Emprendiendo el Vuelo

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Sora aterrizó con fuerza sobre la red de seguridad, era la quinta vez que se aferraba al trapecio y no lograba tomar las manos de Àlvaro. Lo peor había sucedido esa misma mañana.

―Estamos perdiendo el tiempo ―exclamó León en fría calma.

Álvaro lo fulminaba desde el trapecio contrario.

―No se trata de ti ―gruñó el ruso con furia.

León no dijo nada más, solo se giró para empezar de nuevo con la rutina. Ver fallar a Sora y terminar escuchando los alaridos del ruso.

Sora en cambio, miró sus manos, éstas temblaban al tan solo pensar que realizaría una acrobacia con alguien más. Era consciente que debía confiar, ceder parte de su vida a otra persona por meros segundos en el trapecio. A muchos metros de altura.

―Tienes que seguir esforzándote ―la motivó Álvaro, aunque no parecía muy convencido.

―Claro ―respondió ella volviendo a subir al trapecio. Solo debían empezar con lo básico. Brincar e ir de trapecio en trapecio, era el calentamiento rutinario para iniciar con la verdadera prueba, sin embargo, Sora no podía hacer algo tan simple.

«Esto es peor que con la Sirenita», pensaba Ken analizando los hechos.

Sora lo volvió a intentar, pero se paralizó en cuanto divisó a León, él no se había molestado en intentar coger su mano. Solo rondaba cerca por órdenes de Kalos.

―Estoy perdiendo el tiempo ―masculló el demonio alvino―. No debería...

Álvaro simplemente se lanzó contra del demonio, ambos cayeron pesadamente sobre la red de seguridad provocando que ésta casi se rompiera. Los gritos empezaron, mientras el acróbata ruso golpeaba con saña al francés.

―No ―empezó a decir Sora negando con la cabeza. Era casi un susurro que solo ella podría haber escuchado―. No por favor...

―¡Maldito infeliz, voy a destrozarte ahora mismo!

―Inténtalo ― exclamó León recibiendo un puñetazo que le partió el labio, eso no lo amilanó―. ¿Solo das golpes de mariposa?

Sus palabras enfurecieron a Álvaro Kornikof como nada en este mundo había podido hacerlo. Lo curioso es que León no se defendía, solo recibía los golpes.

―¡Deténganse! ―gritó Sora al borde de las lágrimas.

Álvaro se detuvo girando el rostro hacia Sora.

―Detente Álvaro ―suplicó esta vez―, no...en el escenario, por favor.

―¿No es triste saber que a ella le importas un comino? ―azuzó León, saboreando su propia sangre. Los golpes lo habían ayudado a olvidarse de la insidiosa migraña que lo aquejaba desde que había despertado.

―Cállate ―ladró Álvaro apartándose―. Mantente alejado o te matarré ―amenazó antes de bajar de la malla.

Sora aunque alcanzó a escuchar la amenaza del ruso, no entendió lo que León le había dicho, su sonrisa de póker, pese a haber recibido los golpes del otro, la perturbó.

«Esto no debería ocurrir en el escenario», pensó abatida.

―Álvaro, enfría tu estúpida cabeza y vuelve en una hora ―ordenó Mijaíl. Kalos lo secundaba con el ceño fruncido.

―¿Sólo les importa esta maldita obra?

―Fue algo que quisiste desde el comienzo ―respondió Kalos―, te advertí que no habría marcha atrás. No solo se juegan la reputación de ustedes, también de los circos.

Las palabras de Kalos calaron hasta el alma de Sora, ella no había comprendido la renuencia de su jefe hasta ese momento. Apretó la soga con fuerza tomando una decisión.

―Joven León ―exclamó desde su posición, atrayendo el resto de miradas, incluyendo las del nombrado―, cooperaré.

León enarcó una ceja de incredulidad, pero asintió con la cabeza. Entonces bajó de la red y emprendió la subida.

―Primero debería... ―intentó detenerlo torpemente Sora.

―Si fallas en este intento, me retiraré a descansar ―dijo arrogante―, no es como si vaya a sacrificar mi tiempo de descanso solo porque decidiste intentarlo de nuevo.

Frías palabras que descolocaron a Sora, aunque ella trató de no demostrarlo.

―Haremos el salto de fe ―agregó León, provocando más jadeos.

Sora boquiabierta negó con la cabeza. Solo pensaba hacer las escenas del purgatorio por el momento. No parte de la escena clímax de la obra. El inicio de Redención.

―Suban el trapecio de Sora ―indicó León al equipo técnico. Éstos lo hicieron renuentes y poco a poco, Sora fue observando con un trémulo sabor de boca cómo aumentaba la distancia―. Solo tendrás que saltar y te atraparé ―indicó León, su ceño fruncido―. Si puedes hacer solo eso, bastará para lo demás.

Sora tragó saliva, las manos empezaron a sudarle, un frío temblor arremetió contra sus articulaciones y la espina dorsal con violencia. Cerró los ojos para no sucumbir al vértigo; saltar al vacío, aunque León fuera a atraparla y la malla de seguridad estuviera puesta, era demasiado. Buscó a Álvaro con la mirada, él no estaba.

―¡Tú puedes Sora! ―exclamó Rosetta en tierra firme. Su confianza alegró el corazón del ángel de Kaleido.

Inspiró con fuerza y trató de visualizar a León, su mirada se clavó en el trapecio donde éste apoyaba sus pies y saltó.

«Te conozco mejor que ese ruso», pensó León desapasionado. Era una verdad incuestionable.

Aunque solo era un salto, Sora dio una voltereta mientras caía. Necesitaba hacerlo o solo sentiría que se lanzaba al mismo infierno. Su mente ya visualizaba el trapecio, iba a cogerlo, no confiaba en León, solo tendría que estirar las manos e impulsarse hacia otro trapecio para no empujar a León hacia la malla.

No esperó ser atrapada y girar con León en 360 grados. Terminaron cayendo en la red, pero León había cumplido su promesa, la había atrapado.

―¿Están bien? ―preguntó Ken preocupado.

―¡Fue maravilloso Sora! ―exclamó Mía―. Eso... ―sus ánimos se silenciaron cuando notó la mirada confundida de Sora.

Otros empezaron a murmurar excitados, mientras el ángel y el demonio de Kaleido bajaban de la malla.

Por breves segundos, Sora había escuchado los fuertes latidos del corazón de León, esa calma que siempre la había acompañado y había dejado de escuchar. Tuvo miedo. Se apartó lo más rápido que pudo en cuanto aterrizaron y se retiró en silencio.

León bajó en silencio, sacudió la cabeza al sentir esa perturbadora sensación que siempre lo embriagaba cada vez que hacía acrobacias con Sora en el trapecio, siempre. Y esta vez no fue la excepción. El corazón le dio un vuelco al comprender la gravedad de sus actos.

Por celos había dejado de lado esa dulce sensación que ahora lo carcomía por dentro.

«Algo más que añadir a esta pesadilla», pensó León sin dejar algún indicio de sus turbulentos pensamientos a los otros. 

Empezó a salir del escenario de prácticas también. El ruso golpeaba bien, no había atacado al azar, era consciente de las posibles lesiones que su muñeca y hombro izquierdo habían sufrido. Era buen momento para ir al médico y de paso acabar con su insomnio y las pesadillas.



Kaleido Star: Ángeles y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora