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Emma bailaba al ritmo de la música, seguía la coreografía a la perfección. De repente calló.
-¡Incompetente!- Gritó su madre mientras la tomaba fuertemente del brazo obligándola a levantarse.
-P…erdón- Dijo avergonzada la chica.
-Nada de perdón, comienza de nuevo, lo haremos cientos de veces hasta que te salga bien… idiota- Murmuró la mujer.
La pelirroja se puso en posición y comenzó otra vez, esta vez lo haría sin errores. Sus pasos se ajustaban al ritmo de la música y la coreografía iba tomando ritmo. Terminó. Estaba exhausta.
-Estuvo bien- Dijo su madre y a Emma se le iluminó el rostro -pero puedes mejorar- Escupió seca y sus palabras se le clavaron en el corazón como un cuchillo.
Ella asintió un poco triste y tomó una botella de agua. Bebió el contenido de un sorbo y se colocó su chaqueta. Tenía frío, por obvias razones, era invierno y la nieve inundaba el pequeño pueblo.
-¿Puedo ir a cambiarme mamá?- Dijo tomando su bolso.
-Como quieras- Dijo revolviendo entre sus cosas- Tendrás que irte caminando, tengo un grupo que preparar.
Volvió a asentir y se dirigió a los cambiadores con su mochila en mano. Una vez que se sacó todo el traje, tomó un suéter color azul marino y unos jeans negros de su bolso. Unas zapatillas altas color rojas completaron el atuendo y su gran abrigo color verde con capucha la mantuvo caliente. Guardó la ropa que había llevaba puesta anteriormente y se colgó la mochila al hombro para luego salir de la pequeña habitación.
Llegó donde su madre, el otro grupo ya se estaba preparando, entre este estaban las chicas a las que llamaban perfectas, rubias de cuerpos espectaculares, bonitas pero huecas.
-Hey, debilucha- Gritó una de las chicas, Jenna era su nombre.
-¿Q..ué?- Dijo en voz baja.
-Tu madre preferiría tener un perro de hija antes que a ti- Todas rieron, incluso su madre.
-Tienes razón Jenna- Dijo Ángela soltando una carcajada amarga.
-Me voy- La voz se le quebrada.
Salió de ahí con lágrimas en los ojos escuchando las risas de todo el grupo. Un viento helado le rozo las mejillas. Comenzó a caminar, las piernas le dolían, su pequeño cuerpo aún no se adaptaba a ese entrenamiento tan exigente.
Llegó a su casa y se quitó los zapatos dejando sus pies haciendo contacto con la alfombra que estaba caliente. Procedió a quitarse el abrigo y colgarlo en el pequeño perchero de madera que estaba a su lado.
Se sentó en el sofá y miró sus pequeños pies. Cubiertos por un calcetín de color lila, debajo de estos había miles de pequeñas heridas que como historias había que contar, cada una tenía una razón y un por qué de estar ahí. Suspiró y comenzó a jugar con un mechón de su rojizo cabello. Estaba bastante harta de que su madre siempre la tratara como se le diera la gana, burlándose de ella, prohibiéndole lo que más le gusta, porque para ella, la delgadez y forma física tenía que ser prioridad ante todo, incluso ante los estudios, pero ella no era así, ella no se quería tener que pesar todos los malditos días, no quería tener que seguir las estrictas reglas de alimentación de su madre, no quería, no era justo. Una lágrima se le escapó y la secó algo brusca. El timbre sonó provocando que se haga la misma pregunta que todos ¿Quién podría ser?.
Izzy caminaba algo apurado por las calles. Era un estudiante de psicología que tenía un trabajo de medio tiempo en el correo de la ciudad y en su tiempo libre tocaba la guitarra. Todos los días era el mismo recorrido por las mismas casas y las mismas calles. El sobre que llevaba en su bolso era el último y tenía una dirección distinta a todas las que siempre recurría. El helado viento le congelaba las mejillas y su aliento salía en forma de humo a causa del mismo.
Llegó a la dirección indicada y tocó el timbre, bajó la mirada para poder sacar el pequeño sobre y cuando la levantó una sonrisa se adueñó de su rostro.Emma abrió la puerta y se encontró con un chico, alto, moreno con unos tremendos ojazos y una sonrisa seductora. Se quedó en shock.
-Hola- Saludó el completo extraño.
-H..ola- Dijo ella con un leve sonrojo.
-Soy el cartero- Volvió a sonreír- tengo que darte… -dijo revolviendo entre el bolso-esto- le entregó un sobre de color lila.
-Muchas gracias- Dijo con una sonrisa mientras jugaba con el sobre en sus manos.
-No es nada, ¡nos vemos!- Se despidió el chico comenzando a regresar por donde había venido.
La chica cerró la puerta y se apoyó en esta dejándose caer.
-“Para Emma Miller, con cariño, su tía Lila”, sonrió mientras leía en voz alta.
Dejó el sobre arriba del refrigerador y comenzó a prepararse un café. Mientras esperaba paciente para que este se terminara, la curiosidad la estaba comiendo, quería saber que decía esa carta. El ruido de la cafetera la sacó de si. Tomó la taza humeante en una de sus manos y en la otra la carta. Comenzó a subir las escaleras para por fin llegar a su habitación. Se sentó en el escritorio donde reposaba su ordenador, dejó la taza y con cuidado abrió el pequeño sobre comenzando a leer.
“Querida Emma:
¿Cómo has estado pequeña?, me he enterado de todos los problemas que tienes en tu casa con tus padres, mi hermano me ha contado la obsesión de tu madre con el peso y con la danza. Debes sentir un peso enorme sobre tus hombros. Se que tienes una ambición y no es convertirte en bailarina, es encontrar a alguien que te quiera tal y cual eres. Créeme nena, lo harás, saldrás de todo esto, yo te ayudare, lo haremos juntas. Sabes que te quiero demasiado y que no me gusta la idea de que te veas fea, gorda y que no puedas disfrutar de lo que mas te gusta por la estúpida obsesión de tu madre. Ven a visitarme uno de estos días, tenemos que hablar.Con cariño, Lila. “
Terminó de leer y le dio un sorbo a su café. Esa carta era una invitación a salir de este infierno, claramente no se haría de un día para otro, pero quizás, con la ayuda de ella, de su tía, podría salir de ahí, podría dejar de seguir órdenes y por una vez en su vida ser feliz. Recordó al chico que le trajo esa carta. Era guapo y nadie podría negarlo. Su sonrisa, por Dios, era hermosa.
Sacudió la cabeza.
Un ruido interrumpió sus pensamientos, el auto de su madre.
Bebió de un sorbo el líquido de la taza a su lado y guardó en una pequeña caja color rosa pálido con candado la carta. La caja de los secretos era su nombre por el simple hecho de que dentro guardaba hasta sus más íntimos secretos. Puso todo en su lugar y se sentó en la cama. El ruido de la cerradura interrumpió los pocos minutos de silencio que le quedaban.
-¡Emma!- Gritó su madre desde la cocina- ¡Baja en este instante!
Pero la chica no se movió ni un centímetro.
Pasos se comenzaron a escuchar por la escalera.
-¿Acaso estas sorda?- Dijo la mujer con un tono molesto- Baja en este instante.
-No- Sentenció seria Emma.
-No me obligues Emma, baja ahora- Sonaba aún más molesta.
-No- repitió más firme y un golpe seco fue lo que recibió de respuesta.
-A ver si así aprendes a no se tan ingenua- Murmuró la mujer dando un portazo.
Emma se colocó la mano en la mejilla y trató de reprimir las lágrimas pero fue inútil. Caminó hasta el espejo y quitó su mano de su cara. Una gran mancha roja era lo que tenía en su mejilla izquierda. La chica soltaba lágrimas involuntariamente. Luego de un rato consiguió calmarse y esta vez fue a sentarse en el balcón. A pesar de ser invierno y que el viento helado le congelara hasta los huesos allí permaneció inmóvil hasta la media noche cuando fue hora de dormir.
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Ayúdame |Izzy Stradlin|
FanfictionIzzy conoce a Emma en el momento que su mejor amigo le implora de rodillas ayuda para conquistarla. Es la propuesta más rara que le ha hecho hasta ahora y la más sospechosa. Aún sabiendo que Axl no tiene inconvenientes para que las chicas caigan ren...