Capítulo 18

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Abril de 2014, Melbourne, Australia:

Desde que nos habíamos subido al avión, tenía esa extraña sensación de que estaba pasando algo por alto. Estaba segura de que había algo extraño, algo fuera de lugar, pero no sabía el qué. Me apreté el puente de la nariz con fuerza, sintiendo un pinchazo de dolor en mi cabeza.

Nick me observó con preocupación.

—¿Estás bien? ¿Quieres tomarte algo?

—No, es sólo que siento que algo va mal.

Mi amigo no dijo nada, sólo esperó en silencio a que le aclarara el asunto.

—Creo... hay algo sobre esa noche, sobre el asesinato de mis padres, que me inquieta.

—¿Qué?— se alarmó.

—No lo sé, no sé lo que es.

Nick debió de ver que estaba demasiado cansada para el esfuerzo que estaba tratando de hacer, ya que me tumbó la cabeza en su hombro y dijo:

—Si descansas un rato quizás todo te parezca más claro.

Cerré los ojos, intentando librar la ardua batalla de liberar a mi mente de escenas espeluznantes. Me quedé dormida gran parte del viaje, recuperando muchas de las horas de sueño perdidas de las semanas anteriores. Y no soñé nada. Cuando me desperté, me sentí un tanto adormilada, pero mi dolor de cabeza se había ido, y me sentía como una rosa fresca; a excepción de mi garganta, que estaba seca como un pozo polvoriento, y mi estómago, que estaba vacío y rugiendo por recuperar energías.

La risa de Nick me llamó la atención.

—¿Hambrienta?

Tenía una sonrisa perezosa, porque él también se había quedado dormido, a juzgar por sus pelos. Estaba apoyado con el codo en la ventanilla, mirándome fijamente.

El color se me subió a las mejillas, tratando de peinarme con los dedos. Asentí con la cabeza. Él hizo una mueca divertida.

—¿Sabes? Me encanta cuando te sonrojas.

Casi como si pretendiera complacerle, el rojo se me subió hasta la punta de las orejas y mis ojos se humedecieron de la vergüenza. Debía de estar como un cangrejo.

Nick soltó una audible y jovial carcajada a lo que respondí golpeándole en el brazo.

—Preocúpate por ti, ¡señor pelos de punta!— gruñí enfurruñada.

Él dejó de reírse un segundo tan sólo para mirarse en el reflejo de la ventana y reír de nuevo.

Había olvidado cómo sonaba su risa. Aunque el tono de voz era totalmente diferente, seguía teniendo la misma musicalidad, la misma manera de reír. Había olvidado lo mucho que eso me oprimía el corazón con felicidad, y lo mucho que se me contagiaba.

Ladeé mi cabeza dirección al pasillo para que no viera mi sonrisa estúpida. Le odiaba, mucho.

—Queda poco para que aterricemos, ¿puedes esperar un rato?

—Claro que sí— me quejé.

Me estaba tratando como a una niña. Él asintió y se quedó un rato en silencio, meditando algo con seriedad. Finalmente me miró un momento, y luego volvió su vista por la ventanilla. Supe que iba a decirme algo.

—Cuando... cuando me enteré de lo de tus padres y pensé que te había pasado algo...

Hizo una pausa.

—Pensé en todas las cosas que me hubiera gustado decirte. Todas las cosas que me gustan de ti, todo lo que... no sé— me miró un segundo— Y me di cuenta de que no iba a poder hacerlo, y me prometí que diría las cosas en sus momentos si así me apetecía, aunque pudieran incomodar a alguien o quedar demasiado espontáneas o fuera de lugar.

Envíame un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora