Capítulo 24.

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Llevamos horas con el trabajo y el final parece inminente. Hemos enlazado toda nuestra información relevante, conectando diferentes obras de Shakespeare, incluso en sus diferentes formas y géneros literarios. También hemos descartado todo aquello que pensamos que era irrelevante, puliendo cada apartado diversas veces antes de estar completamente seguros de querer pulir el siguiente.

Y, lo más importante, es que hemos hecho de nuestro trabajo, nuestra historia. Y eso le da un aspecto único, diferente al de todos los demás. Tal y como inquirió mi madre en repetidas ocasiones, la puerta de mi habitación se ha estado manteniendo abierta en todo momento, evitando un atisbo de privacidad entre los dos.

– No me gusta del todo este párrafo, Tom. —Dice Aaron, redondeando un fragmento con lápiz— Falta algo... Algo que hemos marcado como importante.

– Miremos la lista, entonces. —Le digo, sonriendo.

Miro la lista fijamente, dándome cuenta de lo que falta. Aaron me mira, sonriendo, pues parece haberse percatado también. Al girarme para mirarlo a los ojos, el rubio desvía la mirada hacia la puerta y, al no ver a nadie, me da un rápido y tierno beso que nos hace reír como los idiotas enamorados que somos.

– Muy bien... —Le digo, una vez termino de reeditar el párrafo— ¿Qué tal ahora?

– Me encanta. Es justo lo que le faltaba.

Continuamos hasta que mi madre nos llama para cenar. Cuando nos sentamos en la mesa, mi madre nos empieza a llenar el plato de pasta.

– ¡Thomas tiene novio! —Exclama mi hermano una y otra vez, para burlarse de mí.

– ¡Calla, enano! —Le grito, sonrojado. Le tapo la boca con la mano y Brent me saca la lengua, lamiéndola de arriba abajo— ¡Qué asco! ¡Mamá! ¡Brent me ha lamido la mano!

– ¡Te aguantas! ¡Por taparme la boca!

– Tu hermano tiene razón, Tom... —Comenta Aaron, aguantándose la risa.

– ¿He oído bien? Pues si crees eso... ¿Por qué no eres el novio de mi hermano?

– Porque, aunque es tan guapo como tú, es demasiado pequeño para mí. —Aaron explota en carcajadas y yo me enfado, cruzándome de brazos— Oh, vamos, cariño... No te enfades.

– Mi novio está del lado de mi hermano... ¿¡Cómo no me voy a enfadar!? —Al sobrerreaccionar, me entra la risa, haciendo que todos en la mesa comencemos a reír.

Finalmente, la cena pasa sin ningún altercado. Al terminar, acompaño a Aaron a por sus cosas y me encamino con él al patio delantero, para despedirme.

– Hasta mañana, cariño. —Me dice, antes de besarme en los labios.

– Hasta mañana.

A la mañana siguiente, me levanto dispuesto a todo. Aunque fueron solamente unas pocas palabras de ánimo, lo cierto es que la charla con Aaron me ha hecho darme cuenta de cuánto lo quiero y de lo estúpido que estaba siendo por querer apartarlo de mí. Al llegar al instituto, todos hablan de la salida del armario de Aaron, pues apenas fue anteayer. Y, junto a la declaración de Aaron, el segundo tema soy yo. De como Aaron ha dejado a una chica como Ashley para estar con alguien como yo... Y de como técnicamente nos besamos mientras estaba saliendo con Ashley.

Siento unos fuertes brazos que me atraen hacia ellos. Sé de inmediato quién es, por lo que me dejo caer en el pecho de Aaron. De repente, siento sus manos sobre mis mejillas y me percato de que me he puesto a llorar.

– ¿Estás bien? ¿Qué pasa? —Me pregunta, realmente preocupado— Tom, ¿qué ocurre?

– N-nada... Ni siquiera sé por qué estoy llorando...

– ¿Es por los comentarios de la gente? No les hagas caso, cariño... —Su voz me reconforta en cuestión de segundos— Te quiero a tí, no a Ashley. Y dejarla ha sido lo mejor que he podido hacer.

Mis labios se unen a los suyos casi sin constancia de movimiento. No se si por la cercanía entre los dos o por el deseo irrefrenable de besarlo. Este chico me tiene completamente enamorado. Y, eso, no es algo que puedas decir muchas veces en el instituto.

El timbre suena, indicando el inicio de una semana más. Semana que cambiará mi vida para siempre. No sé si por estar saliendo con Aaron o por el motivo detrás de mi mal presentimiento, pero el tiempo pasa tan deprisa que siento que quiere hacerme llegar a algún lugar que ahora mismo desconozco.

Al llegar a casa, escucho a mis padres discutir. Al principio siento la necesidad de decirles que ya he llegado y de preguntarles qué ocurre, pues pocas veces discuten, pero, en cuanto escucho mi nombre salir de los labios de mi padre, entiendo que sea de lo que sea de lo que están hablando, nunca me lo dirán a la cara.

– ¡No puedes hablar en serio! —Grita mi madre, realmente furiosa— ¿¡Es lo mejor para Thomas!? ¿¡Esa es tu excusa!? ¡Thomas tiene amigos aquí! ¡Toda su vida está aquí! ¿¡No puedes pedir un aplazamiento!?

– Lo he intentado, cielo. Les he dicho que primero debía terminar el curso y, entonces, cuando se fuera a la Universidad, podríamos irnos Brent, tú y yo, pero me han dejado claro que esta es una oportunidad que ocurrirá sólo una vez. Y ya sabes que esto podría permitirnos vivir mejor y tener ahorros para cualquier imprevisto sin ir tan ajustados.

– ¿¡Pero irnos a Australia!? ¡Es una locura!

Mi cuerpo no reacciona. Mis pulmones no consiguen oxígeno y la vista se me nubla. Coloco mis manos en la superficie más cercana y escucho algo caer al suelo. El estruendo hace callar a mis padres, quienes corren a ver lo sucedido. Al verme, comprenden que lo he oído todo. O, al menos, lo más importante.

– Tommy, yo... —Dice mi padre, haciéndome reaccionar.

Salgo corriendo, saltando las escaleras de dos en dos. Mi madre me llama a gritos, pero yo soy incapaz de detenerme. La oigo llorar, pero sigo corriendo. No sé a dónde ir. No sé qué hacer. Si voy a ver a Aaron, tendré que explicarle lo ocurrido. Y no sé si voy a ser capaz de repetir las dolorosas palabras que mi madre ha dicho hace unos segundos.

Para cuando me doy cuenta, estoy golpeando repetidas veces la puerta frente a mí. Clarice grita desde el interior, enfurecida de mi ruidosa insistencia, pero, al abrir la puerta y verme con los ojos hinchados, la nariz enrojecida y sollozando, todo enfado se disipa y me abraza por instinto.

– ¿Qué ocurre? —Me pregunta, sin separarse de mí.

– Y-y-yo... Yo...

– Tranquilo, Tom... Ven, pasa.

Entramos en casa de las Williams y la madre de Clarice me prepara un té, al ver el estado en el que estoy. Una vez me lo bebo de un trago, decido respirar hondo.

– He oído a mis padres discutir. Al parecer, mi padre ha conseguido un ascenso. Le han dicho que solo ocurrirá una vez y que si lo quiere, debe aceptarlo, pero... Está en Australia.

Mis palabras azotan el aire, dejando boquiabiertas a las dos mujeres frente a mí mientras que mis lágrimas continúan cayendo. Y es que, al final, las clases pasaron rápidas porque el tiempo estuvo queriendo darme el máximo posible junto a Aaron... Pues sabía que, lo nuestro, tiene fecha límite. 

Cartas para Romeo [Remastered]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora