Sombras del Corazón

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Sora corrió por el pasillo con el corazón en la garganta, estaba tan confundida y no sabía qué hacer exactamente. 

«Me atrapó», fue su frenético pensamiento.

Sus pasos empezaron a ralentizarse poco a poco, hasta que terminó de pie en medio de un solitario pasillo.

«Me atrapó», repitió su desesperada y confusa mente. 

Su estómago dio un vuelco ante el pensamiento.

Las imágenes del cruel trato que le dedicó León, cuando lo volvió a ver en París, enfriaron su espina dorsal como un rayo. Lágrimas de dolor inundaron sus ojos. La pelea sobre el escenario también la había herido.

―Sora.

El ángel de Kaleido brincó en su sitio.

―Álvaro ―casi susurró su nombre al verlo.

― ¿Por qué diablos saltaste? ―casi gritó, pero se contuvo al ver como el ángel de Kaleido se encogía de terror―. Sora... ―Su cruda expresión se suavizó al darse cuenta. 

Ella lo estaba comparando o casi igualando.

A León Oswald.

Sora bajó la mirada―. Logré... saltar.

― Te lanzaste a un acto suicida ―soltó el ruso sin ánimos. 

Sus manos, magulladas por los golpes que le propinó a León, saltaron a la vista de Sora, cuando él se despeinó los cabellos frustrado.

― Tendré que hacerlo de nuevo ―insistió ella, tratando de convencerse, de convencerlo a él―, para recrear...

Álvaro clavó su fría mirada en ella―. ¿Me amas, Sora? ―En su mirada, había acusación.

Sora bajó la mirada, realmente no estaba segura de nada. Y en el escenario...

― Álvaro...

El ruso suspiró enfadado―. No serrá necesarrio ―masculló sin ocultar su pronunciado acento. Ya no tenía ánimos de nada.

Ella alargó la mano hacia él, sin embargo, él se apartó de su toque.

― Piénsalo, no siempre estarré para ti ―diciendo esas dolorosas palabras, se retiró en silencio.

Los dedos de Sora temblaron antes de cerrarse en un puño y caer. Entonces la determinación inundó su pecho y la llevó a exclamar con fuerza:

― ¡Amo el escenario, mucho más que a mí misma!

El ángel ruso se tropezó al girar de golpe, no había esperado esa resolución.

No de la actual Sora Naegino.

― Ming sensei me ha enseñado a crear ilusiones con las pelotas ―admitió―. No me limitaré, si tengo que confiar en el joven León de nuevo para cumplir mi sueño...lo haré ―dijo determinada―. Tengo que hacerlo ―dijo casi para sí misma.

Álvaro frunció el ceño no muy convencido por aquella idea―. ¿Aunque te arriesgues a caer de nuevo? ¿A peder tu sueño por caer de un trapecio?

Las preguntas cargadas con escepticismo aturdieron a Sora por breves segundos, y Álvaro Kornikof no dudó en aprovecharlos.

― Hoy no te dejó caer. ¿Qué tal mañana o pasado mañana? ¿O el día de la función?

― Álvaro... 

Los orbes de Sora se abrieron como dos farolas sin luz. El miedo apoderándose de ellos por aquella peligrosa duda.

El ángel ruso negó con la cabeza sin ceder―. Te hizo daño Sora ―reforzó su advertencia―, no puedes confiar en alguien que te lanza fuera de un trapecio adrede ―soltó con más calma.

    §    

May se ganó con la discusión entre los dos ángeles de Kaleido, sintió sorpresa al notar la vengativa rabia del ruso, pero sobretodo, la lucha de voluntades en la que el ángel de Kaleido iba perdiendo.

― Quizás solo tiene que practicar para que se le vaya la ineptitud ―exclamó May sin poder detenerse―. ¿No has pensado que enfrentar sus miedos es la mejor forma de acabar con ese patético retraso? ―gruñó enfadada.

―May Wong ―gruñó Álvaro.

― Nuestra práctica inicia en quince minutos ―May cambió de tema, demostrando qué era lo más importante para ella, al menos, en estos momentos. Continuó con su camino hacia las habitaciones. Asinov tenía una noticia que darle, no pensaba perder el tiempo cotilleando.

― May ―susurró Sora sorprendida, entonces empezó a asentir con la cabeza varias veces comprendiendo―. Estaré allí.  

May sonrió como sabía hacerlo, algo despectivamente altiva.

Sora solo lo atribuyó a su original forma de ser. Álvaro se retiró sin decir otro comentario, se sentía demasiado mosqueado como para medir sus palabras. Y por primera vez, quería evitar meter las cuatro.

§   

Sora retornó a la sala de prácticas, pero el ambiente era tenso. León practicaba un solo en la pista de hielo, mientras que otra parte del elenco practicaba la danza que se ejecutaría en el infierno. 

Todas las miradas se centraron en el ángel de Kaleido.

Sora tomó aire para darse un impulso y sonrió como pudo―. Lamento la interrupción ―exclamó doblando su cuerpo en una venia.

― Realiza el calentamiento, Sora ―le pidió Ken con un dejo de preocupación.

― Claro ―respondió ella observando por todos lados―. Aun no veo a la señorita Layla ―preguntó notando su ausencia. Desde las intensas prácticas al inicio del internamiento, no la había vuelto a ver.

Ken un tanto nervioso sonrió rascando su cabeza―. Tuvo un percance y se retiró junto al señor Ming ―Para Sora, aquellas palabras fueron devastadoras y su semblante decayó como un balde de agua fría.

― Pero...

― Dijo que volvería antes de terminar el campamento ―le secreteó Ken tratando de animarla―. Igual que el señor Ming.

«Por eso las sesiones fueron tan rápidas», supuso Sora.

― Naegino, termina el calentamiento ―ordenó Mijaíl, se hallaba junto a Kalos revisando unos papeles.

― ¡Lo siento entrenador! ―Exclamó Sora tratando de mantener a raya su desbocado corazón. 

León observaba en silencio desde la pista de hielo, un halo frío y oscuro lo envolvía. 

Un silbatazo envió a todos a sus lugares.

― Deberías hacerte ver ―Kalos no muy contento por la pelea, también había visto quien había recibido todo el daño.

León le quitó importancia―. He recibido peores, Kalos ―murmuró León en respuesta―. Y no he sido un santo ―finalizó observando al ángel de Kaleido. 

Sora había iniciado el calentamiento para ingresar a la pista de hielo. 

May regresó en ese momento, sonreía de oreja a oreja llamando la atención de varios. 

― ¿Te ganaste la loteria Wong? ―Preguntó una acróbata sin poder contenerse.

May la miró y sonrió―. Algo mucho mejor que eso ―fue su tajante respuesta antes de fijarse en Sora―. No habrá trapecios involucrados Sora, espero que no lo arruines.

―¡May! ―Ken intervino tratando de evitar que Sora se alterara. 

Ella muy a diferencia del resto, sonrió avergonzada. Aunque por dentro, sintiera que su pecho fuera a explotar por el dolor, un dolor que no podía darle explicación.

«Tengo que dar lo mejor de mí», se dijo Sora, aceptando los silenciosos ánimos del espíritu del escenario.

―Ahora veremos cómo el ángel danza con dos demonios ―arguyó Mijaíl, enviándolos a la pista de hielo.

La mirada sorprendida de Sora fue hacia León. Eso, no lo esperaba.


Kaleido Star: Ángeles y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora