Epílogo

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La novia avanzaba con sumo cuidado tomada del brazo de su padre. Que era un hombre muy apuesto, a sus casi cincuenta años de edad, él no aparentaba los años de vida que tenía. Pero si había cambiado mucho a lo que fue cuando tenía tan solo quince años de edad. Incluso en sus días de juventud. 

Él ahora era todo un caballero ingles, su cabello estaba corto, sus ojos azul verdoso hacían resaltar mucho más su aspecto varonil. Y por supuesto aún era uno de los hombres más codiciados de los Estados Unidos. Pero el ya tenía dueña, y dos hijos los cuales ya habían hecho su vida.

Su hijo mayor ya tenía una niña y un niño de tan solo cuatro y dos años de edad, respectivamente; y su hija menor estaba a punto de casarse con un buen hombre. Su amor también nació como el de su padre y su madre: en el colegio Real San Pablo. 

Terry llegó hasta el altar donde extendió la mano de su hija a su yerno, que prometió lo que él mismo había prometido a Albert, y que por cierto supo cumplir a la perfección.

—Prometo proteger, cuidar, amar y hacer feliz a Kristtel Annette— dijo Brett Stars el hijo de Uriel y Susana. 

—¿Quién entrega a esta mujer?— preguntó el padre a Terry y él respondió. 

—Yo padre, su padre— dijo y una lágrima asomo por su ojo, resbalando por su mejilla; debido a la emoción. 

Él después de entregar a su hija se fue a sentar al lado de su mujer; su hijo mayor, la bebé y Briscelda; Alessandra y sus padres.  

La ceremonia transcurrió serena mente y los novios al fin pudieron tomar los votos matrimoniales. Eso hizo sentir muy bien a Candy y Terry que sonreían felizmente al vivir la boda de su hija menor, tan solo con veintitrés años de edad, dos años menor a Oscar. 

Cuando los novios salieron de la capilla, dio inicio la fiesta y se sirvió el banquete ofrecido por los Grandchester. Que con orgullo podían decir que ya habían cumplido excelentemente la misión de padres que decidieron aceptar al casarse hace veintiséis años. 

—Mi amor, cuando mis hijos nacieron yo tenía cierto temor de fallarles como el padre que era para ellos— confesó a Candy mientras bailaban al compás de la música. 

—Bueno... Yo también tenía miedo, no fue fácil. Pero con nuestro amor logramos salir adelante y criamos a nuestros hijos como unos muchachos de bien... Te amo— dijo la mujer recargando su cabeza en el pecho de su marido. 

—Aún recuerdo nuestra luna de miel— sonrío picaramente Terry. 

—Yo igual... 

Ella lo besó con amor y el le devolvió el beso. 

Pasadas varias semanas de la boda de Annette; Terry y Candy decidieron ir a Francia y Grecia, para visitar la tumba donde descansaba aquel valiente soldado que decidió salvar la vida de la joven enfermera: Oscar Barontl. 

Terry tomó de los hombros a Candy, que miraba la cueva fijamente. Aquella cueva que ella recuerda llena de vegetación en sus alrededores, pero ahora ya no había absolutamente nada de aquella magia que una vez hubo ahí. 

¿Algo bello que se opaca con la muerte y ambición vuelve a ser igual? No claro que no. 

Una tímida lágrima rodó por la mejilla de la rubia, no podía creer que ya hayan pasado veintisiete años de su retorno a América. Y han sido a partir de ahí sus mejores veintisiete años de vida que ellos pudieran haber recordado. 

El último año había sido uno de los más crueles que se pudieran haber vivido jamás. Ni siquiera la primera guerra mundial se había comparado con la segunda. Pero esta vez, Candy ya tenía una familia por quién ver... Y por eso no fue a la guerra, nuevamente. 

  —Muchas gracias Oscar, cuando te conocí yo pensé que morirías. Uriel y yo jamás pensaba que podríamos salvar tu vida. Nunca te diste por vencido, y moriste por salvarnos a Uriel y a mí. Sabemos que te salvamos, pero no morimos por ti. En cambio tú, nos salvaste y moriste por nosotros— dijo y Terry limpió sus lágrimas. 

—Yo... Oscar cuando te conocí fuiste mi amigo de infancia y no se como pagarte porque salvaste a mi esposa. Gracias a ti yo pude tener una vida feliz, muchas gracias hermano. Muchas gracias— dijo Terry igualmente llorando y besando a su mujer. 

—Tuvimos dos hijos y ahora los dos están casados, gracias una vez más por permitirme ir directo al amor— fue lo último que dijo y tomó a Terry de su mano, para qué juntos se marcharán de aquel lugar que le traía una serie de recuerdos a Candy. Sobre todo de los doctores que también salvaron sus vidas, Adrién y Dennise. 

—¿Directo al amor?— preguntó Terry mientras caminaban. 

—Todo lo que yo hice, mis decisiones y mis acciones fueron siempre para que encontrara mi destino, que en este caso fue el amor. A ti mi amor— explicó Candy a su esposo que comprendió al instante. 

—Entiendo. Sí siempre fuimos, ambos, directo al amor— concordó y juntos se marcharon muy abrazados en dirección a donde los esperaban sus hijos con una excelente noticia. Sobre todo Kristtel. 

Sus siluetas se fueron desvaneciendo poco a poco conforme la luz del sol se iba escondiendo entre las montañas. Siempre juntos y tomados de las manos, tal y como lo prometieron ante Dios y sus amigos en el día de su boda y desde que se conocieron en aquella noche, viajando en un barco que iba directo a Inglaterra, cuando tan solo tenían quince años de edad. 

Directo al amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora