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Su madre. ¿Qué decirle? Descubriría que estaba mintiendo, era lo más seguro. Quizás no se daría cuenta si escondía la carta y… ¡la carta! ¡la dejó sobre la cama!, sin problemas su madre podría castigarla hasta la universidad si se enteraba que estuvo durmiendo con un chico… un chico como Izzy, un chico que la quería. ¿Cómo pudo ser tan idiota de haberla dejado ahí? Estaba tan encantada que si no hubiese sido porque la tiene puesta hubiese olvidado su cabeza también.

-¡Contéstame, maldita sea!- golpeó su puño contra la mesada.

-U..n amigo…- tragó saliva.

-¿Un amigo, eh? ¿Qué clase de amigo es con el que duermes?- movió el papel blanco que sostenía con su otra mano- ¡Emma Elizabeth Miller! ¡¿Qué significa esto?!

-¡Es un amigo! ¡El único que tengo y el único que me trata mejor que tú!- estalló en llanto corriendo por las escaleras.

La puerta la trabó con llave y se dejo caer en el frío suelo. Lo conocía hace poco, si, pero… joder ¡era la única persona que quería!,... era la única persona que se atrevió a quererla. Las lágrimas brotaban como ríos de sus ojos,  después de esa escena era indudable que Ángela le prohibiría a toda costa estar con él o siquiera verlo. Más lágrimas y más culpa se apoderaban de ella. Algo se encendió en su interior. Tenía una promesa de con él, tenía una promesa con Izzy.

-“No más lágrimas”- musitó mientras se abrazaba a si misma.

Las maldiciones llegaban a sus oídos desde la planta baja. Su madre estaba más que cabreada, cabreadísima. No quería salir y pensó miles de formas para sobrevivir en su habitación por un largo tiempo. ¿Qué estupideces estaba diciendo? Pateó un objeto que estaba junto a ella, una bolita de papel. Frunció el ceño y la tomó entre sus manos. Era la carta de su tía. ¡¿Acaso su madre había estado leyendo sus cosas?!. Corrió hasta su estante y tiró todos los libros que cubrían la pequeña caja rosa pálido. Estaba todo ahí dentro… ¿entonces porque la carta estaba tirada?. Un nudo se formó en su garganta. ¿Acaso Izzy la había leído?

El agua caliente recorría todo su cuerpo. Pensó que una ducha sería la solución para olvidarse un poco de todo y estaba bastante equivocada. Su estomago se revolvía del hambre y se dio una bofetada mental por haber huído sin su sándwich que probablemente ahora estaría en la basura. Cobarde y además, idiota.  Ya vestida con su pijama apoyó su frente contra el helado cristal de la ventana. Nieve y más nieve, eso era lo que veía. Estaba por despegarse cuando una mano se apoyó en el gran ventanal haciéndole dar un grito de muerte. Cubrió con sus manos su boca y se encontró con él, con Izzy sonriendo avergonzado.

-¿Qué estás haciendo? ¡Izzy te vas a congelar!- tomó sus manos y lo ayudó a entrar.

-Vale la pena- sonrió de lado.

Emma se sonrojó.

-¿Por qué estás aquí?

-Escuché tus gritos contra tu madre- se sacudió la ropa- gritas fuerte eh, rojiza.

Frunció el ceño para luego sonreír.

-¿Cómo escuchaste?

-Venía a dejar el correo y se escuchaba desde afuera…

-¡¿Qué!?- gritó.

-Sh… ¡rojiza!- exclamó en voz baja- no quiero que tu madre me eche a patadas.

Soltó una risita y lo abrazó congelándose el rostro contra la chaqueta de cuero. No le importó, después de todo, estaba con él.

-Ay, rojiza…- acarició su cabello- me vuelves loco.

Emma abrió sus ojos por un momento. ¿En qué sentido lo volvía loco? Bueno… más de lo que ya estaba. No quiso arruinar el momento y se aferró más fuerte a él.

Ambos estaban riendo y conversando. Izzy conoció un poco más a Emma y Emma conoció un poco más a Izzy. Era un chico adorable y con una gran personalidad.

Unos golpecitos en la puerta los hicieron callar.

-Emma… ¿estás con alguien?

La voz de su madre retumbó en sus oídos. Joder, ¿y ahora que haría? 

Ayúdame |Izzy Stradlin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora