Capítulo 2.

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Un poco más de cuatro años atrás...

Era una tarde de primavera en octavo curso. Yo acababa de cumplir catorce y, con ello, podía aparentar ser de un curso superior, lo que me daba acceso a la biblioteca del instituto. Cuando entré, el bibliotecario me dio la bienvenida al ser la primera vez que me veía ahí. Recuerdo creer que me había pillado y ponerme nervioso de que así fuera, pero simplemente charló conmigo brevemente por su personalidad amistosa.

Así pues, me dirigí a la zona de libros clásicos y anduve por sus estanterías hasta encontrar algún libro que llevarme. En nuestra escuela no tienen estos libros, debido a la edad para los que están escritos y la edad a la que asistes a esos cursos, pero a mí siempre me ha gustado leer obras de Fyodor Dostoyevski o Johann Wolfgang von Goethe, considerados incluso como pensadores filosóficos y políticos de sus épocas.

Al encontrar las obras de Shakespeare, decidí pararme para leer alguna. Hacía tiempo que no leía nada de ese autor, así que fijé mi vista en los títulos por si encontraba alguno que no hubiera leído aún o que me gustase tanto que lo leyera otra vez. Una vez lo encontré, estiré el brazo para tomarlo, pero no fui el único que tuvo esa idea.

Y no, no fue Romeo y Julieta. Como bien sabéis, odio los clichés y, por fortuna o por desgracia, mi vida está vacía de ellos, pues siempre los vivo como puro espectador, desde las vidas de otros personajes. La obra que escogí fue Hamlet. Y, la persona que también quiso leerlo, era mi compañero de clase Aaron Collins.

Fue entonces, en el momento en el que su mano tocó la mía, que sentí un cosquilleo por todo el cuerpo que me hizo perder la capacidad de hablar y convirtió mis mejillas en dos grandes tomates.

– A-Aaron... —Conseguí decir, mirando al rubio a mi lado.

– Tú eres Thomas, ¿cierto? Te sientas delante mío en clase, ¿no?

– S-sí, soy yo... ¿Q-qué haces aquí?

Su cabello rubio brillaba como espigas de trigo bajo el sol veraniego. Su peinado moderno con los lados rapados y la parte de arriba peinada hacia atrás le daba un aspecto desenfadado y muy atractivo. Sus ojos azul claros parecían reflejar el cálido y plácido mar, hipnotizándote de forma que no puedas mirar a otro lado.

Su mandíbula marcada y cuadrada le daba un aspecto más mayor. Siempre ha parecido ser más mayor de lo que realmente es.

«¿Qué me ocurre? ¿Por qué me sonrojo? ¿Por qué me cuesta hablar?» me pregunté, consiguiendo desviar la mirada a nuestras manos, todavía en la misma posición.

– No sabía que te gustaban los clásicos... —Le dije, incapaz de mirarle a los ojos.

– ¿Qué puedo decir? Las tragedias de Shakespeare siempre te hacen pensar.

– Te entiendo. Por eso he esperado mucho tiempo para poder colarme en la biblio de los del insti... En la nuestra no hay libros así.

– ¡Yo también! —Comentó, haciendo que ambos riéramos. Aaron separó su mano de la mía, haciendo palpable el vacío que dejaba— Quédatelo. Ya me lo cogeré cuando lo termines. Por el momento, puedo sobrevivir con El Sueño de una Noche de Verano.

Sonreí, viendo como mi compañero se marchaba. Desde ese instante, supe que algo diferente había despertado en mí y, tras conversarlo con mi padre, éste me explicó que lo que había pasado era que me sentía atraído por Aaron y que, si solo me atraían hombres significaba que era homosexual.

En la actualidad...

El timbre suena, llamando mi atención. Clarice hace rato que ha dejado de prestarme atención y es que llevo un buen rato en la misma página. Con su resaca y su fatiga, la pelirroja me pide ayuda para levantarse, así que estiro mi brazo para que se apoye en él.

Cartas para Romeo [Remastered]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora