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Gritos de dolor, fatigas inigualables, emociones guardadas era lo que vivía Candy White todos los días desde hace ya casi un año en Francia. Aquel país donde ella fue decidida a ayudar a las personas que eran gravemente heridas por efectos de la guerra. 

Una lucha que no parecía tener un fin en aquellos días. Lucha por esclavitud, ambición de bienes, pero sobre todo ambición de poder... Y personas completamente inocentes, ajenas a aquellos deseos pagaban lo que jefes militares querían, perdiendo lo más sagrado que tenían que era la vida.

Porque el número de personas que ya se había perdido eran incontables, lo que Candy si tenía seguro es que eran millones... Sí, millones de hombres, mujeres y niños que habían muerto en sus brazos. Rogando porque sus familias estuvieran bien, pidiendo a Dios porque esa guerra terminará pronto.

Pues le dolía en el alma tener que ver a las personas morir en sus brazos implorando al igual que ella por la paz en el mundo.

Y aun con eso la joven seguía fuerte y alegre para compartir una sonrisa con los demás. Ya que con este único gesto cambiaba el estado de ánimo a sus pacientes.

Escribía casi una vez al mes y mandaba esas cartas a sus amigos. Claro está, casi no recibía respuesta pero le bastaba saber que seguía viva y sus seres queridos también lo estaban.

—Espero que esta guerra termine algún día de una vez por todas— dijo Uriel a sus amigos que estaban sentados alrededor de la mesa.

—Todos lo queremos así— concordó Julián un compañero con apenas diecinueve años de edad.

—Claro Uriel, todos en este campamento deseamos eso tanto los recién llegados como yo y los que ya llevan tiempo como ustedes— dijo Alessandra una enfermera de mediana edad que había ido hasta ese lugar por su gran experiencia. Tenía alrededor de treinta y cinco años. 

—Como quisiera que ese día llegara pronto— comento Candy uniéndose al grupo y tomando asiento al lado de su amigo Uriel.  

—Si sobre todo porque ustedes son jóvenes y merecen vivir, disfrutar. Lo que nosotros los mayores ya hicimos— dijo Alessandra— Recuerdo cuando me case hace muchos años atrás.

—Cuéntenos Alessandra, ¿cómo fue?— pidió Uriel observando un brillo que tenían sus ojos al recordar aquellos momentos.

—Pues naturalmente yo estaba muy enamorada de él. Nos conocimos en New York, yo trabajaba en una casa como sirvienta, claro a escondidas aprendía a leer. Llegó como chófer, me conoció y se enamoró de mi. Teníamos alrededor de quince años— comenzaba a llorar por el sentimiento que le producía el recordar aquella faceta dolorosa de su vida y la cual pocos conocen.

—Por favor no continúe... Usted...no queremos que se ponga mal— dijo Candy a la mujer que ese mismo día había conocido de vista, debido a que era recién llegada y ni siquiera se habían presentado. 

—No, no yo quiero hablar creo que debí hacerlo hace mucho tiempo.

—Bien— dijeron todos al unísono. Poniendo atención a su compañera

—Hace muchos años atrás cuando yo era joven y estaba enamorada, fui en contra de todos los códigos sociales y me entregue a aquel hombre que años más tarde se convirtió en mi esposo. Él resultó ser hijo de buena familia, sus padres murieron en un accidente cuando era muy pequeño y tenía 2 años. Sus tíos querían ser dueños de todos los bienes y decidieron que él se encargara de buscar su comida, por lo que trabajaba sin saber su verdadera identidad. 

>>Trabajo como panadero, cuidador de caballos y chófer. Lo conocí y nos enamoramos, me entregue a él. De ese amor nació un fruto, una linda niña a la cuál no le podía dar una vida como ella la merecía. Yo ya no tenía empleo, mi patrona cuando se enteró de que estaba embarazada decidió echarme de la casa y su padre se había marchado para casarse con otra. Al descubrir que era hijo de buena familia decidió por el bien de los dos reclamar su puesto y así casarse conmigo pero.... Él tenía ya compromiso de nacimiento con alguien más. Dijeron que sí no se casaba con ella yo moriría y por salvarme se casó. 

Directo al amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora