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-¡Suéltame, Lea!-  lanzó un grito agudo mientras forcejeaba.

-¡Discúlpate!- tironeó un poco más de su cabello- ¡no puedes aprovecharte así de las personas, idiota!

-¡Bien, ya, ya! ¡Perdón, debilucha! ¿Contenta?

-Sirve por ahora, pero la llamas por su nombre.

-Perdón, Emma- refunfuñó mientras se acomodaba la falda.

-Así me gusta, ahora, lárgate de mi vista, manis.

La rubia se fue haciendo sonar sus tacones por todo el pasillo y Lea se quedó junto a Emma.

-¿Estás bien? ¿No te ha hecho nada, verdad?

-E..stoy b..ien- bajó la mirada- ¿por qué me has defendido? Ni siquiera te conozco.

-Oh, créeme cielo, te conozco más de lo que piensas- y otra vez se fue, dejándola con un lío en la cabeza.

Esa chica era… misteriosa. Meneó la cabeza y se puso en marcha hacia el patio, se apoyó en el tronco de un árbol y se dejó caer. El viento helado le rozó los pómulos y despeinó algunos de sus mechones pelirrojos. Cruzada de piernas y con los ojos cerrados disfrutó de los últimos minutos de paz que le quedaban.

Izzy golpeaba su lápiz contra la mesa, estaba más nervioso que durante una prueba y bueno, estaba en una prueba. Por más que quisiese concentrarse en los ejercicios los recuerdos de la noche anterior inundaban su mente. Estuvo a punto de besarla… ¡de besarla!, si no lograba calmarse iba a terminar en un psiquiatra. Una mano se posó en la hoja en blanco y la tomó.

-Se te acabo el tiempo, Stradlin- el profesor le dio una mirada asesina al ver que aún no había podido hacer nada.

Dio un suspiró y guardó sus cosas resignado. Iba a reprobar pero bueno ¿qué más da?, arrastrando sus pies por el suelo caminó por el largo pasillo. Seguía pensando en Emma, ¿cómo había cedido a que quedarse con ella?, había algo en ella, era tan distinta, tan… preciosa. Una sonrisa idiota se formó en su rostro y siguió camino hasta el patio donde la vio.

Emma, aún sumida en sus pensamientos dejaba que la brisa le acariciara el rostro y sonreía de vez en cuando al recordar la carta de Izzy.

-Izzy…- murmuró en voz baja y no pudo evitar sonrojarse.

-Hola, enana- alguien la sorprendió por detrás y le hizo dar un salto.

-¡Izzy!- frunció el ceño y una mirada de muerte fue lo que le dio.

Él soltó una risa. Como adoraba verla “enojarse”.

-¿Cómo está mi rojiza preciosa?- la abrazó por los hombros mientras besaba su mejilla.

El color de las mejillas de Emma se asimilaba al de su cabello o al color del deportivo de su madre. No pudo evitar sonreír tanto como pudo al sentir sus cálidos labios sobre su mejilla izquierda.

-De maravilla- dijo sin pensar.

-Eso es genial- el pelinegro dejó ver una perfecta hilera de dientes blancos como siempre hermosos.

-¿No tendrías que estar en clase?- Emma cambió de tema.

-Si, pero digamos que hubo un inconveniente con mi prueba- hizo una mueca de inocencia.

-¡Izzy Stradlin!- lo regañó como una madre a su pequeño hijo.

-¿Qué?- Izzy rió.

-Eso no se hace- enarcó una ceja.

Rió fuertemente y la abrazó más fuerte.

-No te das ni una idea de cuánto te quiero.

Emma bajó la mirada sonriendo.

-Tú tampoco- susurró inaudible.

-¿Dijiste algo?

-No, claro que no.

-Como sea, ¿quieres que te lleve a casa?

-Eso estaría perfecto.

-Entonces, vamos- tomó su mano y comenzaron la caminata hasta la puerta principal del edificio.

Los jóvenes que pasaban cerca de ellos los observaban. Algunos sonreían, otros confundidos se apartaban y otros simplemente seguían su camino.

Subieron al preciado vehículo de Izzy y tomaron rumbo a la casa de la chica.

-G..racias Izzy- sonrió tímida y se acercó un poco más a él.

-No es nada, enana.

Emma besó su mejilla a manera de despedida y movió su mano cuando él ya estuvo bastante lejos. Llevó un dedo a sus labios y formuló varias preguntas indecentes en su mente. Sonrojada a más no poder y sonriendo abiertamente entró a su hogar.

El silencio reinaba en la habitación y Emma decidió prepararse algo para comer.

-¿Quién era él?- una voz a sus espaldas resonó en sus oídos.

Tembló.

-Contéstame, ¿quién era él? 

Ayúdame |Izzy Stradlin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora