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Alessandra movía con maestría sus finos y delgados dedos, al compás del sonido que producía el viento y el cantar de los pájaros, mientras tejía pequeñas trenzas alrededor de la cabeza de su hija. 

Sus amigas por su parte se encargaban de espolvorear el maquillaje alrededor de sus mejillas y ojos. Ella sonreía debido a que ese día se convertiría en la esposa del hombre que ha amado desde sus quince años de edad. 

Miró su rostro en el espejo, observó que en el se reflejaba una mujer madura, a sus veintiún años lucía una figura preciosa y eso hacia que distinguidas señoritas la envidiaran. 

En especial la envidia provenía de Eliza Legan la hija de la primer familia a la que llegó cuando era una niña de doce años de edad. 

Sacudió su cabeza para que esos pensamientos no la embargaran en el día de su boda y mejor se dispuso a ir directo a su armario donde guardaba bajo llave toda su ropa, pero en especial su vestido de novia. 

Un vestido que había comprado Terry con su propio dinero, y había sido elegido por la novia, sus amigas, su madre y su suegra. Era un atuendo precioso, completamente blanco y decorado con brillantinas plateadas y rosas. 

Annie y Alessandra ayudaron a la joven novia a ponerse el bellísimo vestido digno de ser utilizado por aquella muchacha rubia. 

—Te vez preciosa mi niña— exclamó Alessandra viendo lo bella que lucía su hija— Me hubiera gustado tanto que tu padre estuviera con nosotros en este día tan especial para ti. 

 —Yo también... Ni siquiera lo conocí... Pero estas tú, la persona que tanto espere ver por lo menos una vez en mi vida— respondió abrazándola delicadamente para no arrugar su vestido.

—Vamos a la capilla que el novio debe estar esperando— dijo Eleanor con lágrimas en los ojos.

Tanto había soñado casar a su hijo y ayudar a su nuera con los preparativos, que al fin se le concedió aquel sueño. Imaginando siempre que sería Candy y sí, así sucedió.

—Claro que sí, vamos— respondió.

Las mujeres ayudaron a la chica a bajar las escaleras, dejando a su paso un delicioso olor a jazmines.

Mientras que en la capilla de la mansión Andley, un hombre esperaba nervioso a la llegada de su novia que dentro de pocos minutos se convertiría en su esposa.

Él conversaba amenamente con los Cornwall, que le contaban el momento de su boda. Claro está las cosas que le contaban no se comparaban con lo que el sentía en aquel momento.

Terry sintió como unas manos fuertes tocaban su espalda. Se dio la vuelta y se encontró con unos ojos grises que lo miraban, era su padre el gran duque de Grandchester.

—Felcidades hijo, me alegro que al fin hayas decidido sentar cabeza— dijo Richard.

—Muchas gracias papá, sabes que Candy siempre ocupo mi corazón y si no me casará con ella, jamás me casaría— dijo sonriendo.

—Es hora de irnos al altar— respondió, se disculpo de los caballeros y conoció a Briscelda la hija de Annie y Archie, para después guiar a su hijo hasta el altar.

Juntos los dos, padre e hijo esperaron a que Candy llegara.

Una carreta llena de flores llevo a la novia hasta la capilla. Albert la ayudo a bajar de la carreta, y la abrazo felicitándola.

—Muchas felicidades pequeña, me da mucho gusto que al fin uno de tus mayores sueños se este haciendo realidad en este día... Candy recuerda que siempre estaré contigo para cuando lo necesites— dijo Albert ofreciéndole su brazo para que diera inicio su recorrido hasta el altar. 

Directo al amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora