Prólogo

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Febrero de 1999, Londres, Inglaterra:

Gerald Statham necesitaba un nuevo empleado. Había contratado a cuatro jardineros, dos criadas y un ama de llaves, pero le faltaba alguien que, no sólo le hiciera de chófer, sino que le protegiera las espaldas, que administrara su agenda... Alguien en quien confiar, alguien a quien pedir consejos sobre temas importantes. Y eso era difícil. Encontrar a un hombre que reuniera todas esas cualidades, era poner el listón muy alto, pero es que a Gerald Statham, no le gustaba depender de un montón incontable de empleados. Él deseaba llegar a conocer sus nombres y sus apellidos, el nombre de sus maridos o esposas, sus vidas, ¡llegar a considerarlos amigos! Él deseaba pocos pero fieles servidores. Por eso, tenía que encontrar a un solo hombre que pudiera ser su sombra.

Su mujer, como era de esperar, se mostró escéptica ante la existencia de tal personaje, pero Gerald no se rindió y continuó buscando y entrevistando a variopintos sujetos día tras día. Su mujer no lograba entender su obstinación, pero no quiso discutir con él.

Tras un lluvioso mes, a casi finales de marzo, un hombre se plantó bajo la pérgola de la entrada diciendo llamarse William, William Bonnaire.

William tenía un aspecto imponente. Un rostro muy adusto, un cuerpo musculoso y grande. Era alto, de ojos marrones, nariz larga y recta, mentón cuadrado y cejas pobladas. Además, lucía una larga cicatriz en el brazo derecho que casi pasaba desapercibida gracias a su pelo. Costaba creer que un hombre con tanto pelo en el cuerpo, tuviera tan poco en la cabeza; se había rapado al estilo militar. De hecho, cuando Gerald lo contempló por primera vez, eso fue lo que pensó, que era militar, o que al menos lo había sido.

A pesar de su aspecto y de su grave y potente voz, era extremadamente educado, y para sorpresa de Gerald, era incluso agradable. Quién lo diría.

Gerald no podía estar más contento. Después de una corta entrevista, descubrió que era el hombre que había estado buscando. Sin duda, lo era. No podía creer su suerte. Su mujer no se lo creería.

Increíblemente, a los quince minutos en su despacho, reían como mejores amigos.

—Sólo hay un pequeño problema— comunicó Bonnaire, serio de repente.

—¿Cuál?

Gerald pensó que nada podría hacerle cambiar de opinión ya. El dinero no era ningún problema, el alojamiento no era ningún problema. Todo le parecería bien con tal de tener a ese hombre a su servicio.

—Mi ex mujer falleció hace unos meses y la custodia completa del niño he pasado a tenerla yo y si trabajo para usted voy a estar más tiempo fuera de casa que dentro. Mi hijo es un crío todavía, no puedo dejarle solo, y me preguntaba si...

Gerald no le dejó terminar la frase porque ya se imaginaba lo que quería decir. No se molestó, más bien se entusiasmó con la idea.

—¡Oh! ¿Cuántos años tiene? Yo también tengo una hija.

—Va a cumplir los ocho dentro de nada.

—Mi hija tiene cuatro rumbo de los cinco este octubre, ¡es perfecto! No te preocupes, podéis mudaros aquí los dos, no es ningún problema. ¡Podría asistir a la misma academia que mi hija y todo!

William parpadeó sorprendido por la despreocupación y la felicidad de su nuevo jefe al soltarle la oferta, pero respiró tranquilo. A él no se le daba muy bien cuidar de niños, y ahora lo tenía todo solucionado. Al fin había encontrado un trabajo que le gustaba y que además estaba bien pagado. No iba a tener que preocuparse de contratar a ninguna niñera para su hijo. Odiaba las niñeras. Él había tenido una de pequeño, y desde el mismo momento en que vio a su hijo en el hospital, decidió que nunca le pondría una niñera. E iba a cumplir su palabra.

Envíame un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora