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-¡Emma, abre la jodida puerta!- el picaporte comenzó a moverse frenéticamente.

-¿Y ahora que hacemos?- Izzy le miró directo a los ojos y por alguna razón se perdió en ellos.

Era como si el mundo a su alrededor hubiese desaparecido y su cuerpo fuese poseído por un alma ajena. Lentamente se acercó a ella sin ser consiente de sus actos. Un paso más y estaría besándola.

-Izzy… ¡Izzy!- Emma le gritó en voz baja poniendo una mano en su rostro.

-E..estoy bien- se alejó- ¿me tiro por la ventana?

-¿Acaso estás loco?- abrió los ojos de par en par e Izzy rió.

-Ya, era broma… ¡El baño!- corrió hacia la pequeña puerta caoba y se metió en su interior.

-¡Emma, abre de una vez o tiraré la puerta!

Temblando, corrió y le dio paso a su madre. Llevaba el ceño fruncido y una mirada acusadora.

-¿Estabas con alguien?- se cruzó de brazos, examinando la habitación.

-No- se apresuró a negar rápidamente.

-Más te vale, jovencita- enarcó una ceja- y a partir de mañana, no quiero verte llegar con ese tal Izzy porque las consecuencias serán graves. Ahora duérmete de una vez ¿quieres? - cerró la puerta tras ella y Emma suspiró.

Izzy asomó su cabeza por entre la puerta, salió haciendo el mínimo ruido y abrazó por la espalda a la pelirroja.

-Creo que le caigo mal a tu madre- hizo una especie de puchero y Emma soltó una risita.

-Ella es… así- suspiró mirando al suelo- no te preocupes…

-No importa cuantas veces quieran alejarnos Emma, yo hice una promesa contigo –besó su mejilla- Te ayudaré.

Emma sintió como su rostro ardía. Con una media sonrisa se separó de él lentamente y le devolvió el beso para luego, verlo salir por la ventana como un caballero saliendo del castillo, sólo que en este caso, ella no era la princesa que llevaba en brazos.

Se dejó caer en la cama abatida producto del cansancio. Tenía muchas cosas que pensar y también, tenía hambre. Sonrió involuntariamente al recordarlo, Izzy era un ángel y con respecto a su físico, ni hablar. ¿Será que Emma se estaba enamorando?

El pelinegro tiró su bolso en el sofá de la sala y se desplomó junto a él. Emma, Emma y Emma. Esos eran sus únicos pensamientos y, a este punto, se le estaba volviendo muy común no poder sacarla de su mente. Ya fuera por su personalidad o su apariencia, para él, Emma era perfecta y eso estaba comenzando a inquietarlo.

Sábado, bendito Sábado. Emma dio un salto en la cama y bajó las escaleras con una enorme sonrisa ¿el motivo de esta? Una razón, su madre no estaba. Dio un suspiro de alegría y abrió el refrigerador. Nada. El hambre la estaba matando y su estómago le pedía comida a gritos. Miró la hora en el reloj, las agujas marcaban las doce del mediodía ¿tanto se había dormido? Retorciéndose del hambre, caminó hasta el sofá y cuando estaba por encender la TV, el timbre sonó.

Si había algo que Izzy odiaba era despertarse temprano y más si era en fin de semana. Pegó un manotazo tratando de apagar el molesto despertador pero fue en vano. Se levantó resignado y lo tomó estrellándolo contra la pared de color azul marino. El aparato seguía intacto. Con el ceño fruncido y molesto, lo apagó y volvió a dejarlo en el suelo.
Bajó las escaleras como un rayo, con una mano se abotonaba la camisa roja y con la otra terminaba el café hirviendo. Miró la hora y maldijo para sus adentros, si llegaba otra vez tarde al trabajo iban a dejarlo en la calle.

-¡Jack, cuida la casa!- gritó haciéndole una seña a su perro mientras salía corriendo calle abajo.

Una vez en el trabajo y con más de la mitad de la correspondencia entregada, se dirigió a la última casa, la de Emma.

La pelirroja abrió la puerta y sonrió abiertamente al verlo parado ahí.

-¿También trabajas en fin de semana?- lo miró divertida al notar el estrés y cansancio en su rostro.

-Por desgracia- refunfuñó como niño pequeño mientras tomaba un sobre amarillento- para la señorita- hizo una reverencia extraña y Emma rió.

-No sé italiano- enarcó una ceja sosteniendo el papel rosa entre sus manos.

-A ver, dame eso- el chico se lo arrebató con una expresión de confusión.

-¿Y qué dice, señor bilingüe?- enarcó una ceja, sonriendo.

-Te daré dos pistas- se acercó a ella con una sonrisa seductora- le gusta el rojo y habla italiano.

Emma se quedó helada. Tenía un admirador secreto. El corazón se le paralizó. ¿Acaso era él?

Ayúdame |Izzy Stradlin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora