Capítulo 10

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Diciembre de 2008, Londres, Inglaterra:

Perdió la cuenta del tiempo que se quedó pasmado frente al escaparate de la tienda. No se decidía a sacar las manos de la protección de los bolsillos de su abrigo para empujar la puerta y entrar. Era un cobarde.

Suspiró, mirando su aliento salir y perderse en el aire de Londres. ¿Sería estúpido regalarle algo? No, pero, ¿sería estúpido regalarle algo tan caro y ostentoso? Tampoco. El problema era que "estúpido" no era la palabra. La palabra era "correcto". Tenía la sensación de que estaba fuera de lugar.

Observó sus ojos azules en el reflejo del cristal y luego dio un nervioso paso atrás para poder observar las agujas del Big Ben. Si su vista no le fallaba, quedaba menos de una hora para la fiesta de Navidad, y él seguía allí, plantando frente a la tienda sin decidirse. No le quedaba tiempo. Había estado semanas pensando en qué regalar a Allison para Navidad y finalmente se encontraba comprándolo en el último momento. Siempre le pasaba igual.

Se despeinó la cabeza con la mano, olvidándose del frío por un momento.

—Maldita sea— murmuró enfadado, y cogiendo una profunda bocanada de aire, se adentró en la pequeña joyería.

Ya no había vuelta atrás. Se lo compraría y punto. Ya se preocuparía más tarde de lo que fuera a pensar Ally.

La dependienta permaneció sonriéndole inalterable y pulcramente los 10 minutos que estuvo en la tienda. Se sintió todavía más imbécil e incómodo de lo que ya estaba y deseó con todas sus fuerzas saber qué era lo que estaba pensando aquella señora de él en ese preciso momento. Siendo Navidad, no era muy difícil averiguarlo de todas formas. Seguro creía que le estaba comprando algo a su novia, y él se moría de ganas de negarlo rotundamente, pero no podía, porque ella no preguntó.

Muerto de vergüenza, consiguió salir al fin de la joyería con su compra bien envuelta en papel de regalo, metida en una llamativa bolsita que le hizo mirar de lado a lado de la calle, preguntándose si los transeúntes no pensarían que era idiota. Tras unos primeros segundos de incomodidad, se relajó, convenciéndose de que era estúpido ponerse así.

Cuando llegó a casa, su padre y su tío se encontraban en el salón, vestidos casual, con una copa de champagne cada uno, conversando amenamente. Los dos adultos, al verle, sonrieron.

—¿Dónde estabas? Date prisa y deja las cosas que vamos a cenar. Haylie y Ally deben de estar casi listas— le dijo Gerald.

Él asintió, y cuando estaba a punto de retirarse, su padre le llamó la atención y él se volteó para mirarle.

—Nick. Después de la cena no te esfumes. Tengo que hablar contigo.

Nicholas parpadeó confuso y frunció el ceño, intentando averiguar qué era lo que su padre querría decirle. William raramente quería hablar en privado con él. Ni siquiera recordaba la última vez que había pasado algo similar. Finalmente asintió, y se dirigió a su habitación para darse una ducha rápida y cambiarse.

La fiesta fue tranquila. Todos comieron y charlaron con muchos ánimos, tanto propietarios como trabajadores. Eso era algo que siempre le había gustado de su tío Gerald: El tener dinero no le hacía infravalorar a los demás. Siempre había tratado a sus escasos empleados como amigos, o familia, y su propio padre era el ejemplo más claro. Para Gerald, William era como un hermano.

Nick, sin embargo, estuvo distraído eternamente, pensando en lo que su padre querría decirle. Por algún motivo, sentía mucha curiosidad y estaba nervioso. Su mejor amiga, por supuesto, se dio cuenta enseguida de que andaba en sus pensamientos y se le veía preocupado, así que con todas sus mejores intenciones, intentó meterlo en la conversación diversas veces, pero él no puso mínimo esfuerzo en atender.

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