado al muchacho. No pudo reprimir una sonrisa.

—¿Desea ordenar algo?— pregunto Alessandra sacando a Terry de sus pensamientos.

"Incluso su voz es la misma" pensaba el castaño aun atónito por el increíble parecido que tenía aquella chica con su amada Candy. Claro está a excepción de su cabello lacio.

—Y-yo...— comenzó Terry sin saber exactamente que decir.

—Alessandra ve por el platillo especial por favor— ordenó Lorena a la joven que se sentía extraña por la compañía o mejor dicho por la forma de actuar del chico.

—Esta bien— respondió ella y con su caminar que era una danza especial se alejo.

Ella sabia perfectamente que aquellos ojos que la miraban con detenimiento eran los que siempre aparecían en su sueño. Sí, ahora entendía que quizá unos ojos muy similares a aquellos habían sido parte elemental de su vida hasta el punto de seguir recordándoles aun después de olvidar quien era ella.

—¿Es su hija?— pregunto el joven con voz ajena aun por el asombro.

—No, es una integrante de la familia pero... Solamente decidimos darle un hogar ya que sufrió un accidente— explicó sentándose en una silla al lado de la mesa puesta.

—Entiendo... Dice que se llama Alessandra— dijo analizando lo que ya sabía de aquella chica— ¿Donde esta Oscar?— pregunto el muchacho desconcertado al no ver al joven que conoció desde niño. Su mejor amigo de la infancia.

La expresión de Lorena se tornó nostalgica, triste y seria a la vez. Sus ojos sin poder evitarlo tomaron un tono cristalino que delató la inmensa tristeza experimentada por la mujer.

—El... Se fue a la guerra y...—no era necesario decir o articular más palabras Terry entendió perfectamente que aquel joven al igual que como había creído pero ya no cree del todo sobre Candy, murió.

—Oh...—fue lo único que se atrevió a decir él debidó a que experimento en su momento la perdida de un ser muy querido.

Por supuesto Lorena amaba  a Oscar debido a que lo crió tras la muerte de sus padres a la corta edad de seis años. Edad en la que Terry también lo había conocido.

Claro está la mujer era como su madre y le había dolido muchisímo perder de esa manera a su sobrino. Pero ya nada se podía hacer.

—Aquí esta su plato—anunció Alessandra dejando un plato en la mesa y un vino.

Directo al amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora