Capítulo 3

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Marzo de 2014, Melbourne, Australia:

grisácea bandeja de Mila se deslizó por la mesa hasta colocarse enfrente de la mía. Al momento siguiente, mi amiga apareció al otro lado de la mesa. Traía un vaso de plástico puesto del revés encima de una pequeña botella de agua, y dos platos de plástico envueltos en celofán con ensalada y pasta; aparte, en un lado, una manzana, sus cubiertos, y dos servilletas.

—¿Qué tal Ally? ¿Cómo es que te fuiste ayer tan rápido? Sean dijo que...— levantó el rostro y me miró— Oh, por Dios, ¿qué te ha pasado? Tienes un aspecto horrible.

—Ah, bueno...— suspiré frotándome la frente.

Me dolía la cabeza. Miré mi plato y mis cubiertos, igual que los suyos. Era el menú del día de la cafetería. Traté de concentrarme en lo que estaba haciendo, sentía que en cualquier momento caería dormida encima de la mesa y no me podría despertar ni un terremoto.

—No he pegado ojo en toda la noche.

—Uf, ¿por qué? ¿Qué pasó?

Me metí un bocado de macarrones en la boca y, tras haber masticado y tragado sin muchas ganas, inspiré profundamente. En cualquier otro día, me hubieran parecido apetitosos y sabrosos.

—Tuve un problema de goteras y ratas y otras cosas impensables y terroríficas en mi casa.

Ella soltó un gemido de horror que acompañó con una mueca de asco y compasión. Retiró la silla y se sentó, empezando a destapar su primer plato.

—Suena horrible.

—Porque lo es— torcí el gesto, volviéndome a meter el tenedor en la boca con desgana.

Lo cierto es que a pesar de mi mal humor, y de haberme ensuciado como jamás lo había hecho, me había pasado la noche como una niña con juguetes nuevos y me encantó ver cómo la suciedad se iba, pero echando eso a un lado, había descubierto un pequeño tesoro. Aquello parecía el estudio de Leonardo da Vinci: Cuadros, pintura, maquetas, planos y materiales varios. En algún tiempo había sido el estudio de trabajo de alguien, y la verdad es que los cuadros que vi no eran malos. Había decidido que iba a colgar algunos por casa. Había uno en concreto que tenía increíbles tonos rojos, naranjas y marrones, lo que parecía una puesto de sol en el desierto de Australia.

Ese día, cuando llegara, tendría que seguir. La noche anterior sólo había podido sacar todos los trastos, limpiarlos, y limpiar el salón, que era donde los había puesto e inevitablemente polvo y otras cosas se habían caído. Hoy me tocaba limpiar la sala en cuestión. El reto más arriesgado. Las manchas de humedad, de pintura y de mierda en general se habían quedado pegadas o estaban pegajosas, y el olor, impregnado en todos los rincones, era de por sí insoportable.

Cuando lo hubiese acabado... Bueno, ese era otro problema. ¿Qué haría con la habitación y los objetos? Los objetos y los muebles quizá podría venderlos a segunda mano y la buhardilla...

‹‹Mmm... quizá podría comprar unos muebles bonitos con el dinero que consiga vendiendo los viejos y hacer un espacio romántico-bonito-relajante››. Por unos segundos se me iluminó el rostro. Eso pintaba muy, muy bien. Me entusiasmó la idea.

No tenía ni idea de bricolaje, pero en los tiempos que corren una mujer tiene que estar preparada. Ya no vivía en casa de mis padres rodeada de sirvientes, me había hecho a la idea hacía ya unos años atrás y todavía a veces se me olvidaba. Sin embargo, si en algún momento tenía que llamar a alguna empresa, no me culparía y me permitiría el lujo. Tenía dinero, maldición, ¿por qué no usarlo?

—Ey, hola.

De repente salí de mi burbuja para ver cómo Sean se había detenido en nuestra mesa. Me enderecé de golpe, pasando mi cabello tras mi oreja, nerviosa, intentando parecer menos horrible de lo que debía de estar.

Envíame un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora