21

1K 87 10
                                    

                                                                  21

–Dame eso, Emma –Le miró con asco–. Creo que debes estar más que satisfecha ya.

–P-Pero… –Ángela frunció el ceño–. N-No he comido nada en todo el día.

– ¿Y qué esperas? Si lo que cocinas apenas se puede ingerir –Murmuró, botando la mezcla de vegetales mal cocidos a la basura–. Hazme el grandísimo favor, y sube a tu habitación ¿Quieres?

Asintió, sintiendo una daga más en su pecho.

Subió las escaleras lentamente, rozando la dura madera con sus pies descalzos. Sus dedos, fríos, recorrieron el barandal con desinterés – ¿Podrías ir un poco más rápido? ¡No tengo todo el día, imbécil! –. Agachó la mirada, avergonzada.

Llegó al pasillo, donde estaba su habitación. Con cansancio, tomó el picaporte, y se adentró en ella.

Él no estaba.

Era de esperarse. No se arriesgaría a ser descubierto, lo comprendía. Pero, es que se sentía tan sola.

Caminó hasta el baño, mientras algunas lágrimas bailaban por su rostro.

No quería hacerlo. No podía romper la promesa.

Dio una mirada al espejo. Ese pequeño objeto que, para ella, sólo reflejaba lo peor. Nunca se había visto en él con una sonrisa sincera desde el comienzo de su adolescencia.

Ni siquiera cuando estaba con Izzy.

Las cicatrices adornaban sus brazos, y eran bastantes. Sin embargo, donde más tenía, era en su corazón.

La herida sana, pero las cicatrices quedan. Y sólo él tenía la capacidad para curarlas.

Abrió la pequeña caja escondida dentro del armario junto las toallas. Con cuidado, sostuvo entre sus dedos lo que hasta ahora, había sido su más fiel compañera. La cuchilla.

Ni en sus más remotos sueños se habría imaginado volver a usarla. Era un viejo hábito que había dado por superado ya hace tiempo. El mismo día que le conoció.

Se arremangó la blusa color melocotón hasta los codos. Sus facciones cambiaron, y volvió a romper en llanto. Ese llanto amargo, lleno de rabia y tristeza. Ese al cual estaba tan acostumbrada.

Un corte, limpio y sin resentimientos.

Su cuello se tensó, y mordiéndose el labio, hizo otro.

Ahora no eran solamente su boca y brazo los que sangraban, las heridas en su corazón se habían abierto.

– ¿Por qué eres así con ella? –Escuchó murmullos en la planta baja–. ¡Ángela, la has lastimado más que cualquiera!

–Se lo merece –Auch–. Tendrá que aprender a respetarme.

– ¿No te es suficiente, cierto? –El tono de voz en su padre cambió–. No puedes sentirte a gusto contigo, nunca pudiste. Entonces tienes que convertir a tu hija en una jodida enferma para poder estar satisfecha ¿Verdad? ¡Basta, mujer! ¡Si no paras, voy a divorciarme!

– ¡Emma! –La puerta del baño se abrió de una patada–. ¡Nena! ¡¿Qué te has hecho?!

–I-Izzy… Y-Yo n-no puedo más… –El moreno la tomó en brazos, manchándose la camisa en el proceso.

Corrió a la cama, y la dejó en ella con el mayor cuidado posible, como si de un cristal se tratara. Es que para él, era tan frágil.

Volvió a la otra habitación, y tiró todas las cosas abajo, rebuscando por el botiquín – ¡Por el amor de Dios, joder! ¿Dónde está? –Por fin lo encontró, y volvió a por su novia–. Rojiza… No te duermas, por favor.

Ayúdame |Izzy Stradlin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora